Miércoles, 26 Octubre 2011 21:20

“Lo importante es que Gadaffi desapareció”

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libia2La muerte de Muammar Gadaffi abre un panorama lleno de incógnitas pensando en el futuro de Libia. Tras los discursos que hablan de la llegada de la democracia a este país se conjugan la conveniencia de la desaparición del líder libio para los intereses de Occidente y la sobresimplificación de un complejo frente político interno.

 

La muerte de Muammar Gadaffi abre un panorama lleno de incógnitas pensando en el futuro de Libia. Tras los discursos que hablan de la llegada de la democracia a este país se conjugan la conveniencia de la desaparición del líder libio para los intereses de Occidente y la sobresimplificación de un complejo frente político interno.

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libia2Muammar Gadaffi ha muerto en circunstancias aún no esclarecidas durante la toma de su ciudad natal, Sirte. Muy probablemente el esclarecimiento de este hecho se diluya en la euforia y la vertiginosidad de los sucesos por venir. Pero “lo importante es que Gadaffi desapareció”, según afirmó el Vicepresidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, ante los medios internacionales el pasado jueves. Más allá del infantilismo político y la escasa profundidad en relación a las especificidades del caso, resulta por lo menos interesante desglosar esta frase que no por poco seria es menos cierta. La desaparición de Gadaffi de la escena política libia es un nuevo comienzo para algunos, pero también un alivio para otros.

Para Barack Obama, que Gadaffi haya desaparecido discursivamente significa que ha llegado la hora del pueblo libio. Es así como, horas después de confirmada su muerte, el presidente estadounidense afirmó: “Ha desaparecido un dictador que gobernó con mano de hierro 42 años”. Poco se habla ahora de los últimos años de la relación de Libia con los Estados Unidos, de la inexistencia de los enemigos permanentes que predicaba algunos años atrás Condolezza Rice y de los suculentos negocios que las empresas petroleras norteamericanas habían vuelto a desarrollar en Libia.

Para la OTAN es importante porque pone fin a otra sangrienta y vergonzosa intervención del brazo armado del Atlántico, cuya misión jamás fue clara, precisa y efectiva en cuanto a sus objetivos manifiestos. Una vez más, como en otros casos, la OTAN le ha echado la culpa a errores técnicos por la muerte de civiles inocentes impactados por misiles de la organización, argumentando una “confusión en los objetivos”.

Para Sarkozy, el flamante padre, es importante que Gadaffi haya desaparecido porque esto pondrá fin al conflicto cuya participación le ha costado primero justificar y luego sostener, con un penoso traspaso de la operación a las fuerzas de la OTAN. El papel cumplido aquí por el mandatario francés respondió a una necesidad política interna puntual de Sarkozy, quien seguramente vislumbró el destello de un gran “retorno” político personal y la esperanza de un nuevo despliegue estratégico de Francia en el mundo árabe, llevando como estandarte la defensa de los valores. Un medio quizá para reencontrar los acentos de su elección de 2007, cuando prometía que Francia “estaría del lado de los oprimidos”. Tras el fracaso de este intento, su pretendida imagen de líder en situaciones de conflicto ha dado paso a la del hombre recogido en el seno de su hogar junto a su esposa y su flamante hija como una postal de la cuasi perfección y armonía moral.

Con la desaparición de Gadaffi y el triunfo de las fuerzas rebeldes todos los pecados de los últimos 7 meses serán redimidos o, cuando mucho, simplemente olvidados. Las palabras de Joe Biden resumen no sólo el fin de una historia personal y nacional que data de al menos cuatro décadas, sino que también representa un silencioso suspiro de alivio que recorrerá los principales bastiones políticos de Occidente.

La pesadilla del juicio público a Gadaffi

En junio de este año la Corte Penal Internacional había ordenado el arresto de Gadaffi, su segundo hijo, Seif al Islam, y su cuñado, Abdulá al Senusi, acusados de crímenes de lesa humanidad presuntamente cometidos en Libia desde febrero, durante las revueltas en ese país magrebí. No obstante, la violenta muerte de Gadaffi abre un abanico de interrogantes sobre el desenlace de los acontecimientos y los posibles hechos políticos que encerraría el trágico final del Rais libio.

