Luego de la exitosa intervención occidental que puso fin a cuarenta años de dictadura, Libia no sólo se precia de haber restaurado el orden y el imperio de la ley en su territorio sino que encabeza uno de los periodos de mayor prosperidad y bonanza económica de su historia, ambos impulsados por la meteórica recuperación de su producción de petróleo, incluso por niveles muy superiores a los previos al derrocamiento de Gaddafi.
En este sentido, el rol de las Naciones Unidas como interlocutor de las diferentes voces involucradas en el proceso de reconstrucción nacional, ha demostrado la destreza de la comunidad internacional a la hora de canalizar y abalizar el diálogo en tiempo récord, dando lugar a la participación de organismos regionales (tales como la Unión Africana) desde el inicio de la crisis.
Lejos de las dudosas intenciones que otrora se erigieran como una espada de Dámocles sobre los guardianes occidentales de la doctrina de Responsabilidad de Proteger y el Principio del Deber de Intervenir, la rápida entrada y salida de sus fuerzas, así como su efectividad y precisión a la hora de poner coto a una cuestión apremiante en términos humanitarios, por un lado han reforzado la idea de que el mundo vislumbra el afianzamiento de una nueva era en términos de protección de Derechos Humanos.
casos como el libio muestran que la imposición de la democracia y su “transplante” en su plena versión occidental tienden a generar situaciones totalmente contrarias, propias de la necesidad de reorganización de los procesos políticos, sociales, culturales e incluso económicos del país que muchas veces conllevan recurrentes hechos de violencia y se ven agravadas por el forzamiento de las estructuras socio políticas mediante el “copie y pegue” del modelo democrático liberal
Por otro lado, la intervención y el escenario de post-intervención han reforzado la confianza en las Naciones Unidas y en el sistema de seguridad que de su órbita legal emerge y que encuentra en el Consejo de Seguridad su principal brazo ejecutor y el principal guardián del espíritu de la democracia universal y la igualdad soberana de los Estados.
Atrás quedan los días oscuros para el pueblo libio, en que la amenaza del avance del terrorismo islámico creaba la sensación de necesidad de un liderazgo fuerte con particularidades libias; donde la voracidad por los recursos energéticos por parte de Occidente se esgrimía como una amenaza latente a la que había que resistir, entre otras formas, mediante el fortalecimiento de los foros regionales y subregionales de cooperación.
Libia es libre. Libia es democrática. Libia es próspera. Pero más importante aún, Gaddafi se ha ido.
LA REALIDAD
La desaparición física de Gaddafi de la escena política local, regional e internacional significó el comienzo de una nueva etapa histórica en el país – e incluso la región – tanto por las esperanzas y promesas que arrojó como por sus sinsabores, los cuales no se han desdibujado a más de cuatro años de la intervención de la OTAN en el país. Pero también fue en aquel entonces un alivio para aquellos gobernantes y grupos de poder con intereses puntuales allí y cuya acción externa resultó ser funcional para desviar la atención de las dificultades domésticas que las principales economías europeas sorteaban y afrontan aún hoy.
En el contexto de las revueltas árabes, Libia fue el claro reflejo de cómo los intereses extra-regionales pesan en torno al destino de ciertas regiones del mundo, especialmente aquellas dónde se concentran los recursos estratégicos tan necesarios a la “seguridad energética” - un término que si bien no es nuevo, se ha puesto particularmente en boga en los últimos años debido a la utilización de los recursos energéticos como palancas para ejercer dominio en los juegos de poder internacional. Uno de los ejemplos más esgrimidos en este sentido es el de la Rusia de la era Putin.
La intervención en Libia se realizó en medio de fuertes cuestionamientos domésticos a los principales gobiernos occidentales –Francia, Gran Bretaña, Italia y los Estados Unidos - debido a su mala gestión de los efectos de la crisis financiera internacional iniciada en el año 2007. De este modo, el mundo árabe y su “primavera” emergieron como una oportunidad de re direccionar dichas críticas internas y, de este modo, buscar capitalizar internamente los “éxitos” en materia de política exterior, al menos en los planes.
A cuatro años de lo que se anunció como un hito en la historia de aquel país y de la escena política internacional, a más de cuatro años donde las promesas de democracia se abrían paso por doquier, Libia parece haber quedado detenida en el tiempo con un panorama poco prometedor. Su larga agonía socio-política vuelve una y otra vez a las tapas de los principales medios internacionales de comunicación echando por tierra las declaraciones de voceros de los gobiernos occidentales así como de las principales organizaciones internacionales donde se anuncian acuerdos que nunca, por lo menos hasta ahora nunca, han llegado a buen puerto.
