Martes, 24 Octubre 2017 14:16

La Fiebre Amarilla

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La Fiebre Amarilla Infobae

Algunas razones básicas del triunfo de Cambiemos. Un estilo de comunicación política y la presencia de aliados fundamentales. La atomización opositora y la confirmación del viraje hacia la derecha. El rol del peronismo y sus nuevos / viejos desafíos.

El triunfo de Cambiemos resulta evidente. Como dato histórico, desde 1983 hasta hoy, es la segunda oportunidad en la que una fuerza política triunfa en los cinco electorados más numerosos (CABA, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza). La primera había tenido como protagonista al radicalismo de Raúl Alfonsín, que, indudablemente, en estos tiempos resulta una especie en extinción.

Varios son los elementos que explican semejante comportamiento electoral. En primera instancia puede decirse que las virtudes del tipo de campaña diseñada por el PRO, pero fundamentalmente la ya no tan novedosa forma de comunicación política que ha desarrollado la fuerza que conduce Mauricio Macri ha interpelado exitosamente a buena parte de la sociedad argentina. El día a día comunicacional con un estilo franco, directo, apelando a sensibilidades y generalidades varias, la recurrencia a la “bonomía” de María Eugenia Vidal (entre otros), la cercanía ideológica con los medios dominantes y la inestimable ayuda del Partido Judicial han construido una coyuntura definitivamente favorable para los intereses amarillos.

¿Alcanza esto para explicar los resultados? Indudablemente no. En la balanza debe colocarse la crisis que atraviesa al peronismo en toda su extensión. Si bien la derrota de Cristina Fernandez está a la vista, no es menos cierto que varios de los propios y los extraños, los de adentro y los de afuera, quienes se probaban el traje de la sucesión y renovación justicialista, han quedado expuestos de manera insoslayable. Entre los que están adentro, Urtubey en Salta, Bordet en Entre Ríos y Menem en La Rioja, debieron conformarse con segundos lugares que les debería permitir digerir en algo sus derrotas. Para los que están “afuera”, algo similar puede plantearse para el panorama planteado para las huestes de Juan Schiaretti y José Manuel de la Sota en Córdoba. Ni hablar de la estrepitosa derrota de Sergio Massa que incluso quedó relegado al tercer lugar en su lugar de origen, Tigre. Sobresalen la victoria de María Emilia Soria en Rio Negro, del candidato de Mario Das Neves en Chubut y la remontada de los Rodriguez Saá en San Luis. No es demasiado para un espacio político que supo ser el eje ordenador de la política nacional hasta hace no mucho. Pero además, debe señalarse que la dirigente justicialista a la que querían jubilar resultó la más votada de todos sus dirigentes en números absolutos. En una fuerza que siempre se estructuró desde y para el poder, legitimando como conductores a quienes resultaban vencedores, se plantea un difícil escenario de mediano plazo en su construcción política.

Aún así, con una gestión gubernamental de Cambiemos que no muestra ningún logro ostensible y masivo en materia económica, ¿alcanza esto para explicar los resultados? Otra vez, indudablemente, no. Puede hablarse hasta el hartazgo del desgaste de algunas figuras de la oposición, del techo bajo de Cristina Fernandez, de la escasa penetración en el electorado nacional de aquellos dirigentes peronistas que, como marcábamos líneas más arriba, resultaron victoriosos en el día de ayer.

Pero hay otro fenómeno que en este domingo 22 de octubre vino a confirmarse y que demuestra que los resultados del ballotaje de noviembre de 2015 no fueron una casualidad: el electorado argentino y tal como sucede en buena parte del mundo occidental, ha virado a la derecha. Si todas las razones del desgaste K fueran atendibles, si la ex presidenta se hubiera convertido en el referente con peor imagen del sistema político argentino, ¿cómo explicaríamos que el espacio de centro izquierda ha quedado tan debilitado en el presente? Es más, saquemos del análisis al socialismo santafesino que puede estar atravesado por el desgaste y los errores lógicos (y no tanto) de diez años de gestión, pero lo que resulta evidente es la confirmación de lo que viene sucediendo desde hace algún tiempo: en la grandes jurisdicciones territoriales esas fuerzas han perdido peso específico. Da la sensación que a la hora de ganar espacios de poder a través del voto, las opciones son el peronismo (en sus múltiples vertientes) o el ahora cada vez más sólido bloque de Cambiemos. En otras coyunturas históricas esa centro izquierda sabía conciliar un diálogo con ciertos sectores medios que hoy no parece tener.

Y además, digamos claramente que las medidas económicas que afectaron a parte de la sociedad a través de esa fenomenal transferencia de recursos que se llama devaluación, la persistente inflación que supuestamente resultaría la cosa más fácil de resolver y el aumento centenario de tarifas y servicios no afectaron de la misma manera al conjunto de la población. Persiste en el inconsciente colectivo de muchos sectores, ya como estigma cultural, que la etapa krchnerista fue una fiesta que debía terminar para volver a la “normalidad”. Existe, desde tiempos inmemoriales algo parecido a la autoflagelación que nos indica que las tasas de ganancia de grandes empresarios y bancos resulta algo natural pero contrapuesto con el derecho de los que nada tienen a vivir un “cachito” mejor.

Un detalle final. Ninguno de los argumentos precedentes deben servir de forma justificatoria a aquellos que resultaron derrotados y que, muy lejos de las propuestas políticas de Cambiemos, pretenden (legítimamente) la construcción de otra sociedad. En el caso del peronismo particularmente, hace rato que debe barajar y dar de nuevo, por lo menos desde 2015. Lejos está de volver a enamorar al electorado argentino y ha cometido demasiados errores a lo largo de esta campaña (nunca apareció como una fuerza homogénea, excepto algunos honrosos casos como Santa Fe) y durante los primeros dos años de gestión macrista. Cuenta con el manejo de varias estructuras provinciales de poder, con una nada desdeñable fuerza parlamentaría en ambas cámaras, con una dirigente que contra todos los pronósticos iniciales sumó cerca de 3.500.000 votos. Es evidente que resultará casi imposible evitar el pase de facturas y las chicanas de la hora. Pero la atomización no hace más que fortalecer al neoliberalismo gobernante. Tal vez, más temprano que tarde deberá responder ante el llamado de la sociedad por el desmanejo económico, financiero y productivo que lleva adelante el oficialismo. Y para esa hora sería pertinente estar preparados. El proceso es largo, pero en algún momento deberá iniciarse.

 

(*) Analista político de Fundamentar

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