El relato oficial atribuye la ejecución a Ahmed Al Shebani, un joven de 18 años. Pero Gadaffi había sobrevivido al bombardeo de la OTAN para luego ser ejecutado, no por piedad sin dudas, sino por conveniencia; no por un sentimiento voraz de venganza después de cuatro décadas de años de opresión, sino más bien por causas políticas, no sólo nacionales, sino más profundas y complejas.

Por un momento, entonces, podemos pensar que ni la OTAN, ni los principales líderes de Occidente, ni el Consejo Nacional de Transición (CNT) querían a Gadaffi vivo, y aún menos querían un largo juicio público que pudiera dividir a Libia y que resultaría complicado para varios países y sus gobernantes, por las relaciones que muchos mantenían con el líder, y más aún, los negocios en los cuales este vinculo se enmarcaba.
Como se refleja en diversos medios, es posible que nunca se sepan exactamente los pormenores del hecho que desencadenó su muerte: si Gadaffi opuso resistencia, si fue herido horas antes por un ataque aéreo de la OTAN o si fue ultimado por un combatiente, ya que los nuevos líderes en Libia tendrían interés de mostrarlo como un cobarde que se escondía en un agujero, tratando de huir de sus captores. Una historia que replica lo ocurrido a finales de 2003 en Irak, con la captura de un irreconocible Saddam Hussein.

Más aún, su enjuiciamiento público hubiera puesto de manifiesto declaraciones vinculadas a países como España, Francia, Gran Bretaña, Italia y los Estados Unidos quizá no con el suficiente impacto para generar malestar al interior de esos países, pero sí un rechazo generalizado del pueblo libio a su participación en la reconstrucción de Libia y en el nuevo futuro político libio.

De acuerdo a informes de la Agencia de Noticias Inter Press Service, entre 2008 y 2009 varios países europeos vendieron armas a Libia por 595 millones de euros, destacándose en las ventas Italia, socio económico y comercial histórico de Libia. La Autoridad de Inversión de Libia es propietaria del 2% de las acciones de la compañía italiana aeroespacial y de defensa, Finmeccanica, la cual restauró helicópteros de carga pesada CH-47 y fue contratada para reformar el vehículo de artillería pesada Palmaria, desarrollar proyectos de seguridad fronteriza, y a quien se le compró equipos y aviones de vigilancia por cientos de millones de euros a Finmeccanica en los últimos años.

Los Estados Unidos dedicaron 300 millones de dólares durante el año 2010 a entrenar a fuerzas de Gadaffi dentro del programa Capacitación y Educación Militar, también conocido como IMET (International Military Education and Training Program), programa descrito por SOUTHCOM (responsable de todas las actividades militares de los Estados Unidos en Sudamérica y América Central) como la espina dorsal de la profesionalización colectiva y educación militar.

Además, Gadaffi incrementó su arsenal con misiles antitanques Milan de Francia. La compañía británica GDUK suministró un sistema de comunicación para usar en los tanques T-72 y la francesa Dassault renovó varias más, incluido el avión caza Mirage F-1. Una compañía belga vendió rifles de alta tecnología hace unos años y una italiana realizó otro envío para uso de la policía.

España por su parte, es el sexto mayor exportador de armas del mundo, y si bien no tiene a Libia entre sus principales clientes, aún así le vendió armas por 4 millones de euros. Según el diario El País, “Si la operación aérea se hubiera demorado, la coalición se habría enfrentado con una defensa aérea mucho más sofisticada. La empresa española Indra tenía un contrato de 200 millones de euros para modernizar el sistema de defensa aérea de Trípoli. El contrato incluía nueve radares tridimensionales; centros de mando y control, equipos de guerra electrónica y sistemas de comunicaciones”.

Más allá de la polémica que podría darse acerca de quiénes proveían el arsenal libio a la par que públicamente condenaban las violaciones de derechos por parte del régimen, lo realmente importante para estos actores es que Gadaffi ha desaparecido y la democracia ya está llegando a Libia.

¿De la era jamahirí a la democracia?

