Opinión
La reconstrucción
La otra guerra: entre el tecnoautoritarismo y el capitalismo de vigilancia
La guerra en Ucrania es la primera que se viraliza: transmitida en tiempo real, explicada mediante fragmentos de imágenes que, en pocos segundos, tratan de reflejar amenazas, temores, heroísmo y devastación. Los movimientos militares se han publicado online. Las cámaras digitales y las redes sociales se han transformado en las herramientas omnipresentes del campo de batalla informativo. Durante las primeras semanas de la invasión, el Washington Post pudo rastrear el movimiento de las tropas rusas en Ucrania usando tan solo videos subidos a TikTok por usuarios que compartían imágenes de tanques y soldados en una viralización creciente, a punto tal que The New Yorker la consideró « la primera guerra de Tik Tok». La aplicación china, que tiene más de 1.000 millones de usuarios, convertida en la red de difusión de coreografías familiares virales durante la pandemia, se ha transformado en la actualidad en fuente de información para cientos de miles de jóvenes que siguen las imágenes de la guerra en Ucrania al ritmo en que su dedo se desliza en la pantalla en su celular. Avanzando de manera indiscriminada entre la emocionalidad, las imágenes de guerra y los memes, realidad y ficción se mezclan. Como un ejemplo claro de esto, uno de los videos sobre Ucrania que más ha circulado en las redes, con más de siete millones de vistas, y que muestra a soldados extenuados que se despiden de sus familias, resultó ser una escena de un film ucraniano de 2017.
Tik Tok se ha convertido en un campo de batalla de la información, pero también en un medio para galvanizar el apoyo hacia los ucranianos y en una herramienta útil para la proliferación de relatos engañosos que distribuyen contenido falso para obtener ganancias rápidas mediante videos que piden donaciones para la causa ucraniana.
Si esta es, como lo afirma el filósofo francés Edgar Morin, «la primera ciberguerra en la historia de la humanidad», está a punto de convertirse en la primera en la que dos grandes tendencias globales de la digitalización miden sus fuerzas: el tecnoautoritarismo tanto de China como de Rusia por un lado, y el modelo estadounidense de Silicon Valley por el otro, en el cual empresas privadas despliegan lo que Shoshana Zuboff llama «capitalismo de la vigilancia». Mucho antes de la invasión, el mundo digital ya había comenzado a dividirse en una confrontación tecnológica marcada por la rivalidad entre China y Estados Unidos. La «soberanía» rusa sobre internet ya se había construido sobre la base de la censura informativa y la persecución de la oposición política. Los aliados del Kremlin controlaban VKontakte, la versión rusa de Facebook. Desde 2019, una ley sobre la «soberanía en internet» había obligado ya a todos los proveedores de servicios online a pasar por los filtros de la censura digital del Servicio Federal de Supervisión de las Telecomunicaciones, Tecnologías de la Información y Medios de Comunicación (Roscomnadzor). No obstante, la invasión de Ucrania aceleró y profundizó el alcance de esta cortina de hierro digital que busca aislar a los rusos de cualquier relato que difiera de los argumentos oficiales del Kremlin para construir el casus belli de Putin.
La red rusa de mensajes cifrados Telegram se ha convertido en un instrumento perfecto para medir la confrontación de relatos sobre la guerra, ya que se transformó en una poderosa herramienta de comunicación tanto para rusos como para ucranianos durante el conflicto. La plataforma se ha posicionado recientemente como un medio de información útil para los periodistas que están en Ucrania, en especial para la creación de canales de noticias dirigidos a una audiencia más joven. Aun el presidente Volodímir Zelenski depende fuertemente de su canal oficial de Telegram para dirigirse a los ucranianos y los líderes políticos de todo el mundo, tanto como para impulsar la recaudación de fondos para su país. A diferencia de WhatsApp, Telegram no limita el número de usuarios por canal y prácticamente no hay moderación de contenidos, por lo que también ha funcionado como un espacio para movilizar el apoyo hacia las tropas rusas, como lo evidencia la popularidad del canal Intel Slava Z.
Aun si, de acuerdo con los expertos, el estancamiento militar en el territorio puede acelerar la ciberguerra, a corto plazo la estrategia rusa sigue enfocada en la censura y el control de la narrativa: una amalgama de creación de contenido y difusión y reacciones orquestadas en la que cada herramienta tiene un papel por desempeñar, desde lo que se conoce como granja de trolls rusa, la Agencia de Investigación de Internet con sede en San Petersburgo, hasta los medios públicos rusos, las bocas de propaganda gris y los canales anónimos pro-Kremlin en Telegram. En el punto culminante de la confusión desplegada en Ucrania, una investigación realizada por Pro Publica demostró que se ha dado incluso la paradoja de utilizar verificadores de información falsos que niegan noticias falsas inexistentes. Los investigadores identificaron al menos una docena de videos que denunciaban supuestas campañas de propaganda ucraniana que nunca se produjeron. Según los expertos, el propósito es sembrar la duda frente a cualquier imagen futura que denuncie el impacto de supuestos ataques rusos.
Los gigantes tecnológicos estadounidenses también se han convertido en parte de la batalla informativa que se está librando a expensas de la guerra en Ucrania. A pedido de la Unión Europea, Google, Meta y Twitter decidieron actuar contra cuentas asociadas al Kremlin para impedir la difusión de desinformación y, en especial, para limitar el acceso a contenido de canales oficiales rusos tales como RT y Sputnik. Apple retiró la aplicación de noticias RT News de su punto de venta y YouTube bloqueó el canal ruso de noticias. El anuncio de una prohibición de las transmisiones de RT y Sputnik en la Unión Europea no solo es riesgoso desde una perspectiva política, sino también difícil de implementar legalmente. Sin embargo, demuestra el grado de polarización de la escena informativa bélica, donde la censura y la emocionalidad se han convertido en una parte esencial del relato del frente de batalla. En este sentido, el 11 de marzo Meta anunció que los usuarios de Facebook e Instagram en Ucrania tendrían permitido temporalmente llamar a la violencia contra las Fuerzas Armadas rusas en el contexto de la invasión. Como lo señaló Human Rights Watch, esa política nunca se contempló, por ejemplo, en Siria, donde fueron cometidos supuestos crímenes de guerra que involucraron a las fuerzas rusas.
Las plataformas big tech se han convertido en instrumentos del conflicto: recolectando información y compartiéndola con los Estados, hackeando sitios web o controlando la información, sumándose a boicots internacionales, eliminando cuentas de redes sociales o actuando como instrumentos de movilización, influencia y sesgo emocional.
FUENTE: NUEVA SOCIEDAD
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Dana Vazquez