Domingo, 03 Noviembre 2013 16:35

Rusia Regresa a la Escena Internacional.

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Los presidentes Obama y Putin durante la Cumbre del G8, Irlanda del Norte, 17-6-13 (Kevin Lamarque/Reuters) Los presidentes Obama y Putin durante la Cumbre del G8, Irlanda del Norte, 17-6-13 (Kevin Lamarque/Reuters)

El relevante papel de Rusia en la resolución de los recientes grandes conflictos –el asilo a Snowden, la distensión del tema sirio– si bien tiene que ver con errores estratégicos estadounidenses, se explica fundamentalmente por su objetivo de recuperar protagonismo en la definición de las reglas de juego internacionales.

 

En el transcurso de los últimos meses, el presidente ruso Vladimir Putin obtuvo dos éxitos importantes en la escena internacional. En el mes de agosto, ofreció asilo al experto en informática estadounidense Edward Snowden, autor de espectaculares filtraciones en los sistemas de vigilancia digital de la Agencia Nacional de Seguridad (National Security Agency, NSA). En ese momento pudo jactarse de que Rusia era el único Estado del mundo capaz de resistir a las exigencias de Washington. Para sustraerse a ellas, incluso China se había desentendido, seguida por Venezuela, Ecuador y hasta Cuba, quienes multiplicaron las excusas.

Paradojalmente, las presiones ejercidas por el vicepresidente Joe Biden y por el propio presidente Barack Obama a los gobiernos tentados de recibir al joven estadounidense, contribuyeron en gran medida al éxito de Putin. Washington actuó como si Snowden representara un riesgo comparable al que encarnaba el ex líder de Al-Qaeda, Osama Ben Laden. Hasta obtuvo de sus aliados que prohibieran el espacio aéreo al avión del presidente Evo Morales, sospechado de transportar al agente informático. Esta atmósfera contribuyó a poner de manifiesto la “audacia” de Putin, tanto sobre la escena política rusa como sobre la internacional. En Moscú, muchos opositores aprobaron su gesto en nombre de la defensa de los derechos y de las libertades civiles.

AL RESCATE DE OBAMA

Pero el verdadero éxito de Putin, de rango muy superior, fue alcanzado en el tema sirio, gracias a la promesa que le arrancó a Bashar Al-Assad de destruir, bajo control internacional, todas las armas químicas de su país. Obama decidió, en efecto, suspender “provisoriamente” los bombardeos punitivos que planeaba. Hasta entonces, la Casa Blanca había amenazado a Rusia con el aislamiento internacional, criticando duramente su apoyo al régimen de Damasco y su oposición a toda sanción de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Ahora bien, Putin aparece hoy como el hombre de Estado que logró evitar una expedición militar de temibles consecuencias.

También en este punto, su victoria fue facilitada por los malos cálculos de la administración estadounidense. Luego de haber sufrido el rechazo del Reino Unido para asociarse en la operación que planeaba, Obama estuvo a punto de conocer un segundo fracaso, con consecuencias imprevisibles, en su tentativa de obtener el aval del Congreso estadounidense. Aunque “increíblemente limitadas”, según los términos del secretario de Estado John Kerry el 9 de septiembre, las represalias militares en las cuales se había embarcado por razones de credibilidad le resultaban profundamente odiosas. Al día siguiente del acuerdo posibilitado por Putin, el diario Izvestia titulaba: “Rusia acude en socorro de Obama” (12 de septiembre de 2013).

Con toda prudencia, el presidente ruso se cuidó de manifestar la misma ironía triunfalista que sus seguidores. Acorde con su diplomacia, ve en los últimos acontecimientos un signo de los tiempos y una ocasión histórica que, sobre todo, no debe desperdiciarse. A tal punto que si Snowden hubiera llegado a Moscú en octubre en vez de en julio, sin duda no hubiera podido quedarse.

 

 

DE LA URSS A RUSIA

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Poderío económico

Relación del Producto Nacional de EE.UU. y el de la URSS/Rusia, en paridad de poder adquisitivo.