Libia es un país cuyo pueblo alcanzó en los últimos años el nivel de vida más alto de África, hecho en el cual el plan de gobierno de Muammar el Gadaffi tuvo mucho que ver a través de la gestión de las riquezas naturales en beneficio de los estratos más pobres de la sociedad, no sin ganarse por ello numerosos enemigos.

Entre sus aciertos, el gobierno jamahirí elevó el papel de la mujer en la sociedad, les abrió el camino a las universidades – no sólo a ellas sino a los estratos de menores ingresos de la sociedad libia-; supo aprovechar que Libia es dueño del segundo acuífero del mundo situado entre las fronteras de Sudán y El Chad, bajo las arenas del desierto, para construir un canal que lleva esa agua hasta la costa del Mar Mediterráneo, en la zona de Benghazi, desde donde vendía agua a Egipto e hizo de su enorme litoral una franja verde de cerca de 200 kilómetros donde se ubican las ciudades libias, desde la frontera con Túnez hasta la frontera con Egipto; utilizó el petróleo como herramienta de negociación internacional y los beneficios de su explotación para la promoción de inversión externa directa en los sectores no petroleros del país, como el turismo y el sector agrícola; destinó miles de millones de petrodólares para incrementar el poder africano y asistir a sus vecinos más pobres, lo cual le valió el apodo de “Rey de Reyes” en el continente.

Entre sus excesos, se cuentan la falta de libertades políticas, la represión, persecución y muerte de los enemigos del régimen y el enfrentamiento con sectores de las fuerzas armadas, la clase media libia y algunos clanes del país debido a la concentración de poder en las manos del líder de la Revolución. La corrupción, la entrega del control de sectores claves de poder a las tribus aliadas a su gobierno, las excentricidades del líder y su familia y el apoyo a las empresas internacionales destinadas a posicionar al país como líder de la región y el continente africano con un discurso anti-occidental que sin embargo se suavizó post 11-S.

La vida y estructura tribales en Libia fueron un patrón predominante en la historia del país desde mucho antes de su independencia. Durante la monarquía de Idris I, quien había delegado parte de su autoridad en poderosas familias locales, las cuales consolidaron esta base de poder a través de lazos matrimoniales, el "tribalismo" fue un elemento central del Reino Unido de Libia pero también determinó su destino porque muchos libios sentían que su futuro recaía en las decisiones de unos pocos en situación privilegiada.

En función de esto, el gobierno de la Revolución de 1969 se opuso a la influencia ejercida por estos clanes en los asuntos políticos del país, por lo cual buscó debilitar las lealtades tribales existentes y destruir sus organizaciones. Sin embargo, y pese a los esfuerzos del régimen, los factores ideológicos nunca tuvieron el mismo peso que los lazos tribales y de sangre.

No obstante, desde los orígenes de la conformación del régimen jamahirí, Gadaffi fue una figura emblemática que tuvo la virtud de resumir y canalizar a través de su imponente imagen gran parte de las divergencias entre los diferentes sectores de la sociedad libia. Históricamente el país se encontró fragmentado no sólo por las diferencias sociales vinculadas a la educación y la calidad de vida, sino principalmente a la pertenencia a diferentes tribus. Al mismo tiempo, desde la instauración del sistema jamahirí las arcas del Estado libio se vieron notablemente favorecidas por una serie de nacionalizaciones en relación a la producción de petróleo y en la que gran parte de las ganancias de dicha actividad era canalizada a través de la empresa nacional petrolera libia, National Oil Corporation. Esta riqueza originada por el petróleo fue la que motorizó el modelo jamahirí el cual se basó en la idea de justicia social y no alineamiento internacional.

Habiéndose desdibujado la figura de Gadaffi del panorama político libio, los “sinceros” creyentes del llamado orden liberal internacional celebran la llegada de la democracia a suelo libio. El presidente del Consejo Nacional de Transición, Mustafá Abdeljalil, ha declarado en numerosas ocasiones que la conquista definitiva de Sirte abriría la vía para el anuncio de la liberación de la totalidad del territorio libio para, a continuación, dar curso a la formación de un Gobierno de transición encargado de dirigir el país hacia la democracia.

