Viernes, 18 Mayo 2012 15:34

Muy Pronto, El Apocalipsis

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euro_se_hundeEl euro se acerca a la hora de la verdad. Los tiempos se agotan y las soluciones no aparecen. La crisis se traga a Europa y no hay signos de un cambio de rumbo que pueda mostrar una salida clara de esta situación. ¿Son los primeros acordes del fin del proyecto europeo? ¿Qué riesgos entraña el fin de la moneda única? ¿Qué rol le caben al Banco Central Europeo y a Alemania?

 

 El euro se acerca a la hora de la verdad. Los tiempos se agotan y las soluciones no aparecen. La crisis se traga a Europa y no hay signos de un cambio de rumbo que pueda mostrar una salida clara de esta situación. ¿Son los primeros acordes del fin del proyecto europeo? ¿Qué riesgos entraña el fin de la moneda única? ¿Qué rol le caben al Banco Central Europeo y a Alemania?

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euro_se_hundeDe pronto se ha hecho muy fácil ver cómo el euro –ese gran y defectuoso experimento de una unión monetaria sin unión política– puede llegar a romperse por sus costuras. No estamos hablando de una posibilidad distante. Las cosas pueden venirse abajo con sorprendente rapidez, en un plazo de meses, no de años. Y el costo –económico y, probablemente aún más importante, político– puede llegar a ser enorme.

Esto no tiene por qué ocurrir. El euro (o al menos una buena parte de él) aún puede ser salvado. Pero ello requerirá que los líderes europeos, especialmente en Alemania y en el Banco Central Europeo, comiencen a actuar de manera diferente a la que lo vienen haciendo durante los últimos años. Es necesario que dejen de moralizar y que comiencen a lidiar con la realidad. Necesitan dejar de contemporizar y, por una vez, adelantarse a los acontecimientos.

Me gustaría poder decir que soy optimista.

La historia hasta el momento: Cuando el euro fue creado, una gran ola de optimismo recorrió Europa –y eso, al final, fue lo peor que pudo haber pasado–. El dinero fluyó en cantidades hacia España y a otras naciones, las cuales eran vistas como una inversión segura. Este flujo de capitales impulsó la formación de burbujas inmobiliarias y de enormes déficits comerciales. Luego, con la crisis financiera de 2008, ese flujo cesó provocando severos desplomes en esos mismos países que antes habían disfrutado del boom.

En ese punto, la falta de una unión política en Europa se convirtió en una seria debilidad. El estado de Florida y España vivieron burbujas inmobiliarias, pero cuando la burbuja de Florida estalló, los jubilados aún podían contar con que sus haberes y su cobertura de Medicare seguirían siendo efectivizadas desde Washington. España no recibió un apoyo comparable. Por lo tanto, el estallido de la burbuja se transformó también en una crisis fiscal.

La respuesta europea ha sido el ajuste: un feroz recorte de gastos en un intento por tranquilizar a los mercados de bonos. Aun así, como cualquier economista podría haberlo dicho (y que conste que lo hemos hecho, lo hemos hecho) esos recortes sólo profundizarían la depresión en las economías europeas en crisis, lo que a la larga minaría la confianza de los inversores y terminaría por generar una creciente inestabilidad política.

Y ahora llega el momento de la verdad.

Grecia es, por el momento, el punto focal. Los votantes, que comprensiblemente están furiosos con las políticas que han derivado en un 22 por ciento de desocupación –y más del 50 por ciento entre los jóvenes– les dieron la espalda a los partidos que impulsaron tales políticas. Y dado que la totalidad de la dirigencia política griega fue, en efecto, presionada a aplicar una ortodoxia política predestinada al fracaso, el resultado de la revulsión de los votantes ha sido el ascenso de los extremistas. Aun si las encuestas estuviesen equivocadas y la coalición gobernante de alguna manera alcanzase la mayoría en la nueva convocatoria a elecciones, este juego está básicamente terminado: Grecia no puede, no debe seguir las políticas que Alemania y el Banco Central Europeo le demandan.

Entonces, ahora qué? En este momento, Grecia está atravesando por lo que se conoce como "bank jog" –una suerte de corrida bancaria en cámara lenta en la que más y más ahorristas sacan su dinero de los bancos ante una posible salida del euro–. El Banco Central Europeo está, de hecho, financiando esta corrida bancaria prestándole a Grecia los euros que necesita. Pero (y probablemente) cuando el banco central decida que no le prestará más, Grecia se verá forzada a abandonar el euro y retornar a su antigua moneda.

Esta demostración de que el euro es, de hecho, reversible llevaría con el tiempo a la aparición de corridas bancarias similares en España e Italia. Una vez más el Banco Central Europeo deberá decidir si brindará o no el financiamiento necesario. Y si optase por el no, el euro en su conjunto saltaría por los aires.

Aun así, el financiamiento no es suficiente. A Italia, y en particular, a España se les debe ofrecer esperanza –un clima económico en el cual tengan una perspectiva razonable de salir del ajuste y la depresión–. Siendo realista, la única forma en que se pueda generar ese clima sería que el banco central deje de lado su obsesión con la estabilidad de precios, aceptar y de hecho fomentar la existencia de un 3 o un 4 por ciento de inflación en Europa durante varios años (y una aún más alta en Alemania).

Tanto el banco central como Alemania detestan esa idea, pero es el único camino posible mediante el cual el euro pueda ser salvado. Durante los últimos dos años y medio, los líderes europeos han respondido a la crisis con medidas que sólo han servido para ganar tiempo. Sin embargo, no han hecho ningún uso de ese tiempo. Ahora se les ha terminado.

En definitiva, estará Europa a la altura de las circunstancias? Esperemos que así sea. Y no porque el fracaso del euro pueda llegar a generar efectos negativos en toda la economía mundial. Sino porque los mayores costos del fracaso de las políticas europeas probablemente serán políticos.

Piensen en esto: El fracaso del euro representaría una enorme derrota para el aún más amplio proyecto europeo. El intento de traer paz, prosperidad y democracia a un continente con un terrible pasado. Asimismo, el mismo efecto que el fracaso de las políticas de ajuste sería ver en Grecia, desacreditada su dirigencia política, el ascenso de los extremistas.

Todos nosotros, entonces, tenemos mucho en juego respecto del éxito europeo. Aun así, depende de los propios europeos provocar ese éxito. El mundo entero está esperando ver si son aptos para semejante tarea.

 

(*) Premio Nobel de Economía. Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

Fuente: The New York Times

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