El resultado de las elecciones para el cargo de gobernador y vice en la provincia de Santa Fe, debe ser leído como la serie de un conjunto de factores, algunos visibles, otros más ocultos y complejos de desentrañar y que, como siempre en cada acto electoral, trae algunas novedades. Repasemos.
Lo primero a remarcar es que los números muestran el fin de todo un ciclo político para la provincia de Santa Fe. Casi doce años después de la consagración de Hermes Binner, el socialismo santafesino, o dicho en términos formales, el Frente Progresista Cívico y Social, se retira del poder dando inicio, seguramente, a un período de debate interno que debería redundar en una renovación política elemental para seguir sobreviviendo con chances reales de poder. Esto no supone el ostracismo para sus dirigentes más encumbrados ni mucho menos, pero es indudable que habrá que oxigenar y bastante al partido fundado por Guillermo Estévez Boero.
Un dato duro a señalar es que, como bien señaló Miguel Lifschitz en la semana posterior, “hubo señales de lo que se venía pero no supimos verlas”. Pero cuidado, ese análisis no debe ceñirse al marco de esta campaña electoral ni mucho menos ya que, si revisamos números, en el año 2015 la fuerza triunfante de ese tiempo, superó muy ajustadamente el 30% de los votos. Lo que varió de hace cuatro años hasta hoy, es que el escenario de tercios de aquel entonces, mutó a una instancia de polarización que la mayoría de los analistas y encuestadores preveían y que el FPCyS azuzó inteligentemente: a la vez que pretendía diferenciarse de la grieta “nacional” mostrándose, como a lo largo de décadas, prescindente de lo que pudiera suceder a 300 kms de distancia, fomentaba la polarización contra el opositor, que, desde un comienzo, “picó en punta”. A la vez que renegaba de la grieta, planteaba en buena parte de su discurso de campaña (en la oficial y en los fake news) lo peor del pasado vinculado al peronismo y a su candidato. Y si bien, en términos comparativos, obtuvo más votos que hace cuatro años, da la sensación que la recurrencia a las “urnas en el río”, (mito urbano si los hay), “el robo del puente colgante”, o el rol del candidato opositor en la etapa privatizadora del Banco de Santa Fe, no surtió efecto en la mayoría de la sociedad. Y eso puede ser así por un par de factores básicos: el primero es que esos hechos parecen venidos de la historia y el segundo es que el electorado ha cambiado generacional y cualitativamente y por lo tanto no vio en quien finalmente resultó triunfador, un responsable a castigar por los hechos de aquel tiempo.
Omar Perotti siempre se mostró seguro. Eligió la provincialización al extremo de su campaña, sin dejar que ningún contexto nacional lo conmoviera. Ni los devenires del justicialismo, ni los resultados electorales en otras provincias, ni el deterioro cada vez más evidente de la situación social y económica de la mayoría de los argentinos. Nunca se corrió de ese eje, lo que le valió reproches de cierta funcionalidad con el macrismo. Habló de los problemas de Santa Fe siendo fiel a su estilo. Se mostró moderado, no cediendo a la tentación de responder algunos agravios que, para él, resultaban verdaderos sinsentidos. Obligó al oficialismo a cambiar de estrategia en el medio de la campaña, (cosa que no siempre resulta aconsejable) ya que fue muy evidente en Antonio Bonfatti que de la noche a la mañana dejara de hablar de la “fuerza de los hechos” e interpelara a los santafesinos por el mundo del trabajo, preocupación central de muchos ciudadanos tal como muestran la reciente Encuesta Permanente de Hogares de Indec y que refleja un aumento del desempleo en la Argentina. Tarde piaste.
Con ese perfil, el actual senador nacional pudo convencer primero al votante K que lo ayudó a triunfar en la interna y luego supo contener al electorado de María Eugenia Bielsa, quien en esta oportunidad entendió, como muchos, que no había tiempo para mezquindades y proyectos personalistas. Los números lo demuestran claramente: sumando los resultados de la PASO el Frente Juntos trepó al 41%. El domingo 16, escrutinio provisorio mediante, el rafaelino alcanzó el 40,5%. Su estrategia salió fortalecida. Si lo que vale son los porotos que se cuentan al final de la noche de cada domingo electoral, también en eso Perotti es un claro ganador.
Ahora comienza otra historia. Para el oficialismo, barajar y dar de nuevo. Revisar qué se hizo mal y qué factores incidieron para que, habiendo obtenido más votos que en 2015, haya caído derrotado. ¿La unidad del peronismo y la aparición del hombre adecuado para este tiempo habrá sido uno de esos factores? Es probable. Pero también huelga decir que el escenario de tercios de 2015 no fue leído adecuadamente por sus hombres más importantes, ya que se gobernó como si la legitimidad política obtenida en aquella elección hubiera sido abrumadora.
Para Omar Perotti en particular y el justicialismo en general, queda la enorme tarea de re enamorar a muchos más santafesinos. No deberá dejarse de lado parte de la complejidad de cierto voto en esta elección. No deberán olvidar que muchos de sus votantes lo hicieron, no por un convencimiento definitivo, sino como parte de una estrategia superior que tiene como proa, el 27 de octubre de 2019. Y eso tampoco nadie podrá dejar de verlo y prestarle la atención adecuada.
(*) Analista político de Fundamentar.com