La primera de ellas refleja a simple vista las diferencias, no menores, con buena parte del radicalismo. Adolfo Rubinstein, que más allá del repentino enamoramiento que generó en algunos sectores “progres” por imponer en la legislación algo que ya había confirmado la Corte Suprema de Justicia de la Nación, no es más que un funcionario que ha aceptado sin vacilar la reducción de un ministerio al rango de secretaría y que muestra como balance de su gestión, un marcado deterioro en casi todos los índices de salud pública en el país. Es un ex funcionario hecho y derecho de cierta lógica radical. Por ello, no ha sido casual su defensa de parte de los popes más importantes del centenario partido. Allí aparece una primera señal: el radicalismo está más que dispuesto a dar la batalla por la reformulación de la alianza primero y, después, por ser cabeza de la oposición en la Argentina. Tienen frente a sí, a un dirigente como Mauricio Macri, que obtuvo la friolera de más de 10.000.000 de votos en la última elección, pero bueno es recordar que una cosa es la foto de un domingo electoral y otra muy distinta la construcción política cotidiana. El ejemplo de Daniel Scioli de 2015 no es menor.
La segunda cuestión, y tal vez más importante, marca algo que siempre estuvo a la vista pero que muchos, por interés o por ceguera analítica, no quisieron ver: a Cambiemos, como proyecto político, jamás le preocupó la discusión por la legalización/despenalización del aborto que tanto reivindicó a partir de su convocatoria al debate en la Asamblea Legislativa donde Mauricio Macri hizo el anuncio. No estaba en su plataforma electoral de 2015, como así tampoco en su construcción discursiva de una fuerza que había nacido un par de lustros atrás. En aquella coyuntura política (hace apenas 18 meses), las voces amarillas, sean mediáticas o dirigenciales, afirmaban que era digno de mención que se había propiciado tal debate. En ese aspecto era “toda ganancia para la república”. El argumento iba en línea directa con la idea que se había tratado de mostrar, (incluso desde analistas de supuesta centro-izquierda), que el Pro venía a representar a una fuerza de centro derecha, democrática, liberal y progresista. Supuestamente, su gestión en C.A.B.A., ciudad cosmopolita si las hay, y su capacidad para construir una alianza a lo largo y ancho del país con un partido como el radicalismo, con una sustentable base territorial, así lo demostraban.
El modelo económico impuesto, la mirada sobre la historia del país reivindicando personajes nefastos de otros tiempos, la concepción de la educación pública como un lugar donde se cae y, cómo no, el uso de lo público como un espacio de disfrute para el negocio de unos pocos, reflejaron que en Macri pesaba más el espíritu materno de los Blanco Villegas (alcurnia, tradición y poder) antes que el de la lógica paterna que representaba al inmigrante europeo, aventurero, arriesgado y dispuesto a todo con tal de ganar dinero y, cómo no (otra vez), poder. Por ello, no sorprendió que el presidente, y más allá de las necesidades electorales, en plena campaña se definiera como “celeste”. Su buen diálogo con sectores religiosos, fundamentalmente evangélicos, reflejan parte de ello. ¿Es Macri un hombre de fe? Decididamente no. ¿Está mal que así sea? Tampoco. Lo que sí resulta decididamente cuestionable es haber habilitado una discusión, en un tema tan sensible, que sirviera como distracción de otros problemas también acuciantes en la Argentina. Pero hay algo que es peor por estos días: se evitó la aplicación de un protocolo que está consagrado por todo el andamiaje legal argentino.
En resumen. En una semana bochornosa, donde un funcionario fue desmentido en el mismísimo Boletín Oficial y que, al calor de su renuncia, deja al Poder Ejecutivo en una posición de virtual acefalía en el área de salud, el macrismo no sólo se ha jugado una vez más el prestigio de su principal figura, sino que deja a los argentinos sin una herramienta básica en materia de ILE. Como afirmaría un amigo en una charla reciente: aplica la teoría del pato rengo, donde a partir de la llegada del 10 de diciembre el poder macrista comienza a desgajarse. Podría ser. Pero antes habría que recordar que nada ocurre por casualidad, y en esta historia, la última semana es un broche de oropel para una fuerza política que siempre miró a lo público como un coto de caza de voraces empresarios y comerciantes. Es hora de dar vuelta la página.
(*)Analista político de Fundamentar