En política existen momentos bisagra, donde la estructura de las cosas o la propia fortuna (ya lo supo explicar un atribulado Nicolás Maquiavelo hace más de 500 años), rompen la tendencia de algo que parecía inexorable. En el caso argentino, un gobierno con una inflación del 100% anual, con una coalición seriamente dañada en las relaciones entre los principales protagonistas y con un internismo expuesto a la luz pública (exasperante para muchos “del palo”), parece ser el coctel perfecto que preanuncia una derrota electoral. Pero la estructura muestra que, como supo enseñarnos un ex presidente, “pasan cosas”, y lo que ayer era resultado supuestamente asegurado, hoy es expectativa y, tal vez, final abierto. Pasen y vean. Recorrido por una semana donde algunas señales parecen marcar el inicio de un cambio de tendencia. Todas y todos son bienvenidos.
En el caso de Unión por la Patria (UP), el cierre del plazo para la presentación de las candidaturas no había llegado exento de sorpresas. Mientras Juan Grabois había tenido que volver sobre sus pasos en la decisión de renunciar a su pre candidatura presidencial; para el cristinismo, la elección de Sergio Massa y Agustín Rossi como el binomio oficialista, había dejado un mal sabor de boca. Respecto del primero, porque hace tiempo que no lo consideraban como uno propio sino como un aliado coyuntural y en cuanto al segundo porque su cercanía al gobierno lo colocaba a una distancia de poca empatía: si la utilización del peronómetro ha sido un limitante de ciertas relaciones políticas, el medidor de kirchnerismo en sangre no le va en saga. El problema radica cuando muchos creen que los procesos políticos surgen en el momento que uno lo imagina y no cuando efectivamente ocurren. Allí está el recorrido vital del oriundo de Vera para confirmar algunas cosas.
A partir de ese malestar se entienden las declaraciones de Cristina Fernández de Kirchner en la mañana del lunes 26. No fueron pocos los que, reconociendo la relevancia de su figura política cuestionaron el lugar y el tipo de acto para hablar de la interna. La llegada al país del avión Skyvan, todo un símbolo de la violencia ilegal e ilegítima ejercida por la última dictadura militar en la Argentina, no parecía el marco adecuado para contar costillas del porqué de ciertas decisiones.
Es así que la vicepresidenta, como nunca antes en un cierre de candidaturas, tenía la necesidad de hablar y de explicarle a la tropa propia las razones de haber “bajado” a Eduardo “Wado” De Pedro luego de que unos días antes se anunciara como el pre candidato del espacio. Sus definiciones, sus acusaciones y las idas y vueltas con algunos nombres propios del día siguiente, nos hacían pensar que estábamos ante más de lo mismo: un internismo que viene socavando al oficialismo desde octubre de 2021.
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Pero con el correr de los días el escenario empezó a mutar ya que en simultáneo se produjeron algunos hechos que resultaban impensados hasta hace unos pocos días para la dinámica del oficialismo. Daniel Scioli fue reivindicado por el conjunto de la dirigencia de UP. Viajó a Brasil con el presidente Alberto Fernández, fue recibido por la vice presidenta en el Senado y por Sergio Massa (antiguos adversarios internos) en el ingreso del Ministerio de Economía. Por su parte, el vicejefe de gabinete Juan Manuel Olmos, hombre reconocido por el conjunto de la dirigencia oficialista, salió a explicar cómo fue el proceso de selección del binomio pre presidencial. Hubo reunión de gabinete con la presencia del presidente de la Nación, acción en tándem entre el primer magistrado y el tigrense en el Plenario de la Cámara Argentina de la Construcción y, para el viernes, viaje a Santa Fe para la entrega de la vivienda número 135.000 con la presencia del propio Fernández, Rossi y el gobernador Omar Perotti.
El oficialismo ha apostado por el cambio de clima. No son pocos los dirigentes cristinistas que en público salieron a reconocer la potencia de la fórmula Massa – Rossi e incluso, en materia económica, algunas consultoras privadas ya se animan a afirmar que la inflación de junio habría perforado el piso del 7%. A esto se suma el pago al FMI de unos $2.700 millones de dólares con derechos de giro y Yuanes.
En todo este contexto la candidatura de Sergio Massa se parece y mucho, a jugarse un pleno: en un movimiento de boomerang, todo aquello que lo pueda fortalecer, también puede debilitarlo. La gran pregunta es en qué medida el oficialismo comenzará a (y sabrá) construir escenarios de buenas noticias que le impongan otra impronta a una campaña que corre riesgos varios. Uno de ellos es el de la ausencia electoral, como pudo apreciarse en las elecciones cordobesas del domingo 25 de junio, 40% para ser más precisos.
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En la vereda de enfrente las cosas parecen ir en un sentido opuesto. Ya nadie puede dar por definitivamente seguro un triunfo sencillo en octubre, y el nivel de conflictividad interna no parece detenerse. Tal vez el ejemplo de la provincia mediterránea sea un buen espejo donde mirarse.