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Fuentes: (1989) CIA World Factbook, 1992 y 2012

Indicadores del Desarrollo Mundial 2013,
Banco Mundial.

INTERESES EXTERNOS E INTERNOS

Desde hace dos años, la actitud de Rusia en el conflicto sirio demuestra sus temores y sus frustraciones, pero también sus objetivos y sus ambiciones a largo plazo en la escena internacional. Al mismo tiempo, ilustra los problemas que Putin enfrenta en la escena interna.

Las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2000) dejaron muchas secuelas. Aunque los atentados y los ataques contra las fuerzas del orden ya no tengan la misma importancia y no dejen tantas víctimas, siguen siendo muy frecuentes en el Cáucaso Norte, y se expanden como mancha de aceite; en particular en Daguestán y en Ingusetia (aun cuando los enfrentamientos y crímenes que se dan allí demuestran más bandolerismo que política). Los grupos de militantes chechenos están menos coordinados, más dispersos, pero siempre presentes. Dos atentados sin precedente golpearon en julio de 2012 a Tartaristán, a pesar de estar situado muy lejos del Cáucaso Norte. Y el dirigente clandestino checheno Doku Umarov, que se proclamó emir del Cáucaso, prometió un atentado durante los Juegos Olímpicos de Sochi, en febrero de 2014.

Al igual que algunos observadores estadounidenses como Gordon Hahn, investigador en el Center for Strategic and International Studies (CSIS) en Washington, una gran parte de la prensa rusa estima que varios centenares de militantes provenientes de Rusia combaten en Siria contra el régimen. Eso podría explicar que se sigan entregando armas al gobierno de Al-Assad. Para Putin y su entorno una debacle del ejército sirio haría de ese país una nueva Somalia, pero con muchas más armas y en una región mucho más peligrosa y capaz de ofrecer una base de reserva a los combatientes que operan en Rusia. Tuvo que pasar algún tiempo antes de compartir estos temores con Washington, donde se había subestimado la resistencia de las fuerzas fieles a Al-Assad.

En cuanto a los intereses en política internacional, en el conflicto sirio con frecuencia se redujeron los objetivos rusos a la preservación de Tartus –la única instalación (más que una base) militar naval de Rusia en el Mediterráneo– y al mantenimiento en el poder de uno de sus clientes en el mercado de armamentos. Sin ser totalmente despreciables, estas consideraciones no explican la obstinación de Moscú, que intenta sobre todo recuperar un lugar y un papel en el orden internacional postsoviético.

A partir de 1996, desde que el académico Evgeni Primakov se hizo cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores o sea mucho antes del advenimiento de Putin (elegido presidente en el año 2000), existe un consenso dentro de las elites políticas que desde entonces no ha cesado de reforzarse: Estados Unidos intenta impedir el resurgimiento de Rusia como potencia en alguna medida importante. Los partidarios de este análisis ven la prueba en la expansión sucesiva de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia los países bálticos y hacia varios países del Este, y en la voluntad estadounidense de incluir en ella a Georgia y a Ucrania, en violación a las promesas hechas a Mijail Gorbachov con vistas a lograr su consentimiento para la integración de la Alemania unificada en la Organización. Washington, afirman los diplomáticos rusos, ha tratado de mermar la influencia de Rusia hasta en la región de sus intereses más legítimos.

Para el Kremlin, el hecho de que Estados Unidos y sus aliados prescindan del Consejo de Seguridad de la ONU para la imposición de sanciones internacionales, y más aun para guerras como las de Kosovo en 1999 y la de Irak en 2003, constituye una manera de evitar toda negociación sobre una base que obligue a Washington a tener en cuenta los intereses rusos de una manera no marginal. Moscú expresa una aversión profunda respecto de las operaciones militares exteriores, y más aun hacia los cambios de régimen orquestados sin el aval del Consejo de Seguridad.

Al oponerse a toda operación contra Siria, Rusia invocó constantemente el precedente libio de 2011. En ese entonces se había abstenido en el momento del voto de la Resolución 1.973, cuyo fin proclamado era proteger a las poblaciones, pero que fue desviado para justificar una intervención militar y el derrocamiento de Muamar Gadafi. En esa época Dimitri Medvedev era presidente, y el Kremlin apostaba a una nueva salida en sus relaciones con la Casa Blanca.

