Nada de lo que se escriba aquí sobre el 17 de octubre y el peronismo pretende ser original. Setenta y cinco años de marcar el pulso del país tiene la suficiente sustancia como para poder agregar algo novedoso al asunto. Es, evidentemente, la posibilidad de contar nuestra pequeña verdad relativa lo que les da sentido a estas líneas.
Existen un cúmulo interesante de frases que sintetizan de alguna manera aquel tiempo. La más simbólica es aquella que calificó de “aluvión zoológico” a la movilización política más impactante que había conocido el país hasta ese momento. Tal vez, sólo comparable con la despedida a los restos del genial Carlos Gardel, allá por el año 1936. Entre asombrada y azorada, cierta elite entendió de manera despectiva el fenómeno que había llegado para quedarse y transformarse, a decir de John William Cooke en el “hecho maldito del país burgués”. Esa misma burguesía tan particular fue la que abrazó como un elemento identitario definitivo el “viva el cáncer” que celebraba la muerte de la puta, la indigna y la despreciable Eva Duarte de Perón.
Tampoco descubrimos nada si decimos que el peronismo moldeó el siglo XX argentino. Si el roquismo había sido el arquitecto y constructor de un modelo de país que se proyectó durante no menos de cinco décadas y que dejó como resultado social, entre otros, la emergencia del sujeto político que representó el primer radicalismo; el peronismo debe ser pensado como síntesis de la primera etapa de un modelo sustitutivo de importaciones que había sido pensado como salida coyuntural por la dictadura que derrocó a Hipólito Irigoyen, a partir del deterioro que había generado la crisis del 29’, pero que indudablemente había llegado para quedarse.
Para esas elites, el peronismo siempre representó un problema. En el gobierno o fuera de él. Por ello, hoy escuchamos decir que los problemas del país empezaron hace siete décadas. Porque más allá de su permanencia o no en el poder, de las dictaduras asesinas y “blandas”, de la proscripción de dieciocho años, de la prohibición de siquiera nombrarlo, vino a poner en escena un conflicto que muchos prefieren no ver ya que la (ahora famosa) meritocracia no resuelve los problemas de la desigualdad “natural”.
Es el 17 de octubre la fecha iniciática de ese siglo XX. Si el Estado de Bienestar fue el gran articulador de una idea de justicia social que se dio con un sinnúmero de matices a lo largo y ancho del mundo, el peronismo de aquel tiempo representa y sintetiza la versión argentina. Con sus virtudes y con sus errores. La foto del pueblo y su líder además de ser desconocida hasta ese momento en la historia del país, resulta revolucionaria. Por eso su imagen se proyecta hasta hoy.
Pero sabido es que han existido diferentes octubres. En pleno primer peronismo han sido celebratorios a partir de los logros. En la clandestinidad fueron recordatorios, íntimos, casi exclusivos. Y en los noventa, cuando buena parte de su dirigencia confundió modernización con desvarío ideológico, adhiriendo a la oleada mundial que desmontó los pilares de aquel viejo modelo de acumulación, fue fosilizado en una burocracia política que pretendía el olvido a partir de la traición.
Pero hay algo que une aquel 1945 con este pandémico 2020. Una especie de puente que atraviesa la historia y que refresca parte de esa mirada. Si bien aquel momento fue, a decir de Raúl Scalabrini Ortiz el descubrimiento del subsuelo de la patria sublevada, lo que también lo define es la necesidad de decir, de estar presente, de hacerse ver, sentir y escuchar. Habremos dejado atrás hace mucho el siglo XX y las relaciones políticas, sociales y económicas se habrán reconfigurado, pero sigue existiendo la misma necesidad de expresar nuestras voces.
Por un lado, la pandemia nos ha obligado a quedarnos en casa. Más de lo que lo deseamos, más de lo que nos gusta. Para un movimiento político que ha hecho de la calle y del encuentro con el otro su razón de ser, siete meses de restricciones parece demasiado. Y, por otro lado, la emergencia de un sector de la sociedad, con su consiguiente representación partidaria institucional que promueve un proceso claramente desestabilizador de un gobierno que ejerce el poder político desde hace apenas diez meses, también se conjuga con la necesidad de salir a decir, a contar, a expresar. Por ello la virtualidad de este sábado con la convocatoria a “una caravana desde los hogares”, será un éxito.
La sociedad de la información que vivimos nos supone un desafío. Si las décadas del 40’ y del 50’ mostraron las primeras movilizaciones masivas que configuraron un modelo específico de dinámica política en el país, eso se caracterizó por el trabajo territorial y de base que conjugaba el diálogo de boca en boca como razón de ser fundamental. La relación directa del líder y la masa popular que lo acompañaba (y que algunos despectivamente hoy llaman populismo) era real y concreta, pero paralelamente era acompañado por un trabajo político y social que servía de sustento.
El siglo XXI es otra cosa. La parafernalia comunicacional por la que estamos atravesados supone un agobio que, por momentos, paraliza. Decenas de radios y canales de televisión, diarios en formato papel y digital, portales de noticias, revistas de análisis, You Tube, Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp y tantas otras redes sociales suponen que contamos con mayor información, pero en realidad mucho de eso que consumimos resulta basura hecha y derecha que muchas veces genera un efecto contrario al de saber más.
Y ese desafío del que hablamos también interpela al peronismo caracterizado como una fuerza política que hace 75 años supo interpretar la demanda de los nadies, de los invisibilizados, de los “pata sucia”, de los descamisados. Reinterpretados en su definición, los choriplaneros, los kukas, y los vagos, (entre otros) representan esa negación del otro de antaño.
Si el 17 de octubre de 1945 fue la síntesis de un conflicto que latía en la sociedad de aquel entonces, y, a partir de ello, el parir de nuevas disputas, resulta legítimo preguntarse cuales son las nuevas discusiones que el peronismo está dispuesto a brindar. Si ya hace más de cincuenta años Juan Domingo Perón hablaba de los problemas del medio ambiente; si el feminismo que en esta nueva oleada se ha transformado en el movimiento más renovador de lo que va del siglo, ¿cómo conjugará el peronismo la interpelación de estos sectores y la resolución de las ya viejas demandas no resueltas que le dieron sentido a su surgimiento? ¿A quién le será leal?
La respuesta excede a este analista y seguramente la dará, como siempre el tiempo que viene. Pero tal vez la clave pase por tratar de seguir representando a los que menos tienen, a los que piden un mundo más justo y más igual. No sólo de trató de ser leales a un líder y viceversa. Siempre se trató de algo superior: de ser leales a la idea de que nadie se salva sólo. Ese siempre fue el sentido de la lealtad. Más allá de las etiquetas y el ropaje circunstancial.
(*) Analista político de Fundamentar