Dicen los que creen saber que las segundas partes nunca fueron buenas. Allí está la historia del cine para demostrar lo contrario: “El Padrino II” o “Batman, el caballero de la noche” son buenos ejemplos de ello. O viniéndonos más acá, en tiempos de streaming y televisión por demanda, fluyen las series con múltiples temporadas que brillan por su calidad y capacidad de conmovernos. Elija usted la que quiera, querido lector, estimada lectora, pero quién le podría restar un innegable valor artístico a Breaking Bad, Peaky Blinders o After Life, por nombrar algunas de las preferidas de este columnista.
En política sucede algo parecido. No son pocos los casos de segundas gestiones que resultan mejores que las primeras: podremos pararnos en el lugar ideológico que nos plazca y veremos que, cuando existen reelecciones, sobran casos de administraciones que mejoran lo hecho en el “primer tiempo”.
La decisión de Alberto Fernández de no participar de su intento de reelección, parece, de alguna manera, la segunda versión de aquel “necesario pero no suficiente” que supo imponer el Frente de Todos en 2019, para alzarse con una victoria que permitió eyectar a Mauricio Macri del ya enclenque sillón de Rivadavia. Pasen y vean: recorrido por una noticia que no por previsible ha dejado de tener el impacto político de rigor. Como sucede cada siete días, son todos bienvenidos.
La semana había comenzado con los estertores de la decisión larretista de promover las elecciones “concurrentes”. Sus consecuencias, que seguramente se extenderán en el mediano plazo, intentaron ser diluidas por la corporación mediática con la cobertura del Foro Llao Llao a desarrollarse en el mítico hotel de San Carlos de Bariloche. Organizado por empresarios de la talla de Marcos Galperín, estos tipos de encuentros de los que la derecha suele sentirse a sus anchas, y de los que se parecen (y mucho) a una toma de examen, suponía la presencia de los pre candidatos presidenciales de Juntos por el Cambio y Javier Milei. Con la suficiente amplificación de rigor, lo interesante del caso es lo que deja de cara a los días por venir cuando aparece la idea de la repregunta.
Indudablemente el menos favorecido terminó siendo el supuesto libertario, quien insistió con su idea de la dolarización y no dejó de preocupar a los popes empresariales, ya que aquella vieja pregunta que se formulaba el inefable Raúl Granados en los mediodías de la televisión rosarina “¿Dónde está la plata?”, sigue más vigente que nunca. Más allá de la pérdida de soberanía que supone la adopción de otra moneda, esa medida necesita de un respaldo monetario que, hoy, la Argentina no tiene.
No fueron pocas las voces, consultoras del establishment incluidas, que pusieron en duda la solidez de la propuesta del diputado poco afecto a su trabajo legislativo, quedando al desnudo una marcada incapacidad para la visualización de escenarios reales. Es probable que desde el mundo libertario se imaginen, al igual que erróneamente lo hacía Mauricio Macri, a partir de lo que sería su llegada al poder en la Argentina, que un triunfo electoral en 2023, serviría para poner en línea al conjunto de las variables macroeconómicas, per se. Siempre es dable recordarlo: nuestra derecha vernácula padece de una evidente ceguera para reconocer en la historia fracasos que derivan en peores condiciones de vida para la comunidad: el corsé ideológico como fuente de toda razón y justicia.
Pero parte del oficialismo parece estar en otra sintonía. Como si no fuera suficiente con aquellas cuestiones que, desde la buena fe, el gobierno no puede resolver, en paralelo se refuerza en una serie de disputas internas que sintetizan la enésima versión de un tiro en el pie. La justa salida de Antonio Aracre, a la sazón jefe de asesores del presidente de la Nación Alberto Fernández, se parece mucho a un episodio sin sentido y que podría haberse evitado, sobre todo a la luz de las consecuencias de una corrida cambiaria que no queda del todo claro si se ha frenado. A la extrema debilidad macroeconómica, algunos funcionarios (incluidos los que dicen que funcionan), le agregan una disputa que debería empezar a ceder a partir de la decisión presidencial de no ir por la reelección.
De acuerdo a las declaraciones de múltiples actores, el hecho supone la condición necesaria para que el peronismo se ordene en el corto plazo, de cara a las elecciones de este 2023. Algo parecido a lo imaginado en 2019, cuando resultaba imprescindible la presencia de Cristina Fernández de Kirchner para suponer un triunfo político, pero no suficiente para ejercer un gobierno que llegara a buen puerto.
