Domingo, 29 Diciembre 2024 13:15

Bala de plata Destacado

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Bala de plata Gustavo Garello - AP

El gobierno de Javier Milei cierra el año con una inocultable mueca de fastidio. Desde su relato visceral, la “heterodoxia” aplicada en la venta de varios cientos de millones de dólares para poder contener al dólar, lo expone a tener que explicar en su propia pecera, el porqué de medidas que van en un sentido absolutamente inverso al prometido en la campaña electoral: si el peso era excremento y el Banco Central la herramienta que le daba vida, ambos debían ser extirpados de cuajo. La intervención en el mercado para que el precio de la moneda verde no crezca dice mucho de los límites que enfrenta el oficialismo por sus propias decisiones políticas.

Una de las características centrales que mostró el libertarismo en su primer año de gobierno fue la de un gobierno que permanentemente navega a dos aguas, en la construcción de su relato y en las medidas de la gestión. Con lo que definió como casta política supo negociar de acuerdo a los intereses cruzados: se sirvió del radicalismo casi a su antojo, al PRO lo terminó dinamitando a partir del hecho de compartir la clientela política y con respecto del peronismo supo meter la cuña en aquellos sectores que, desde la gestión de gobernadores, estaban necesitados de fondos frescos. Como muestra basta un botón: allí anda el ahora silenciado caso Kueider como un ejemplo de sospecha de arreglos non santos.

Más allá de las promesas cumplidas de motosierra y limitación de derechos a los trabajadores, el sector empresarial no tiene una postura unívoca frente al libertarismo. Le puede reconocer laudar siempre en favor de los sectores del capital (la decisión de llevar el salario mínimo, vital y móvil  a $279.718 resulta una verdadera vergüenza), pero el modelo no contempla a todos, lo cual se vislumbra en la apertura de importaciones que afectan de manera decidida al sector manufacturero y donde la mayoría no tiene posibilidades de reconversión para hacerse competitivos. Complementa el cuadro un atraso cambiario que esta semana tuvo su cara más negativa con el default de tres empresas pertenecientes al mundo agropecuario y que pone un manto de dudas sobre el futuro inmediato de un sector que se había mostrado como uno de los más dinámicos en este 2024 que se termina.

En todo el proceso el relato se dice ortodoxo pero no pocas prácticas resultan heterodoxas, concepto central que se proyecta, también, al conjunto de las relaciones internacionales: si nada se debía negociar con el régimen chino, desde hace unos cuantos meses existe un silencio muy estruendoso que se apalanca en la posibilidad de mantener el swap con el gran país asiático. Si Lula representaba un comunista con el cual no habría acuerdo de ningún tipo, se le dio el manejo de los negocios argentinos en Venezuela ante el hecho consumado de romper relaciones diplomáticas con el gobierno de Nicolás Maduro. El desmanejo de principiantes se refleja en la forma de abordar la situación del gendarme Nahuel Gallo, donde la voz cantante la lleva Patricia Bullrich, funcionaria que nunca se ha distinguido por ejercitar prácticas políticas que requieren de mucho tacto y prudencia como las que se desarrollan en el mundo diplomático.

La venta semanal de dólares y el default de Los Grobo, Agrofina y Surcos, relativizan muchos de los pronósticos de estabilidad que se proyectaban para el 2025. Con la motosierra como complemento, el dólar resulta la única variable que al oficialismo le permite ordenar y ordenarse, dándose una sustancia de capacidad de gestión. Una verdadera bala de plata.

En un contexto social muy particular, con el principal partido de la oposición desgastado y tratando de “aguantar los trapos” para evitar un estallido en decenas de pedazos y con vientos sociales donde las ideas conservadoras han retomado vigencia, el achique estatal que impuso el despido de varias decenas de miles de trabajadores y el abandono de no pocas funciones de mantenimiento y control de la cosa pública, por ahora pasa el filtro social: un poco porque las provincias se han hecho cargo y otro poco porque parece haber un sector de la sociedad que está decidida a aceptar que el Estado nacional desaparezca de su hasta ahora natural presencia en la cotidianidad argenta.

Ese ordenamiento hacia adentro y hacia afuera se consolida con la existencia de un sistema político atomizado. El oficialismo, mientras discute con el PRO si los acuerdos son locales o nacionales, parciales o con paquete cerrado (atenta la coalición santafesina de Unidos), trata de pasar el veranito sin las estridencias que impone una democracia con un congreso activado.

Como si la Argentina no tuviera problemas urgentes que tratar en materia legislativa, el oficialismo trata de hacer virtud de la necesidad, ya que desde su debilidad estructural intenta fortalecerse no llamando a extraordinarias, para evitar acuerdos que lo condicionen o fracasos que lo debiliten. Imaginan (y desean) en el mundo libertario que cuando en marzo vuelvan las sesiones ordinarias, el escenario político sea otro dado el año electoral que se avecina, donde las legislativas de medio término marcarán el pulso de lo que viene, pero en la previa, no son pocos los actuales legisladores que necesitan renovar sus mandatos. Y la tibieza y protección que brinda un buen oficialismo que se precie, siempre resulta seductora.

Más allá de los gritos de ocasión y de que algunas verdades evidentes no se reconozcan, en el gobierno han comenzado a entender y a mostrar hacia afuera que en la Argentina la inflación no es un fenómeno exclusivamente monetario que se resolvía eliminando la emisión.

Con la expectativa previa de un verano tranquilo, la penúltima semana de diciembre dejó la sensación, vía default empresario y sostenimiento del dólar, que el gobierno se juega mucho más de lo que reconoce: el ajuste tuvo aceptación porque más temprano que tarde mostró que, a fuerza de una recesión de proporciones, con aumento exponencial de la pobreza incluida, la inflación tendía hacia la baja. Con no pocos sectores sociales que estaban agotados de lidiar con ese problema genético para la economía argentina, con otros a los que atrae el atraso cambiario con la siempre seductora idea de viajar por el mundo, de acceder a productos importados y con el insoportable desdén de no entender que en una comunidad los problemas de hoy de unos cuantos, pueden ser los problemas de todos de mañana; el gobierno va.

Ahora bien, vale preguntarse qué pasaría, si ese único activo llamado baja de la inflación, garantizado por un dólar que ya no se muestre estable, entra en un horizonte de dudas y falta de confianza. Con un gobierno que ha hecho del “porongueo” político (en el sentido más carcelario de la expresión) una de sus características constitutivas, con aliados circunstanciales que hoy, a partir de sus propias carencias y necesidades, no garantizan lealtades de núcleo duro, nadie puede aseverar que el libertarismo no se expondría a una crisis de proporciones.

De alguna forma, el 2025 puede pensarse como una cajita de pandora. Muy lejos de las estabilidades políticas de los países desarrollados (y no tan desarrollados), el año próximo promete sorpresas de todo tipo. Tal vez la única certeza que podamos exponer por este lado sea que nos esperan 365 días de incertezas. Pero a no quejarse ya que es lo que nos ha tocado en suerte.

Se va un 2024 muy difícil y que podrá ser recordado como ese año que no querríamos haber vivido. Muchas verdades sagradas fueron relativizadas. Muchos libros debieron ser revisados. Desde el trabajo de Fundamentar en general y de este escriba en particular (con 42 artículos publicados y la posibilidad de realizar una columna radial de manera diaria) de alguna manera tratamos de contar nuestra pequeña verdad relativa para que cada uno, generosamente, las contraponga con las propias. Por un 2025 con una feliz vida comunitaria para todos, todas y todes. Salud.

 (*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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