Pero ¿es posible la democracia en Libia? Corremos el riesgo de dejarnos llevar una vez más por las lecturas apresuradas sin mediar las especificidades del caso libio. Porque el panorama actual libio arroja no sólo divisiones existentes en el seno de la sociedad libia, sino también al interior del Consejo de Transición y de las fuerzas rebeldes.

¿Cuál será el destino de los resabios de las fuerzas leales al ex Coronel? ¿De dónde provendrán y cuáles serán las directivas para hacer frente a esta situación de caos post conflicto? Y más importante aún, ¿Cómo podrá evitarse un nuevo derramamiento de sangre en la era post Gadaffi si en el pasado reciente las fuerzas rebeldes ni siquiera pudieron sostener una decisión unívoca sobre el destino final del líder libio, el cual se decidió en el fervor de la lucha?

Algunos temen que la brutal muerte de Gadaffi, lejos de traer paz, reavive las luchas internas, porque tal hecho ya lo ha transformado tanto en un mártir para sus partidarios como en el símbolo que podría recrudecer los intentos de resistencia desde las sombras. De la misma manera, la relación entre la OTAN y el CNT y el violento y poco claro desenlace de los acontecimientos pueden jugarle en contra a los nuevos gobernantes libios.

En los planes post conflicto está la formación de un gobierno de transición en un plazo de 30 días y posteriormente, en un plazo de 240 días, la formación de una Conferencia Nacional de 200 miembros para que nombre un primer ministro que, a su vez, dará forma a un nuevo gobierno. Sin embargo, muchos temen que las disputas políticas que podrían surgir en medio de este largo proceso tensione la endeble alianza conformada en torno a los diferentes liderazgos regionales, habiéndose diluido el elemento que los aglutinaba: la persecución de Gadaffi y el fin de su gobierno.

Por otra parte y de cara al desafío de elaborar una nueva normativa nacional para el país, cabe preguntarse qué ocurrirá con las virtudes del sistema jamahirí, como muchos de los preceptos de igualdad, equidad y soberanía popular enunciados en el Libro Verde que rigió gran parte de la vida libia en los últimos treinta años. ¿Lograrán contenerse los integrismos que Gadaffi había mantenido a raya desde los inicios de la Revolución? ¿Y cuál será el grado de involucramiento que se permitirá a las potencias occidentales tener en el nuevo futuro libio, después del anti-occidentalismo y marcado nacionalismo que rigió en el país desde el triunfo de la Revolución?

En líneas generales la democracia es una forma de organización en que la titularidad del poder reside en la totalidad de sus miembros; dicha voluntad colectiva se materializa en la elección de representantes del pueblo. Pero Libia posee una realidad política distinta de otros países, ya que su composición es eminentemente de clanes: Libia está compuesta por al menos 150 clanes diferentes (véase: http://www.temehu.com/Libyan-People.htm). Y esto no hace más que renovar la pregunta de hacia dónde se dirige Libia, más allá de su inexperiencia política. Hablamos de la necesidad de refundar un sistema político por completo si lo que se hace es derribar todas las estructuras propias del gobierno jamahirí, las cuales han organizado la vida política del país desde 1977.

Antes de finalizado el conflicto con la muerte de Gadaffi, la producción petrolera se reanudó más rápida y efectivamente de lo que llegó la ayuda humanitaria a dicho país. Este hecho pone de manifiesto cuáles son las prioridades de Occidente en un país que vivió bajo la regla paternalista de aquel hombre de origen beduino, formación militar y fuertemente influenciados por las ideas provenientes del partido Baath en Siria y el nasserismo.

Veremos si con el tiempo se confirman las temidas sospechas que gran parte de la comunidad internacional posee sobre el desmedido interés de las potencias occidentales sobre los recursos libios. ¿Hasta qué punto la democracia hará pie sobre suelo libio más allá de su forma procedimental? ¿Hasta qué punto el nuevo gobierno no será funcional al saqueo de los recursos libios?

Pero en fin, lo importante es que Gadaffi ha desaparecido y ya nada se interpone entre los intereses económicos que Gadaffi siempre se decidió a contener y la “Libia democrática por venir”.

 

(*) Analista de la Fundación para la Integración Federal

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