En 2023 se cumplen cuarenta años de democracia ininterrumpida en Argentina. Este hito va a coincidir con lo que seguramente miraremos retrospectivamente como un período de inflexión a nivel global. También como país. Desde 2020, la pandemia aceleró una serie de cambios capaces de alterar estructuralmente cómo es el mundo y qué oportunidades hay para el desarrollo, en un momento que podríamos considerar entre los peores de la historia nacional. Argentina no crece desde hace una década y llevamos más de treinta años sin perforar el piso del 25% de la población en situación de pobreza. La emergencia del presente se conjuga entonces con la necesidad, también urgente, de repensar la estrategia de desarrollo. El largo plazo.
En Argentina, como en tantas otras partes del mundo, las oportunidades a las que puede acceder una persona en toda su trayectoria vital son determinadas por dónde se nace y crece: en qué lugar y como parte de qué familia. Y los problemas estructurales se vieron agravados por la recesión que afecta el país desde 2017 y, más recientemente, por los efectos que trajo la pandemia. Hoy son 4 de cada 10 las personas que están en la pobreza, y esa proporción se eleva a 6 de cada 10 si hablamos de niñas, niños y adolescentes.
En el último año, muchas personas perdieron su trabajo: algunas están en el desempleo y otras directamente salieron del mercado laboral (la tasa de actividad cayó 9,3 puntos porcentuales entre 2019 y 2020). Cada vez se amplían más las desigualdades geográficas, de género y socioeconómicas. El presente arde en lo sanitario, pero también en lo social y en lo económico.
Estamos en un momento bisagra que nos enfrenta a definir cómo queremos que sea lo que vendrá. Y las definiciones necesarias son especialmente complejas porque deben, en simultáneo, considerar tres frentes: las urgencias del presente, los problemas estructurales que tiene el país y la necesidad de crear un aspiracional de futuro.
Existe un riesgo en intentar abordarlos simultáneamente en un contexto de tanta restricción. Hoy tenemos muy presentes límites varios que pueden constreñir las opciones que pensemos a futuro. Es probable que las respuestas a las que podamos arribar estén sesgadas. Si queremos consolidar una mejor perspectiva para todos y todas, tenemos que evitar que las características de la coyuntura actual coarten las oportunidades de las generaciones venideras.
El hito de los cuarenta años de democracia puede ser una oportunidad para darnos el espacio que requiere poner el momento actual en perspectiva. Desde Cippec lanzamos #40D, un proyecto que puede ayudarnos a mirar atrás, a entender mejor qué sucedió en estos cuarenta años y cuál es el balance que hacemos respecto de los desafíos más importantes que enfrenta el país. No para hacer revisionismo histórico sino, sobre todo, para poder pensar mejor, mirando hacia adelante. ¿Cómo es la democracia que, como sociedad, queremos legar? ¿Qué democracia piden las generaciones que van a gestionar los siguientes cuarenta años de democracia en Argentina? Esta ocasión única para jerarquizar en el debate público los grandes dilemas, para repensarlos en este punto de inflexión, nos puede ayudar a construir una mirada distinta sobre las políticas públicas, que contribuya a que se encuentren espacios para un mayor desarrollo.
Para poder dar a nuestro futuro una forma distinta, una forma más inclusiva y más sostenible, es necesario abordar los desafíos de largo plazo de una manera que difiera de lo que se hizo en el pasado. Los problemas estructurales están basados en premisas que solemos tomar por dadas. Solamente si cuestionamos esas premisas y pensamos de manera distinta podremos generar acciones que nos lleven a resultados diferentes, a resultados mejores. De otra forma es muy probable que terminemos con resultados similares a los que ya hemos visto en la historia argentina.
Las innovaciones a las que tenemos que dar lugar en nuestra estrategia de desarrollo se centran, fundamentalmente, en tres aspectos. En primer lugar, en qué actores deberían repensar estas estrategias. Por supuesto, el gobierno en particular y el sector público en general deben tener un rol de liderazgo en este proceso. Sin embargo, la mayor parte de los problemas que enfrentamos hoy no pueden ser resueltos únicamente desde el Estado. Se trata de problemas sistémicos, que afectan a toda la sociedad y que, por ende, requieren de la participación y el compromiso de distintos tipos de actores (sindicatos, movimientos sociales, sector privado y medios, entre otros). El Consejo Económico y Social es sin dudas un enorme paso en este sentido. Será central que en ese espacio se logren identificar las áreas de consenso, pero también los disensos y las alternativas divergentes que de ellos surgen. Si discutimos los criterios para ponderar esas alternativas, nos será posible llegar a mejores decisiones, sostenibles en el tiempo y mientras ocurran los cambios de gobierno.
En segundo lugar, debemos detenernos en cómo se piensan estas estrategias.
Las políticas públicas suelen tener un sesgo sectorial, en gran parte por la organización matricial del Estado: los temas se piensan de manera aislada. Pero los principales problemas que hoy abordamos son multidimensionales. ¿Cómo logramos que las políticas sociales sean eficaces en mitigar los efectos de la crisis pero tengan, en su diseño, estrategias que permitan una mayor sostenibilidad? ¿Cómo vinculamos las habilidades que se requieren en el mercado laboral con la transformación de la escuela secundaria? ¿Cómo se adapta la política a la creciente digitalización?
Desde los dilemas más urgentes que enfrentamos en la coyuntura, hasta los que parecen tener un enfoque más de largo plazo, todos requieren una mayor y mejor articulación de miradas. Por lo tanto, es necesario lograr un abordaje mucho más integral, que haga dialogar los temas y las políticas entre sí, para llegar así a resultados de mayor impacto.
En tercer lugar está lo que aprendemos de otras experiencias. Es necesario encontrar un punto medio en lo que la teorista política Carla Yumatle denomina el “movimiento pendular” entre cerrarnos al mundo e importar categorías sin filtro. Es posible revisar recorridos que sucedieron en otras latitudes y discusiones que se estén dando en foros internacionales para adaptar lecciones al contexto argentino.
El 3 de mayo inicié mi gestión como directora ejecutiva de Cippec, luego de 15 años en la institución. Asumí el desafío porque lo creo un espacio desagrietado, donde valen las personas y se discuten las ideas; donde podemos conjugar la urgencia con el largo plazo y cuestionarnos qué estamos dejando a nuestras hijas, nuestros nietos. Un lugar que, sobre todo, invita permanentemente a subir la propia vara para, así, elevar la de las políticas públicas. En los próximos años seguiremos levantando esa vara. Porque de eso, de entender que el largo plazo también es urgente, depende hoy nuestro futuro.
(*) Gala Díaz Langou es directora ejecutiva del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec). Magíster en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo (Universidad de San Martín y Universidad de Georgetown). Licenciada en Estudios Internacionales (Universidad Torcuato Di Tella). Realizó estudios de posgrado en Integración Internacional, Desarrollo y Políticas Públicas (FLACSO Argentina).
FUENTE: Perfil
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Camila Elizabeth Hernández