Hace casi cuatro años, y mal que le pese a cierto relato cristinista, la decisión de “bajarse sin bajarse del todo”, no fue un acto de generosidad: fue la puesta en práctica de un notable pragmatismo político que sintetizaba los límites que enfrentaba la figura política más trascendente de este siglo XXI. Eran muy pocos los que dudaban del triunfo electoral de la ex presidenta, pero en el reverso de la trama, las dudas radicaban en cómo podía llevarse adelante un gobierno con una crispación tan definitiva, de parte de un sector del electorado y del otro poder, el que nadie vota, pero que existe.
Con voz en off incluida, el video presidencial conocido el viernes a las 10 am vía redes, se estructuró sobre tres ejes: 1) la centralidad de las imágenes sobre la figura de Néstor Kirchner; 2) la necesidad de dejar de lado la “lapicera” para ordenar la interna peronista (tiro por elevación a la vicepresidenta quien le ha reclamado públicamente a su compañero de fórmula por el uso de la misma para poner en caja a la economía argentina); y 3) el intento de que Fernández (Alberto) sea el garante de ese intento de ordenamiento.
Con la movida, la reunión del Consejo del Partido Justicialista, ofició de encuentro formal antes que como instancia de profundización de las discrepancias. Si la reunión del 16 febrero sirvió como catalizador de ciertas diferencias, lo que se tradujo, por ejemplo, en su extensa duración (cinco horas), la del 21 de abril, en poco menos de 45 minutos bastó para poner fecha para la realización del congreso partidario.
La primer gran pregunta que aparece en este fin de semana para el peronismo y que seguramente marcará el termómetro de los días por venir, refiere a si habrá PASO (como intenta consolidar el "albertismo") o si podrá alcanzarse un nombre para candidato a presidente que tenga el consenso de todos.
Se escucharán argumentos en un sentido y en otro. Es cierto que las elecciones internas pueden servir para potenciar a un partido político, dinamizarlo y poner en valor muchas ideas. Pero su puesta en práctica supone el riesgo, y algo de eso no deja de preocupar en el mundillo Pro, de que sucedan conflictos que, a la larga, resultan irreconciliables.
Algo parecido puede decirse de la hipótesis de un acuerdo cerrado entre bambalinas que no sepa reflejar las diferencias que existen en el seno de un partido y que posterguen esa potenciación que señalábamos en el párrafo anterior y que, con el devenir de la gestión, quedan irremediablemente expuestas.
Si revisamos la historia de las PASO (el laboratorio electoral santafesino ya cuenta con una historia nada desdeñable de quince años, donde existen ejemplos de todo tipo) y si, como opinan muchos futboleros de ley, lo único que importa es ganar, internas o consenso pueden servir en igual medida.
Desde el inicio digamos que es necesario empezar a trabajar en clave electoral. La primera tarea para los que, de alguna manera, estamos de este lado, es transmitir la “re” pregunta sobre la propuesta de la derecha. El cómo hacer las cosas siempre es un buen disparador para sacar de la zona de confort a los discursos pre elaborados con mucho de silicona de campaña. Si, por ejemplo, se eliminan las retenciones, ¿qué deja de financiarse con ese dinero?; si se eliminan los planes de trabajo, ¿qué contención se les da a ciudadanos que integran el lote del 40% de pobres de la Argentina?; si se promueve la dolarización, ¿cómo se consigue el respaldo monetario para semejante desquicio?
La segunda tarea deberá radicar en saber hablarle a cada argentino de la realidad que lo circunda. Las redes pueden ser un instrumento que, bien usado, puede dirigir el relato a cada usuario. Las medidas de la macroeconomía afectan en la cotidianidad de cada uno de nosotros: no es lo mismo un dólar barato o caro, un modelo industrial que hoy enfrenta enormes problemas de restricción externa a que se lo deseche por uno agro – mineral – extractivo. La comunicación política, de profesionales pero también de los dirigentes, debe saber interpelar, desde la generalidad a cada una de nuestras individualidades.
Es cierto que en ese transitar para descubrir la forma de comunicar las consecuencias de lo que propone la derecha vernácula, pueda perderse parte de la iniciativa política (lo necesario), a lo cual habría que agregarle lo suficiente: una propuesta política que seduzca más allá de algunos internismos exasperantes.
De alguna forma, el peronismo en su conjunto se vuelve a enfrentar al mismo dilema de hace 48 meses atrás: el riesgo de una atomización donde prevalezcan los cacicazgos al mejor estilo de la previa y posterior crisis de 2001, o la apuesta a acuerdos mínimos que vayan a lo esencial de sus mejores valores. Aunque más no sea para acordar cómo poner en práctica el no estar de acuerdo. Oxímoron mediante.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez