Domingo, 01 Septiembre 2024 09:00

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Internas Rocchia

Cambia lo superficial,
cambia también lo profundo,
cambia el modo de pensar,
cambia todo en este mundo,
cambia el clima con los años,
cambia el pastor su rebaño.
Y así como todo cambia,
que yo cambie no es extraño…

Julio Numhauser

El libertarismo que convive cotidianamente con internas feroces, palaciegas y a la luz pública. El PRO tironeado por las ambiciones personales de su líder, quien aún conserva algo de peso político. El peronismo en proceso de debate interno, a mitad de camino de insistir con métodos poco exitosos, las urgencias de gestión de los gobernadores y la necesidad de una renovación que cada vez se hace más imperiosa. Y la Unión Cívica Radical que luego de la experiencia coalicional de Juntos por el Cambio, no se sabe del todo a qué y a quienes representa. Todos ellos sintetizan el esquema de poder político partidario en la Argentina. Todos con desavenencias tan profundas que hacen extrañar los modelos clásicos de representación del siglo XX. Días de internismos acuciantes en la partidocracia argentina. Señoras y señores pasen y vean. Quedan todos formalmente invitados.

Como un encantador de serpientes, Mauricio Macri se las ingenia para que lo más granado de la dirigencia del PRO baile al ritmo de sus intereses. El ex presidente habilitó el “dejar hacer” a unos cuantos legisladores para que voten la reforma de la movilidad jubilatoria y, veinticuatro horas después, salió públicamente a apoyar el anunciado veto presidencial.

Entre cenas y cenas en la Residencia de Olivos, le alcanzó para ganar una centralidad que hasta hace unas pocas semanas parecía perdida. Rota la relación con la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, sabido es que el ex presidente convive en un delicado equilibrio de no perder clientela política a manos del libertarismo, a sabiendas que el tándem Santiago Caputo - Karina Milei están especialmente empecinados en jubilarlo, mientras Javier Milei, inteligentemente, endulza los oídos de las partes.

La interna amarilla está lo suficientemente consolidada como para que, superado el efecto del voto en el Senado, un conjunto de dirigentes, con Cristian Ritondo y María Eugenia Vildal a la cabeza, se hayan reunido con el presidente y un grupo de legisladores aliados, para evitar la insistencia de la ya mencionada ley en la Cámara de Diputados. Recordemos que el presidencialismo de la Constitución Nacional, exige que para que un veto sea rechazado debe contar con la insistencia de las dos terceras partes de los presentes en ambas cámaras. Unas pocas ausencias en alguna de ellas, bastará para que lo suscripto por Milei en la noche del viernes persista, más allá del costo político que supone negar un aumento del 8,1% a jubilados y pensionados.  

Por su parte, la Unión Cívica Radical aparece como una estructura partidaria sin una identidad clara. Cuesta identificar a los intereses que expresa y a quiénes representa. Por ahora se va sustanciando entre las contraposiciones de los tres dirigentes con peso institucional más importante. Rodrigo De Loredo navega entre su conservadurismo innato y los reclamos que lo condicionan desde el bloque de diputados que conduce. Martín Losteau se hace visible como el modelo más acabado de un radicalismo vinculado al progresismo y a un porteñismo evidente. Y Maximiliano Pullaro, quien surge como el gobernador con mejor imagen del país, no trepida en reivindicar el legado alfonsinista y, en paralelo, aplicar una política de mano dura con delincuentes que sistemáticamente viola derechos humanos de los reos. Con la anuencia de la sociedad santafesina, claro.

En ese transcurrir, y más allá del peso institucional con el que cuenta en cierta territorialidad, la UCR aparece como mucho más viscosa a la hora de prever ciertos comportamientos institucionales. En los días por venir queda por saber si el diálogo libertario con el PRO se extiende al conjunto de los diputados del centenario partido o si, por ejemplo, el gobernador santafesino alzará la voz por el veto presidencial a los jubilados. En este último aspecto déjeme señalarle querido lector, estimada lectora, que será difícil que el chancho chifle teniendo en cuenta que el Poder Ejecutivo santafesino ha presentado un proyecto de reforma jubilatoria que se ha ganado el rechazo de la mayoría de los gremios estatales y, vaya novedad, de un par de centenares de jueces que no dudaron de posar para la foto para rechazarlo. Por lo menos en la partecita que a ellos les toque.

En el peronismo tampoco habita un tiempo de armonía y concordia. Mientras buena parte de las bases mastica bronca por el reconocimiento de Mariano Recalde de que en el Senado había una negociación en marcha para votar a Ariel Lijo para la Corte Suprema Justicia de la Nación, supuestamente a cambio de una ampliación de los números de sus integrantes; a las diferencias públicas de José Mayans y Cristina Fernández de  Kirchner, se agregaron una serie de chispazos entre Eduardo De Pedro y referentes del Frente Renovador, en una disputa que muestra un “chiquitaje” exasperante y que se suma a los cuestionamientos de un tal Guillermo Moreno, que en la última elección no pasó el piso electoral del 1,5% y que pretende peronizar a la vicepresidenta Victoria Villarruel, mientras discute la legitimidad política del gobernador Axel Kicillof. Too much.

Hoy, de alguna forma, el peronismo convive en una tensión sintetizada en dos máximas históricas. Una, al decir de Juan Domingo Perón, que afirmaba que los peronistas eran como los gatos, “parece que se pelean pero se están reproduciendo” y la otra que establece que el peronismo, lejos del poder tiende a la atomización.

Con una derrota a cuestas de hace apenas nueves meses, con sectores que no terminan de asumir las responsabilidades de la gestión anterior, un ex presidente atravesado por una denuncia de alto impacto, con una Confederación General del Trabajo que como el tero, grita contra la represión a jubilados, pero negocia en silencio con el oficialismo, y gobernadores que navegan a dos aguas entre el eterno provincialismo de cuidar el territorio y las necesidades que la gestión impone. Sobresale la unidad demostrada hasta ahora en el ámbito legislativo a la hora de las votaciones, donde se han impuesto algunos límites al libertarismo gobernante. Nada más, pero nada menos que eso.

Pero quien se lleva las palmas de un internismo cada vez más violento es el oficialismo libertario. Ya no hablamos de visita a genocidas y de diputadas sacándole el cuerpo al asunto o de diferencias por puestos de poder. Acusaciones entre legisladoras que merecerían que, si resultaran simple famosos, tuvieran una enorme cobertura en programas de chimentos; un senador como Francisco Paoltroni que va contra el asesor Santiago Caputo (que integra el triángulo de hierro), acusándolo de resultar un personaje "con mucho poder que está haciendo un gran daño” y una vicepresidenta cada vez más decidida a mostrarse con un proyecto propio, reflejan el recorrido oficialista de la última semana de agosto.

En el caso libertario las desavenencias vienen en un formato novedoso ya que no son producto de los cuestionamientos a una realidad social cada vez más acuciante para la mayoría de los argentinos, sino del mismo formato que le dio vida y que se sintetizan en dos razones: la forma en que se armaron las listas para cargos legislativos (venta de candidaturas, lo cual ha reconocido el propio Paoltroni) y el tipo de liderazgo que encarna Javier Milei quien, como hemos dicho ya en no pocas ocasiones, aborrece de cualquier forma que lo emparente con el “hacer política”, lo cual supone un constante equilibrio entre intereses cruzados, incluso de los que resultan propios.

Si hoy La Libertad Avanza aparece como una estructura política desordenada, donde cotidianamente vemos disputas de todo tipo, es porque de alguna manera representa la personalidad de su líder. Milei a veces niega a los demás una forma ordenada de relacionamiento político y en la mayoría de las ocasiones la construcción la delega en terceros. De acuerdo a quienes sean esos nombres propios el diálogo podrá o no ser más efectivo, llegando a necesitar como en el caso de la reunión de ayer con diputados aliados, conducir él mismo las reuniones. En ese “laissez faire, laissez passer” (dejar pasar, dejar hacer) el libertarismo va.

En resumen, lo que caracteriza a este momento de la vida político partidaria argenta es una especie de atomización mayúscula que ya no alcanza al conjunto de las oposiciones sino que se proyecta sobre el propio oficialismo. Quedan, de alguna manera, dos hipótesis de trabajo para plantear en formato de preguntas.

La primera es, si resultara válida la idea de un peronismo que se atomiza en lejanía del poder, en qué medida el conjunto del sistema partidario no se ha peronizado a la usanza de un par de década atrás, teniendo el ejemplo claro de un 2003 donde hubo que habilitar un sistema de neolemas para las elecciones de aquel año.

La disputa de todos contra todos, cambiante, oscilante y oportunista parece prevalecer en un formato que ya no se limita a los devaneos circunstanciales del Congreso con acuerdos circunscriptos a cada ley en particular, sino a una forma de entender el juego grande de la política. Una pregunta como al pasar: ¿el proyecto de Boleta Única que espera ser aprobado por este tiempo, no potencia esas prácticas? Seguimos.

La segunda hipótesis viene a cuestionar una forma de abordar el análisis político de este tiempo. Resulta muy común escuchar que los evidentes problemas de representación, y no nos referimos a la satisfacción de cierta materialidad, son producto de una política (como sector) que no sabe desentrañar lo que la sociedad reclama.

En la secuencia clásica e histórica, los sistemas de partidos fueron evolucionando desde el partido de notables (donde prevalecía una figura reconocida de la comunidad), el partido de masas que se sustanció en el siglo XX y donde iban surgiendo distintos liderazgos, para llegar a finales de ese centenio donde surgió el sistema “atrapa todo” donde los partidos perdían identificación política a cambio de ser más amplios en su propuesta electoral. Cada uno de esos tipos ideales (al decir weberiano) se fue consustanciando de la mano de los cambios sociales.

Corresponde saber entonces, si esta híper ideologización que propone la extrema derecha gobernante, combinada con altas dosis de atomización opositora, no es parte representativa de una sociedad que, en su mayoría, mira para otro lado. ¿Debe cambiar la política o cambió la sociedad?

Ejemplos al pasar. Una ministra no reparte alimentos a punto de vencerse con orden judicial incluida; en nombre del superávit fiscal se niega medicamentos a enfermos terminales; se produce una masiva protesta por el desfinanciamiento en el funcionamiento de las universidades, pero no se acompaña el reclamo salarial de trabajadores de la educación; los jubilados son reprimidos con violencia y buena parte de los comentarios en redes (no trolls) refieren a reivindicar lo actuado por las fuerzas de seguridad. A horas de conocido el veto presidencial sobre la reforma en la movilidad jubilatoria, ¿habrá un costo político para el oficialismo? ¿Dónde se trasunta, quien lo vehiculiza?

Preguntas que no tienen la intención de mostrar desánimo ni mucho menos, sino que se circunscriben a la idea de entender que la propuesta neo conservadora libertaria encontró una sustanciación en sectores sociales que, probablemente, hayan cambiado en ciertas cosmovisiones. El desafío está en descubrir cuánto hay de superficial y cuánto de profundo.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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