HACIA UN MUNDO MULTIPOLAR

En Moscú predomina hoy una visión esencialmente geopolítica de los asuntos internacionales –vieja tradición en Rusia–. Desde 1996, el objetivo central y oficial de la política exterior es reforzar la tendencia a la multipolaridad en el mundo a fin de reducir gradualmente el unilateralismo estadounidense. Realista en cuanto a las posibilidades actuales o hasta futuras de su país, Putin –como Primakov antes que él– estima que Rusia tiene necesidad de aliados para avanzar en esta vía multipolar.

China se volvió el primero de sus aliados estratégicos, y el que más pesa. La concertación de los dos países en el Consejo de Seguridad es permanente, en particular sobre el asunto sirio, tanto como lo fue sobre el de Irán, Libia, o la guerra de Irak de 2003. Más paciente y más confiado en sus medios, Pekín deja que Moscú ocupe la delantera en la defensa de sus posiciones comunes. De allí también la consagración por el Kremlin del Consejo de Seguridad como único lugar legítimo de los arbitrajes políticos internacionales.

Desde el comienzo de esta sociedad los analistas occidentales predicen su disgregación próxima, en razón del temor de las elites rusas frente al peso demográfico y económico de China. Sin embargo, la cooperación no ha cesado de crecer, tanto sobre el plano económico (exportación de petróleo y de armas rusas) como político (concertación dentro de la Organización de Cooperación de Shanghai) y militar: casi todos los años tienen lugar maniobras y ejercicios conjuntos que involucran a las fuerzas aéreas, terrestres y navales.

Es verdad que existen zonas de fricción, por ejemplo, respecto del comercio con los países del Asia Central postsoviética, donde China desde 2009 superó a Rusia. Pero Pekín hasta el presente respetó la primacía de los intereses geopolíticos de su vecino, y no intenta implantar bases allí. Reconoce el Tratado de Seguridad Colectiva firmado entre Moscú y la mayoría de los Estados de la región. En cambio, a pesar de las repetidas demandas del Kremlin, que quiere una cooperación entre la OTAN y el Tratado de Seguridad Colectiva como marco de la cooperación en torno de Afganistán, Estados Unidos siempre se negó prefiriendo tratar separadamente los problemas con cada uno de los Estados, como la instalación de bases o el pasaje para abastecimiento de sus tropas.

Putin no busca competir en todos los niveles con Estados Unidos, cuyos medios, sin duda, no son los suyos. Es verdad que el hecho de que cada uno acuse al otro de adoptar una mentalidad de Guerra Fría puede crear confusión. Pero cuando Rusia se complace de los disgustos internacionales de Washington es más por despecho que por espíritu de revancha. Así, no desea un fracaso de Estados Unidos en Afganistán, ni su retirada precipitada de ese país. En cuanto al enfrentamiento en el asunto sirio, concierne en principio y ante todo a las reglas del juego internacional. Rusia busca un nuevo equilibrio del orden mundial que haría reiniciar sus relaciones con Estados Unidos y el mundo euro-atlántico sobre una nueva base; lo que no impide tampoco una competencia feroz en algunos sectores donde el país está bien armado: Rusia tiene así grandes chances de que su proyecto de gasoducto South Stream le gane al proyecto Nabucco, sostenido por Washington.

¿Ha llegado la hora del gran reequilibrio buscado con obstinación por el Kremlin? ¿Su ambición de encontrar un rol distinto al de subalterno estaría por realizarse? El éxito de Putin en el problema sirio mantiene la sensación –o quizás la ilusión– de que la multiporalidad estaría imponiéndose a Washington. La defección del Reino Unido, el aliado incondicional de Estados Unidos, sería un signo de los tiempos, lo mismo que los debates que siguieron durante la cumbre del G20 en San Petersburgo, donde se expresó con fuerza una oposición a toda aventura militar en Siria. La aversión que se manifestó en el Congreso estadounidense sería un signo más.

Para los analistas rusos más moderados, no hay que apostar por los neo-aislacionistas del Congreso, sino por el primer Obama, es decir aquel que quiere no una falta de compromiso estadounidense desestabilizadora, sino una desactivación de los conflictos más peligrosos sobre la base de compromisos internacionales. Ahora bien los dos conflictos más amenazadores son los que conciernen a Siria e Irán –que están estrechamente ligados–, y a cuya solución Rusia estima poder contribuir grandemente.

El acercamiento entre Washington y Moscú sobre el asunto sirio comenzó mucho antes del espectacular revés de septiembre. En mayo de 2013, John Kerry acordó con su homólogo ruso el proyecto de una conferencia internacional consagrada al futuro de Siria, sin dejar de exigir la salida de Al-Assad. En la cumbre del G8 de junio, en Lago Erne, en Irlanda del Norte, fue demorada una declaración común sobre Siria para obtener el aval de Putin. La aceptación de Al-Assad de deshacerse de sus armas químicas, si se confirma, dará al dirigente ruso legitimidad ante las cancillerías occidentales.

Desde hace ya varios meses, Moscú insiste para que Teherán participe en la conferencia internacional programada, a fin de contar con una oportunidad de conseguir su objetivo. Hasta ahora, aguijoneado por Israel, Estados Unidos se negó. Por eso Rusia se dedica a activar el diálogo iniciado entre Obama y el nuevo presidente iraní, Hassan Rohani. Incluso un mínimo compromiso sobre el asunto nuclear facilitaría una dinámica de conjunto. Moscú trabaja por otra parte en reforzar sus relaciones con Irán, que se habían deteriorado después de su adhesión a muchas de las sanciones solicitadas por Washington en el Consejo de Seguridad en 2010. En ese entonces había anulado la entrega a Teherán de misiles de defensa anti-aérea SS-300.

No es la primera vez que Putin trata de establecer una relación fuerte con Estados Unidos sobre la base de una igualdad al menos relativa. Esta actitud se apreció después de los ataques de septiembre de 2001, cuando creyó ver una oportunidad. Sin condiciones previas, facilitó la instalación de bases militares estadounidenses entre sus aliados de Asia Central para la guerra de Afganistán. Y, para dar muestras de su voluntad de ir todavía más lejos en esta distensión, hizo cerrar las últimas instalaciones soviéticas de vigilancia en Cuba (poco importantes, es verdad). Pero en los meses que siguieron, George W. Bush dio luz verde a la entrada de las tres repúblicas bálticas en la OTAN, y anunció la retirada estadounidense del tratado de defensa antibalística, llamado tratado ABM, que limitaba estrictamente las armas de defensa antimisil. La calma se había terminado. Putin considera que ahora es posible volver a una cooperación más fructífera.

Una hipoteca importante pesa sin embargo sobre la posibilidad de este cambio, y se relaciona con asuntos internos rusos. Desde su regreso a la presidencia en 2012, en un contexto de fuertes manifestaciones de oposición popular en Moscú, Putin, para mejor asentar su poder, cultiva el sentimiento antiestadounidense como un componente del nacionalismo ruso. Así se observa en particular en las nuevas leyes que obligan a las organizaciones no gubernamentales (ONG) rusas que reciben financiamiento exterior, por más débil que sea, a declararse al servicio de intereses extranjeros. Se advierte aquí una huella de su formación en la KGB, que lo lleva a ver las maniobras e influencias exteriores como la causa esencial de los problemas internos y como factores de inestabilidad política. Un agravamiento, o por el contrario una corrección del déficit de legitimidad de su poder, pesará, sin duda, sobre la realización de sus ambiciones internacionales.

 

(*)Doctor en Ciencias Políticas y profesor adjunto en la Universidad de Quebec en Montreal. Autor del ensayo Le Retour de la Russie, Varia, Montreal, 2007.

 

RELEVAMIENTO EDICIÓN: Rafael Pansa

FUENTE: ElDiplo

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