Miércoles, 02 Febrero 2011 13:47

El Enigma Político de Medio Oriente: Respuesta a Sami Nair

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Piedras_aireEn una mirada diferente sobre la realidad política de la región, el análisis pone el acento sobre los antecedentes históricos de los regímenes políticos del Medio Oriente como argumento sobre el posible desenlace de la presente efervescencia en el mundo árabe

 

En una mirada diferente sobre la realidad política de la región, el análisis pone el acento sobre los antecedentes históricos de los regímenes políticos del Medio Oriente como argumento sobre el posible desenlace de la presente efervescencia en el mundo árabe

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Piedras_aireLa llamada "Revolución de los Jazmines" acontecida a mediados del pasado mes de enero en Túnez y que puso fin al gobierno autocrático de Zine el Abidine Ben Ali, ha abierto un nuevo debate sobre la dirección del debate político en Medio Oriente, en este caso en la zona del Magreb, dentro del cual, y de manera ya a estas alturas poco sorprendente, algunos intelectuales de renombre hablan de la posible "génesis" de un proceso de democratización popular en la región.

En una reciente entrevista concedida al diario Página 12, el politólogo francés (de origen argelino) Sami Nair afirmaba lo siguiente con respecto a la visión que sostiene la inviabilidad de la democracia como forma de gobierno en Medio Oriente y en especial dentro del mundo islámico: "Eso corresponde a un discurso muy despreciativo construido por los países occidentales, por el capitalismo internacional cuya sede es la OCDE (Organización de Cooperación y de Desarrollo Económico), Estados Unidos y la Comisión Europea. Estos actores quieren que en los países árabes haya estabilidad y para ello necesitan regímenes fuertes, dictatoriales, porque lo que les importa son dos cosas: en primer lugar que esa gente no emigre y, en segundo, que las fuentes de recursos petrolíferos estén garantizadas. Por eso han desarrollado ese discurso en sintonía total con los dictadores, quienes siempre repitieron 'nuestros pueblos carecen de madurez política y cultural y, por consiguiente, no pueden acceder a la democracia'. Sabemos que todo eso es falso, que las aspiraciones democráticas son muy fuertes en esta región del mundo. Creo que lo que está ocurriendo lo demuestra de manera muy clara..."

Dejando de lado las afirmaciones de carácter geopolítico que tienen que ver con los recursos energéticos y los intereses de las potencias occidentales (con las cuales se podría llegar a estar de acuerdo en alguna medida), uno debería hacerse estas preguntas: ¿Existe algún país islámico que muestre en la actualidad una experiencia democrática exitosa o al menos sostenible? ¿Algún país islámico (árabe o no) fue alguna vez democrático? Y la respuesta, en ambos casos es negativa. Y lo es por una cuestión esencial que la perspectiva de análisis relativista desde el punto de vista cultural, a menudo omite: la democracia, tal como lo conocemos hoy es el resultado de una magnífica fusión de aportes culturales que se encuentran en las raíces del cuenco cultural Occidental.

La misma está constituida por la racionalidad de la Grecia Clásica (que dio origen a la noción de libertades políticas) y por el personalismo cristiano (que se transformó en el fundamento de las libertades civiles), que culminó con las bases idea de soberanía popular sistematizada y perfeccionada por Santo Tomás de Aquino en el Siglo XIII y profundizada más tarde por la Neoescolástica española, a través de los aportes de Francisco de Vitoria y Francisco Suárez en los albores de la Modernidad. De esta manera Occidente logró un equilibrio entre Mito - Fe y Razón que a la fecha no ha sido posible en Oriente. Esta región sigue anclada en la primacía ancestral del mito como fundamento de interpretación de la realidad: la religión es el prisma a través del cual se explica de forma holística la realidad social, sin que existan espacios de autonomía y de complementación (aquellos mismos a los que Occidente arribó gracias a los aportes de San Anselmo de Aosta y posteriormente del Aquinate).

Y puntualmente, en el caso del Medio Oriente musulmán, nada hay dentro del Islam que haga posible el surgimiento de una cultura democrática: las experiencias políticas de esta región han oscilado entre los califatos absolutistas (el antiguo Imperio Otomano), las monarquías absolutas (Arabia Saudita), diversos tipos de autocracias de corte civil y religioso (como pueden ser los casos de Siria, Libia y Egipto) o las hierocracias (el caso más representativo: Irán).

La única experiencia política que intentó amalgamar la tradición laica de Occidente con la realidad mítico – religiosa islámica de Oriente, fue la del Partido del Renacimiento Árabe (Baath) fundado por Michel Aflaq en Siria a mediados del siglo XX y de diversos movimientos nacionalista de índole militar, como el encabezado por Gamal Abder Nasser durante la misma época: las derivaciones actuales de ambos movimientos (por razones tanto endógenas como exógenas), lejos están de acercarse a cualquier imagen que tengamos de democracia. No hay nada en la historia que indique que un proceso como el democrático (al menos en su versión liberal) que se dio inicialmente en Europa Occidental y en América y que luego se trasladó a Europa Oriental tras la caída de la URSS, continúe en el mundo islámico.

Convalidar este proceso equivale a negar el profundo abismo cultural que separa a Oriente y a Occidente, con lo cual la afirmación de Nair: "Por eso pienso que estamos ante una ola que se va a desarrollar. Estamos en la misma historia que los pueblos de América latina abrieron en los años '80. Luego le siguieron los pueblos de Europa del Este en los '90 y ahora vienen estos pueblos. No podemos ocultar que lo que está ocurriendo es también una consecuencia de la globalización. La globalización es mala socialmente pero tiene algo bueno, que es la globalización de los valores democráticos en las sociedades civiles.", se inscribe en un universo meramente idealista.

 

(*) Licenciado en Ciencia Política. Analista Político de la Fundación para la Integración Federal

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