El gobierno que conduce Alberto Fernández se acaba de anotar un triunfo de política económica trascendente. Ni definitivo ni revolucionario, pero de una contundencia que despeja parte del horizonte y llega como anillo al dedo en un contexto donde la pandemia y las consecuentes limitaciones que supone la cuarentena, han modificado (en parte) el humor social.
La corporación político mediática opositora, en un intento por bajar el precio de estos ocho meses de gestión, señala que el acuerdo con los acreedores tenedores de bonos extranjeros, es el primer éxito que puede anotarse el oficialismo. Despechados, como el relato de Armando Pontier de “Anoche”, miran sin entender del todo, cómo un supuesto personaje menor, que no jugaba en “las grandes ligas” como Martín Guzmán, pudo haber alcanzado un acuerdo tal, luego de meses de presión y ninguneo que, como el cristal, se quebró.
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Hay, en estos sectores, una conceptualización muy particular de la idea de éxito y fracaso. Al endeudamiento precoz vía Leliqs en una etapa temprana del período 2015 – 2019, le siguió un segundo momento a partir de 2018, donde el nivel de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional llegó a niveles desconocidos en la historia del organismo. En ambos casos, se nos intentó explicar a los argentinos que todo el proceso refería a una señal de confianza que nos ubicaba en el mundo. Al festival de timba y especulación le siguió uno de sometimiento y revival noventista que destilaba olor a viejo. Eso era, supuestamente, el éxito.
En la semana, algunos de los protagonistas de ese tiempo saludaron el acuerdo, pero lo limitaban a la “existencia de un plan”, artilugio que tantos beneficios les reportó a especuladores y timberos de guante blanco de otras épocas, y a que esto debía ser entendido como el punto de inicio de una Argentina previsible. Otros, como Alfonso Prat Gay, incluso relativizaron el acuerdo logrado dado que el Estado argentino había cedido demasiado y además, el acuerdo se demoró, se prolongó innecesariamente en el tiempo. Uno no sabe muy bien porqué estos personajes siguen siendo una referencia a consultar, pero lo que resulta claro es que no parecen tener los mismos parámetros de lo que resulta positivo o negativo para una sociedad.
En líneas generales puede decirse que la oposición político-mediática se mostró entre los límites que impone cierto reconocimiento al acuerdo alcanzado (evidente) y la hipocresía de lo dicho a la luz pública y que, a veces, cuesta creer. Esos argumentos comentados serían dignos de ser atendidos si estos referentes no tuvieran nada que ver en esta historia. La corporación periodística y algunos referentes partidarios saludaron allá por 2016, el ciclo de endeudamiento que iniciaba el país (revisar el comportamiento político institucional del socialismo vernáculo, por ejemplo). Los halcones amarillos de este tiempo, se sumaron, al unísono jugando a minimizar lo logrado.
Pero hay algo que resulta falso desde la raíz: que el acuerdo sea el primer éxito de la gestión de los Fernández. Es el tratamiento de la pandemia lo que debería ser anotado en el haber del gobierno. Las comparaciones son odiosas, y ha existido un criterio gubernamental en la comunicación que le ha traído algunos dolores de cabeza diplomáticos, pero sí podemos escribirlo aquí: basta mirar lo que sucede en buena parte de Latinoamérica en cantidad de contagiados y muertos para entender de lo que hablamos. Discutir cantidad de fallecidos puede resultar tenebroso o cínico, pero no pueden dejar de ponerse bajo la lupa otros comportamientos gubernamentales y liderazgos para entender lo que hay que entender.
La mal llamada “cuarentena” actúa, indudablemente como un efecto que, en algún punto le resta, empatía política al gobierno con parte de la población. El deterioro económico, las restricciones impuestas en el día a día y la preocupación por la propagación del virus y sus consecuencias sanitarias, generan una sensación de malestar que, más allá de cualquier “éxito” que no refiera a nuestra cotidianeidad, parece difícil de mensurar y ponderar en su real magnitud.
Por ello es que debe mirarse con recelo cierto triunfalismo del que la administración Fernández, inteligentemente, no hizo uso. Es cierto que el acuerdo con los bonistas es una buena noticia en sí misma, pero ni el contexto económico se despejó del todo, dado que ahora viene la pelea de fondo con el Fondo -al que alegremente la administración anterior nos sometió- y porque, además, la preocupación del Coronavirus está al alcance de la mano. Cualquier gesto demás, cualquier frase mal aplicada puede derivar en un problema político que este gobierno no puede permitirse.
Lo que sí debe decirse es que, más allá de un acuerdo que permite ahorrarle al Estado argentino nada más ni nada menos que la friolera suma de $30.000 millones de dólares en los próximos años, también trae una novedad política que puede haber pasado desapercibida y es el hecho concreto de comenzar a ver a Alberto Fernández como un referente político que imponga condiciones a propios y extraños. El acuerdo lo fortalece, limitado por el contexto, pero con otra presencia de ánimo que le permite poner en cuestionamiento (y ahora con hechos tangibles) la idea de éxito y fracaso que supo propalar la corporación política argentina de los últimos años.
Una vez más, ningún estallido preanunciado por los odiadores seriales, sucedió. Esta vez lo acompañó un cuatro de copas que jugaba en Sacachispas. Salud por los marcadores de punta que juegan, viven, sufren y sueñan en el ascenso. Casi siempre, la dignidad no sabe de lugares de privilegio, aunque a veces nos olvidemos del asunto.
(*) Analista político de Fundamentar