Tras las elecciones del 25 de junio de 2014 se constituyó en Tobruk, a 1400 kilómetros al este de la capital, Trípoli, una Cámara de Representantes para impulsar un nuevo Gobierno, que alcanzó acuerdos con las milicias rebeldes para reabrir y relanzar la producción de petróleo y empezar a poner en orden el país. No obstante, la Asamblea General saliente -un Parlamento provisional que funcionó durante 18 meses sin haber obtenido mayores logros- nombró por su cuenta otro Gobierno a comienzos de septiembre del mismo año. Desde entonces, el gobierno electo en las urnas actúa desde su exilio en Tobruk mientras que un segundo Ejecutivo ejerce funciones desde Trípoli.
En agosto del año pasado la ONU nombraba a Bernardino de León como enviado especial de la organización para Libia. En dicha ocasión éste se apresuró a afirmar que “la somalización de Libia est[aba] muy lejos”. Un año después de tal afirmación la inestabilidad del país se ha corrido como un reguero de pólvora siendo uno de sus efectos más resonantes la proliferación de las actividades ilícitas en la región de la mano con el vertiginoso aumento del accionar de organizaciones terroristas como Estado Islámico (también conocido como ISIS por sus siglas en inglés).
A comienzos del mes de octubre de este año Bernardino León presentó la propuesta del organismo internacional para la formación de un gobierno de unidad nacional como resultado de meses de negociaciones con los dos gobiernos libios. Su prisa por anunciar el arribo a un acuerdo -que fue finalmente rechazado por las partes involucradas – se dio a contrarreloj del aniversario de la muerte de Gaddafi. A los efectos institucionales el anuncio de tal acuerdo (a horas del aniversario) hubiera resultado un logro diplomático cuyo impacto podría haber reivindicado el accionar de la ONU en la reconstrucción del país y hubiera lavado algo de las culpas de los principales poderes occidentales. Lejos de lo ocurrido, el rechazo de dicha propuesta y las críticas esgrimidas por las partes involucradas en la negociación no se acerca seguramente al festejo que León y algunos funcionarios occidentales habrán tenido en mente.
LOS DESAFÍOS DE LA “LIBIA LIBRE”
La actual situación en Libia presenta obstáculos de los más diversos, pero en resumidas cuentas podríamos agruparlos en dos grandes dimensiones: en la dimensión socio-política se encuentran la necesidad de integrar las visiones divergentes que luchan por el control del país y alcanzar un compromiso de paz y gobierno que hasta ahora no ha logrado concretarse. En la dimensión económica, está la necesidad de reconstruir una economía que fue destruida por las mismas fuerzas occidentales que ingresaron al país con supuestos objetivos de índole humanitaria.
Existe una errónea tendencia a considerar las nuevas democracias (o nuevos gobiernos no autocráticos si se quiere) –tal es el caso de Libia- como pizarras en blanco, ignorándose la profunda incumbencia de sus propias dinámicas internas, las cuales han sido heredadas más que elegidas de los regímenes anteriores. También suele considerarse que luego del fin de las reglas autocráticas, la tendencia será el camino unívoco, lineal y sin retorno hacia la paz. Y más aún, se sigue esgrimiendo la idea de que las intervenciones y el uso de la fuerza pueden apalancar dichos procesos de transición. Por el contrario, casos como el libio muestran que la imposición de la democracia y su “transplante” en su plena versión occidental tienden a generar situaciones totalmente contrarias, propias de la necesidad de reorganización de los procesos políticos, sociales, culturales e incluso económicos del país que muchas veces conllevan recurrentes hechos de violencia y se ven agravadas por el forzamiento de las estructuras socio políticas mediante el “copie y pegue” del modelo democrático liberal.
Es por ello que podemos afirmar que fue siempre apresurado pensar que la democracia libia comenzó un camino directo al éxito el día que Gaddafi fue derrocado. Existen múltiples factores que lo explican, como por ejemplo la ausencia de una identidad nacional que permita asumir metas comunes y aglutinar intereses domésticos divergentes que también se entrecruzan con intereses extra regionales.
Cualquier sistema que se conciba para este particular país, deberá partir desde una base de cero-estado, de la inexistencia de instituciones del Estado, porque en el gobierno jamahirí Gaddafi mismo encarnaba el Estado y la Justicia. La democracia liberal, así como cualquier forma de gobierno elegida en forma libre, requiere más que la mera formalidad del cambio de gobierno, es decir, requiere un cambio profundo en todas las esferas de la sociedad que resguardan los patrones negativos propios de los gobiernos precedentes.
La seguridad es el otro tema de relevancia: con la desaparición física del líder de la Revolución, miles de armas han quedado esparcidas por el territorio libio, en manos de personajes tan disímiles entre sí como en sus ideas. Hablamos de un escenario dominado por decenas de milicias que se niegan al desarme y aún tiñen el espacio libio de muertes y enfrentamientos armados.
Uno de los hechos más trascendentes tuvo lugar en el mes de septiembre de 2012, cuando el Embajador norteamericano en Libia, Christopher Stevens – quien había además actuado como representante durante la guerra civil ante el Consejo de Transición – fue muerto en el consulado de los Estados Unidos en la ciudad de Benghazi, durante un asalto armado de milicianos islamistas radicales. Más aún, el Canciller francés, Laurent Fabius manifestó entonces a las autoridades libias que la democracia no podría existir sin seguridad, prometiendo ayudar a restaurar el control estatal. Tales promesas no se han podido cumplir aún.
Por otra parte, el nuevo gobierno deberá enfrentarse a un país con divisiones internas y regionalismos muy marcados (hablamos de la historia división entre el Fezzan, Cirenaica y la Tripolitania). ¿Cómo se canalizarán las expectativas de los más de 150 clanes y/o tribus que predominan en la idiosincrasia libia? ¿Cómo se legitima un gobierno cuando disputa su poder con las lealtades regionales y sus usos y costumbres?
La democracia como cifra y compendio de la modernidad podría una vez más acarrear como resultado el forzamiento de estructuras políticas para las cuales Libia, dadas sus particularidades culturales, étnicas e históricas – es decir, sus condiciones estructurales – quizá no esté preparada. El futuro político libio deberá encontrar su propia fórmula nacional y africana en materia política, ya que la imposición de esquemas que le son ajenos culturalmente es una práctica bastamente aplicada y fallida en muchas naciones del continente africano.
El futuro político libio deberá encontrar su propia fórmula nacional y africana en materia política, ya que la imposición de esquemas que le son ajenos culturalmente es una práctica bastamente aplicada y fallida en muchas naciones del continente africano.
Finalmente, cabe destacar que el PBI per cápita de Libia se encuentra hoy en día en los 6000 dólares (era de 11933 en 2010) y el PBI del país ronda los 41 mil millones de dólares (la mitad que hace 4 años atrás). Esta situación se debe a diferentes cuestiones donde se destacan dos: los problemas de seguridad que hacen casi imposible la operación normal de la economía - de acuerdo a la empresa BP Libia produjo en 2014 500mil barriles de petróleo (200 mil menos que Argentina), una cuarta parte de lo que producía en 2010, habiéndose reducido su producción un tercio desde el año 2014.
La segunda razón se vincula a la destrucción de infraestructura vital durante los bombardeos de la OTAN en el año 2011. El caso más emblemático es la destrucción de gran parte del acueducto “Great Man Made River”, una obra colosal que llevaba agua desde el sur de las montañas libias hacia el norte, irrigando gran parte de las áreas desérticas del país que superan el 65% del territorio.
CONSIDERACIONES FINALES
Luego de la dudosa intervención occidental que puso fin a cuarenta años de dictadura, Libia continúa sin vislumbrar un camino hacia la reconciliación política y social y su economía continúa sin mostrar mayores signos de recuperación, en un contexto económico poco favorable para una economía altamente dependiente de las regalías provenientes de la explotación de recursos energéticos.
En este sentido, el rol de las Naciones Unidas como interlocutor de las diferentes voces involucradas en el proceso de reconstrucción nacional, ha profundizado las críticas de la comunidad internacional a la hora de canalizar y abalizar el diálogo donde una vez más, como en muchos otros casos africanos, su rol ha quedado supeditado a recomponer el desastre dejado por las injerencias de ciertas potencias dominantes.
Más aún, otro de sus legados ha sido el recrudecimiento de la rivalidad con Rusia en torno a situaciones como la de Siria y el accionar de ISIS en la región. Como ya tantas veces se ha dicho, mientras la doctrina de Responsabilidad de Proteger y el Principio del Deber de Intervenir “nacieron” en Libia, fueron sepultadas en Siria, arrojando una vez más la sensación de que el sistema de seguridad representado en el marco de la ONU se sigue dirimiendo en una mesas chica con intereses políticos y geoestratégicos puntuales y ajenos a los de ciertas naciones como las africanas.
A cuatro años de la muerte de Gaddafi, a más de cuatro años de la intervención de la OTAN bajo la Doctrina de Responsabilidad de Proteger, donde se esgrimía que el Estado Libio había fallado en la protección básica de sus ciudadanos, Libia no es libre. Libia no es democrática. Libia no es próspera. Pero a fin de cuentas lo importante es que Gaddafi se ha ido.
(*) Lic. en Relaciones internacionales – UNR. Mg. en Diplomacia y Asuntos Internacionales - ADA University, Azerbaiyán. Miembro del CEPI (FUNIF) y PEALA (UNR)