Domingo, 13 Abril 2025 12:58

Fingir demencia Destacado

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Han visto un loco en una calesita,
casi desnudo y con la vista enferma,
y daba vueltas y se sonreía,
y silbaba bajo por no molestar.
Y Dios es una máquina de humo…

“Un loco en la calesita” - Juan Carlos Baglietto

Siendo rigurosos con los números y con los hechos, debe decirse que quince meses y veintinueve días demoró el gobierno de Javier Milei en cambiar el régimen cambiario en la Argentina. La flamante medida nos deja a la puerta de una devaluación de la cual el oficialismo rápidamente ha tratado de despegarse argumentando que, desde el lunes, será el mercado quien defina el precio del dólar dentro de una banda de flotación. Aunque se finja demencia, la derrota oficialista es total y allí están los archivos recientes para contrastar dichos y argumentaciones.

Desde el mismísimo momento en que el presidente Javier Milei dio su discurso en Davos y decidió emprender su odio contra todo aquello que supuestamente detesta, el gobierno nacional viene perdiendo imagen de una manera determinante. El protagonismo en la estafa cripto de $Libra, el posterior bochorno de quedar expuestos al condicionar preguntas a un operador periodístico cercano, el papelón institucional de nombrar jueces en comisión para la Corte Suprema de Justicia de la Nación instrumentando ardides de nulo valor jurídico y un par de derrotas legislativas de evidente importancia, confirman que el proyecto libertario pasa por su peor momento, algo que las encuestas de distinto origen muestran sin pudor y que el número de inflación de marzo viene a retroalimentar.

En todo ese deterioro que tiene su evidente capítulo en una macroeconomía que ya no estaría resultando tan ordenada, se oxigena con un ejercicio de la política bebé, esa que determina que, si no veo lo que pasa, no existe. Como en el juego que practicamos con nuestros pequeños cuando les tapamos la cara y preguntamos dónde están, el oficialismo gobernante ha preferido mirar para otro lado con los límites que le imponía la realidad económica.

De alguna forma el libertarismo se encuentra atrapado por un escenario que ya no le resulta afín. Tres hechos moldean y confirman ese retroceso durante los últimos quince días:

1.      El Congreso ya no es lo que era. El rechazo de los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla para ser nombrados como jueces de la Corte demuestra que ciertas presiones sobre algunas partes del sistema político no siempre alcanzan para prevalecer. En esta oportunidad algunos gobernadores dieron vía libre a sus senadores y la contundencia de los números habla por sí sola. La vitalidad del tercio bloqueante no resulta permanente y para colmo de males, la Cámara de Diputados decidió ponerse los pantalones largos y habilitar la existencia de una comisión que investigue los hechos que derivaron en la cripto estafa.

2.      Un viernes cualquiera como síntesis del fracaso. Guste o no, el dato de la inflación en la Argentina es un número político. Su incidencia resulta por demás de evidente y el 3,7% del mes de marzo refleja que cierto relato de una baja persistente de la inflación ya no puede ser sostenido a riesgo de ser considerado un estúpido o ponderar a la ciudadanía en el mismo grado. Si, además, el rubro que más ha incidido en el aumento resulta ser el de alimentos, va de suyo que hay una forma de argumentación que ya no puede sostenerse porque pega directamente en la línea de flotación de los sectores bajos y medio bajos, a los cuales el libertarismo supo interpelar y seducir. Con el riesgo de una devaluación incipiente, la bala de plata que representaba contar con un dólar planchado, ya no tiene la potencia de antaño.

3.      La recurrencia al Fondo. En lo concerniente con el organismo internacional, basta revisar la historia libertaria reciente, los dichos del entonces candidato y del ahora presidente para comprender el salto ornamental que el oficialismo ha propiciado. Tomándonos el trabajo de mirar hacia atrás con todo lo dicho respecto de lo que sucedería con la inflación, de las condiciones que el cepo imponía (que en algún momento el ministro Luis Caputo llegó a ponderar) y de las sumas apócrifas respecto del nivel de reservas con que contaba el Banco Central, resulta evidente que el concepto de “mala praxis” podría ser aplicado sin temor a una forma de entender el ejercicio de la cosa pública. De alguna extraña manera, en esta cuarentona democracia que supimos conseguir y con la honrosa excepción de un tal Néstor Kirchner, el FMI ha sido un actor al que todos los gobiernos han recurrido y que, como la muerte, siempre te espera.