La semana no había comenzado de la mejor manera. Lo que hasta hace algunos meses era una victoria segura, se transformó en una derrota por tres puntos donde los pases de factura posteriores no tardaron en llegar. Más allá de los condimentos locales, del perfil de Luis Juez y de las virtudes con las que pueda contar el flamante gobernador electo Martín Llaryora, los reproches con proyección nacional estuvieron a la orden del día, a partir de los vaivenes larretistas con el convite de hace algunas semanas para que Juan Schiaretti participara de la interna de Juntos por el Cambio a nivel nacional.
En una provincia genéticamente macrista, el resultado perjudicó al conjunto de la conducción amarilla. En el devenir de la semana, Horacio Rodríguez Larreta sumó más elementos para el enrarecimiento del clima interno: habló del fracaso del modelo político que encarna Mauricio Macri y la respuesta subida de tono de parte de Patricia Bullrich no tardó en llegar.
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La crisis política parece no ceder y da la sensación que ya ha dejado de plantearse exclusivamente en la cuestión electoral. El caso santafesino, donde la senadora Carolina Losada afirmó que sea cual sea el resultado de la interna provincial del 16 de julio, no se vinculará bajo ningún aspecto en la figura de Maximiliano Pullaro, con quien tiene “profundas diferencias éticas y morales”, parece proyectar la pregunta respecto de si ese tipo de fractura pueda trasladarse al plano nacional.
Con todo, cada uno de los precandidatos carga por sí mismo con errores propios que resultan difíciles de entender en el marco de una campaña electoral. El actual jefe de gobierno porteño aparece como la cara principal de una campaña confusa, oscilando en un perfil que a veces lo trata de mostrar como un moderado y por momentos se visualiza forzando una sobreactuación que lo haga ver como un líder dispuesto a “hacer lo que hay que hacer”.
Por un lado juega a fondo con la designación de Gerardo Morales como su compañero de fórmula, hombre que poco tiene de republicano real y que gusta de mostrar el perfil de duro; renueva una campaña de redes donde, imitando a su contrincante que plantea el “conmigo esto se termina”, sale a decir “Sí, no voy a ser un presidente que…”. Y por otro lado, se ve forzado a aclarar sus dichos sobre el ex presidente Macri. No sea cosa que el núcleo duro macrista pase alguna factura de rigor.
Bullrich tampoco está exenta de errores. Al bizarro momento político que protagonizó con el video mascheranista, donde le anuncia a Losada que se convertirá en heroína, se le sumaron las declaraciones sobre educación universitaria donde afirmó que en la Argentina, la matrícula de alumnos extranjeros universitarios llega al 50%.
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En ambos casos debe relativizarse la efectividad de lo realizado. En el primero, porque lo dicho y la expresión corporal de la candidata santafesina habla per se de todo lo que no debe hacerse en comunicación política y en el segundo, porque supo ganarse el repudio y el rechazo de una multiplicidad de voces donde, muchas de ellas, poco tienen que ver con el peronismo.
A medida que la campaña avanza, debiendo surgir las propuestas que mejoren la situación de los argentinos, Bullrich aparece con severos límites para imponer ideas con cierta solidez. Flojita de concepciones políticas sustentables, al igual que el fenómeno libertario (cada vez menos fenómeno), necesita apalancar su discurso y su accionar político en lo emocional como idea fuerza excluyente. El factor no racional en política es un elemento que el bueno de Max Weber bien supo demostrar en su verdadera dimensión; pero su exclusiva utilización no puede garantizar el éxito político en las ligas mayores.
A estas alturas del año electoral puede afirmarse que el 2023 no es el año que los cambiemistas esperaban. Los triunfos oficialistas en las provincias se han extendido a lo largo y ancho del territorio nacional. Hasta en Neuquén, donde ganó un supuesto opositor la idea debe ser relativizada, ya que el flamante mandatario electo en algún momento fue un vice gobernador integrante del perenne Movimiento Popular Neuquino.
Mientras se digiere la inesperada derrota en Córdoba, respecto de Chaco se espera que el caso de Cecilia Strzyzowski aporte novedades que sirvan para profundizar el deterioro de la candidatura de Jorge Capitanich, aunque aquí debería tenerse en cuenta el escaso porcentaje de votación que participó de las primarias hace algunas semanas atrás.
Santa Fe por ahora es un misterio donde el frente de frentes no parece garantizar que la alquimia de laboratorio, esa de sumar opositores per se, habilite livianamente un triunfo electoral. Quedan Mendoza y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como garantía de éxito para Juntos por el Cambio. Demasiado poco para una fuerza que ha sabido consolidarse en todo el país a partir de la unidad de radicales y proistas.
“Puedo ver y decir que algo ha cambiado” canta Charly y el veredicto parece calzar justo en la última semana de un junio que se fue. No es extraño entonces que las victorias ni las derrotas de antaño aparezcan como seguras. La tendencia electoral ya no es lo que era. Los movimientos incipientes de los últimos días así parecen confirmarlo.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez