La última semana de octubre parece haberse consumido entre falsos debates que de alguna manera habilitan a que muchas veces, pongamos el eje en lo superficial pero no en lo sustancial de las cosas.
Alentados por ciertas lógicas mediáticas, de un lado y del otro de la grieta, algunas discusiones parecen alejadas del contexto en el que se imponen y sin tener en cuenta lo que supone la participación de algunos personajes. El conflicto de la familia Etchevehere, la carta publicada por la vicepresidenta Cristina Fernández y la situación de la toma de Guernica son situaciones que tienen mucho de esto, donde pareciera que lo importante son los intereses privados, alguna frase poco feliz y la foto que supone una represión que, para los que estamos de un lado de la vida, siempre nos afecta. Pero, queridos lectores y lectoras, la realidad suele ser mucho más compleja y tener muchos más pliegues que el que nos muestran desde cierta unidireccionalidad comunicacional.
Lo privado que no es público
Lo dijimos la semana pasada e insistiremos sobre el asunto: la disputa de los Etchevehere no es un hecho político. No está en juego el interés público, no se ven vulnerados derechos de mayorías ni de minorías, ni afectados intereses del Estado, como así tampoco se supone que del resultado de la disputa la sociedad gane en algo tangible.
Sí, como es obvio, el asunto tiene mucho de perfil periodístico. Y, además, sazonado con el “glamour” de la clase terrateniente argentina que ve cómo, una hija que actúa como oveja descarriada, a la vez que pone en discusión como han quedado repartido ciertos bienes, de paso, se amiga con los enemigos de siempre cuestionando el modelo productivo agrario imperante. Pero de beneficios para el conjunto social, nada por aquí y nada por allá.
Pero digamos que, inicialmente, se benefician los varones Etchevehere y su madre que salieron favorecidos con el fallo judicial, además de haber recibido un claro apoyo de la corporación mediática que, otra vez, rememorando las gloriosas jornadas de 2008, jugaron a la partición de la pantalla; y de parte de la oposición política argentina que intentó imponer al pleito como parte del destino de la república. Allí estuvo la presencia de Patricia Bullrich, la presidenta del Pro, acompañando en la “carpa de la resistencia”.
Pero también, aunque haya salido derrotado en el pleito judicial, salió beneficiado Juan Grabois que, a no dudarlo, juega para sí mismo. Sin reportar en una estructura política que lo contenga y conduzca, el amigo del Papa, ha creído que su recorrido de legítima militancia, algunos encuentros con Cristina Fernández y el diálogo fluido con el presidente, lo habilitan a ser referente irreprochable para definir cuestiones que, en verdad, lo exceden. El resto lo hacen esos mismos medios que lo ponen como un vocero definitivo de un oficialismo que no lo referencia ni lo aprecia demasiado. Por cierto “Dolores no duele” ni Grabois es un representante del oficialismo. Aceptar esa idea sería validar el preconcepto opositor que afirma que el gobierno nacional estaba interesado en la cuestión.
Cristina disruptiva
No descubrimos nada si decimos que la vicepresidenta ocupa el centro de la escena política. Pero con una particularidad: es tan potente su presencia política que hasta sus silencios también son sometidos a una permanente re interpretación. Si no habla, para algunos filibusteros políticos y mediáticos, eso supone una interpretación a veces delirante de las cosas. Recordemos que hace muchos años hubo un señor periodista que además resulta médico y que le dio un diagnóstico a la distancia, mientras que, por estos tiempos, otros con menos títulos universitarios se animan a afirmar qué tiene en la cabeza la ex mandataria.
En ese contexto de debate, esta vez eligió expresarse y lo hizo, con una publicación en redes sociales. Dijo, entre tantas cosas y al pasar, que hay “funcionarios que no funcionan”, recordó las diferencias internas que se dieron en el pasado en el peronismo y que pudieron superarse en la conformación del Frente de Todos, consolidando una experiencia única en la política argentina donde la segunda de una fórmula presidencial es la que cuenta con mayor caudal político. Señaló también que la estructura de poder (hiperpresidencialista) en la Argentina no supone la más mínima posibilidad de que las decisiones del Poder Ejecutiva no cuenten con la anuencia del propio presidente. Y planteó, además, la necesidad de un gran acuerdo nacional que rompa con la lógica bimonetaria que impera en el país y que lo condiciona de manera notable y permanente.
¿Qué hay de nuevo en todo esto? Nada. El triunfo de octubre de 2019 no puede hacer olvidar las diferencias de ciertos recorridos y ha sido una virtud cumplir con el viejo mandato de que las fuerzas populares deben unirse a la hora de enfrentar al neoliberalismo. Pero los matices están y es bueno recordarlo.
También, con unas pocas líneas, rompe con la vieja preocupación de nuestros pensadores impolutos que siempre ven a la hora de los gobiernos nacionales y populares el riesgo del doble comando. Lo había con Duhalde – Kirchner, con Kirchner – Fernández, con Fernández – Kirchner y como no podía ser de otra manera lo habría ahora con la fórmula Fernández – Fernández. La conducción del gobierno es de Alberto y eso ha sido reinterpretado como un tirarle la responsabilidad exclusiva al presidente y un sacarle al cuerpo a una situación que resulta por demás de evidente.
A esta altura ha quedado claro. La centralidad política Cristina supone que cualquier cosa que haga o no haga, diga o no diga, será cuestionada de manera fulminante. Con eso se debe convivir.
Guernica y la esquizofrenia
Para muchos el tema de Guernica apareció el día jueves con la represión que mostraron la mayoría de los medios hasta el cansancio. Pero la historia tiene varios meses en disputa. Si bien la situación no es nueva, siempre quedó atravesada por la cobertura mediática a partir de que se aproximaran o no las fechas de vencimiento que había impuesto la Justicia para cumplir con el desalojo del lugar. A medida que esos plazos se prorrogaban y el gobierno bonaerense lograba acuerdos con familias que se retiraban del lugar, el tema desaparecía de la agenda mediática.
Luego de tres meses de ocupación y de negociaciones, un altísimo porcentaje de familias se habían retirado del lugar. Las razones de su presencia allí son múltiples, pero de los testimonios que se pudieron conocer, muchos de esos ciudadanos habían decidido ocupar el espacio por que su realidad social ha empeorado, y mucho, desde la irrupción de la pandemia. Se han quedado sin el plus que suponen changas y rebusques que hacen la diferencia entre poder pagar o no ciertos servicios básicos.
Las soluciones para estos casos no son mágicas. Si lo que falta es un espacio para vivir, debemos recordar que ningún Estado de ningún nivel y de ningún país del mundo cuenta con centenares de viviendas sin asignar y que puedan ser entregadas a los ocupantes. Ante un problema urgente, las soluciones no pueden ser, en la coyuntura, estructurales. La lógica del subsidio puede operarse como una herramienta más que obvia para alivianar angustias.
Durante el día miércoles se hizo correr el rumor de que aquellos que dejaban la ocupación de los terrenos, recibirían subsidios de algo así como $300.000 por familia. Sin repreguntas y sin ningún replanteo, esos títulos de portales circularon a lo largo y ancho del país. La indignación de cierta dirigencia política y del periodismo bien pensante no se hizo esperar y terminaron actuando de justificación para lo que vendría después en una represión que, justamente, terminó siendo celebrada por aquellos que ven en la violencia policial una forma de solución a los problemas sociales. A la vez fue reprochada por cierta progresía que mientras el miércoles se quejaba de la manera en que se había propuesto la salida del lugar a las familias, veinticuatro horas más tarde ponía el foco, exclusivamente, en la acción policial.
Los Guernica SÍ que duelen. Porque representan el dolor de los nadies que vienen perdiendo desde hace muchísimo tiempo en la Argentina. Ese es un problema estructural. En una semana donde la cuestión de la tenencia de la tierra privada y pública apareció como un problema real, parece legítimo preguntarse (la tarea para el hogar de cada semana querido lector, querida lectora) si la sociedad argentina está dispuesta a dar el debate de fondo.
Lejos del mundillo de la oligarquía terrateniente que representan los Etchevehere y sus intereses privados y más cerca de la realidad de los que no pueden acceder al uso de la tierra rural o urbana, ese es el debate justo que debería emerger de esta coyuntura y también el camino a encarar por el gobierno con los distintos matices que lo componen y que bien definió Cristina Fernández. ¿Aparecerá esa discusión pública o, como suele suceder cuando actuamos por el mero interés de la lógica mediática, quedaremos sepultados por nuevos falsos debates de ocasión? Ojalá que Guernica sea el inicio de otro camino.
(*) Analista político de Fundamentar