Con todo, el mundo libertario se yergue sobre la falacia de triunfos que no lo son. Parece contar con la anuencia de ciertos bloques de poder que durante el fin de semana saludaron la salida del cepo, la cual, como confirma la economista Mariana Del Pogetto (insospechada de kirchnerista) resulta definitivamente parcial y limitante.

Como elementos anexos, el libertarismo en su conjunto recurrió a sinsentidos argumentativos de la talla de que la inflación de marzo era responsabilidad del gobierno anterior y de que el préstamo por U$s 15.000 millones no es deuda nueva ya que viene a reemplazar la que tiene el BCRA con el Tesoro Nacional, como si una deuda en dólares ante un organismo internacional sea lo mismo que esté sustanciada en pesos y en el plano interno.

En la comunicación política del día viernes el oficialismo trató de brindar la imagen de una fortaleza que no tiene. En la recurrencia a cierta épica se esconde una debilidad congénita y el primer capítulo se mostró en la presentación de un ministro que apareció emocionado agradeciendo a su equipo y a familiares por el “logro’’ del acuerdo alcanzado.

La segunda parte (el libertarismo gusta de la sobreabundancia comunicacional con pocas horas de diferencia) se complementó con la cadena nacional donde el presidente, rodeado del conjunto de sus ministros puso en marcha el operativo de mostrar la salida del cepo como un éxito que viene a cumplir con una promesa de campaña. Parece no importar las afirmaciones de semanas atrás, donde ese pedido de operadores mediáticos y voceros empresariales siempre resultaba relativizado.

El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional tiene mucho de historia con algunos puntos de encuentro con lo sucedido en el 2018. Con el ministro Luis Caputo como un actor que se repite en la trama, y luego de haberse quedado si crédito de parte del mercado, siete años atrás el préstamo de U$s 45.000 millones servía como una especie de palanca que sería funcional al triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales del año siguiente.

Con un monto menor, pero también con la fugacidad de un acuerdo que permita “tirar” hasta las elecciones de medio término del mes de octubre (seis meses), otra vez el organismo avanza con el evidente apoyo de los Estados Unidos, pero con el dato en las alforjas de que la oposición encarnada en el peronismo ha anunciado la posibilidad de no reconocer el acuerdo si llegase al gobierno en 2027, a partir de la manifiesta ilegalidad que se ha producido al habilitarlo, ya que no cumplió con el procedimiento que impone el plexo normativo argento.

En el macrismo el cepo se dejó atrás con financiamiento del sector privado y se llegó al FMI como síntesis de un fracaso harto evidente, el cual no pudo ser revertido en las presidenciales de 2019. En 2025, la recurrencia resulta idéntica, pero de cara a una elección legislativa y con la circunstancia de algo que todavía no ha salido a la luz y que ninguno de los que vitorean el flamante logro parece preguntarse: ¿cuáles son los condicionantes del préstamo? Si, como plantea el gobierno, la tarea ya fue echa, ¿cuáles son los elementos nuevos que supone la llegada de los fondos frescos? Dudas que flotan en el aire y que, un hipotético triunfo electoral en octubre no necesariamente resolvería ya que, recordemos, lograr ciertas mayorías libertarias, a partir de la actual composición legislativa, requeriría de un triunfo electoral de una magnitud que hoy, sensatamente, nadie avizora.

Por momentos, el presidente aparece desnudo en una debilidad que no logra revertir del todo, pese a cierta vocinglería mediática y de redes. Pero a diferencia del loco de la calesita que nos regalara hace cuarenta y dos años Juan Carlos Baglietto, no silva bajo para no molestar. Aunque a veces, jugando a ser Dios, nos regale innegables dosis de humo tóxico.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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