En la niñez de los que pasamos los 50, tiempos donde ciertos discursos discriminatorios y estigmatizantes se encontraban mucho más naturalizados, nuestros afectos, a quienes no crecíamos en el tamaño físico que los mandatos sociales imponían, nos alentaban/consolaban diciendo que “lo bueno viene en frasco chico”. De alguna manera, el centro de la política semanal (y la mayoría de las buenas noticias) estuvo centrado en un recipiente de dimensiones diminutas. Tan contundente que asombra. Tan evidente que ensaya una caricia. Repasemos.
La semana pareció sacudirse cuando Santiago Cornejo, director para América Latina del mecanismo Covax, durante un evento virtual denominado "Salud y cooperación, la iniciativa Covax contra la Covid-19", organizado por el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), afirmó que la Argentina había rechazado la recepción de la vacuna Pfizer. De allí en más, el dueto conformado por la corporación mediática y la oposición encarnada en Juntos por el Cambio, se encargaron de difundir masivamente el rechazo a la “ayuda de Naciones Unidas”. Entre otros detalles, una comunicadora que reporta en un canal capitalino calificó al gobierno de ser “anti niños”.
Unas pocas horas duró la operación: bastó que desde el Ministerio de Salud revisaran en sus archivos las comunicaciones cruzadas entre las partes para que la situación comenzara a aclararse. El golpe de gracia lo terminó aportando el propio declarante cuando afirmó que la negativa argentina se entendía a partir de la falta de acuerdo con la farmacéutica de capitales estadounidenses. Algo que es público desde hace varios meses. Fin de la polémica.
Si un extranjero se instalase en la Argentina y comenzara a realizar un ejercicio de revisión de títulos periodísticos y discursos opositores, se preguntaría asombrado el porqué de tanto empeño en lograr un acuerdo con un laboratorio en particular. No es que pueda desconocerse ni asombrarnos la capacidad de lobby de los laboratorios a nivel mundial, pero cuesta entender que dirigentes políticos con nulo peso a nivel nacional, repitan como un mantra la necesidad de que el Estado argentino firme un convenio con esa farmacéutica.
La respuesta inteligente a los dimes y diretes con los laboratorios vino de la mano del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, quien convocó a una audiencia especial con gerentes y legisladores para que, de manera pública (tv de por medio), expliquen las condiciones de cada uno de los contratos que ha gestionado el Estado nacional argentino para la adquisición de vacunas.
Lo que subyace, que en otro contexto llamaríamos obsesión, no es más que un recurso político con un juego en varios sentidos. El primero es intentar deslegitimar al gobierno en un año muy particular, donde las elecciones están a la vuelta de la esquina. Si la pandemia ha sido una oportunidad para que las fuerzas amarillas corran el eje de la discusión, negándole a la sociedad una sincera autocrítica del desastre económico y social que dejó su administración en el período 2015 – 2019, también lo puede resultar para el gobierno.
En el contexto de la una segunda ola de contagios que, como bien nos auguraron sanitaristas, biólogos y epidemiólogos, sería más grave, los oficialismos vienen sufriendo cuestionamientos varios ante el deterioro generalizado que produce la pandemia. Como es lógico, los reclamos recaen sobre los que gobiernan, y son ellos quienes deben dar las respuestas pertinentes.
Ahora bien, si se llega a un proceso electoral con la crisis sanitaria no resuelta pero sí encaminada, el humor social podría ser otro y aquella apuesta opositora al pleno del desastre sanitario, se podría terminar transformando en una vuelta de boomerang que la afecte decididamente. Nunca debe dejar de entenderse el contexto que suponen estas elecciones legislativas de 2021: el oficialismo está a unas pocas bancas de obtener el quorum propio, mientras que la oposición que (por ahora) lidera Mauricio Macri, necesita realizar una elección realmente importante para repetir los guarismos de 2017. Ejemplo que sirve de muestra: ¿imagina usted señor lector, señora lectora, una elección santafesina donde Juntos por el Cambio alcance los cinco escaños? Le dejo la tarea de cada semana.
Pero el episodio Pfizer no es excluyente. Se incluye en una larga lista que nacieron allá por abril de 2020. Los recursos discursivos e institucionales fueron variados: pedir por la libertad, denunciar una infectadura, reclamar por el deseo de trabajar, cuestionar acuerdos y estrategias con países que no reditúan en el radar amarillo, denunciar al veneno soviético, ir a la Justicia por la autonomía porteña y exigir por la falta de vacunas. Todo ello sazonado con una dosis tan adecuada de cinismo que, en algún momento, y para no ser corridos por derecha, intentaron interpelar a los sectores libertarios, anti vacunas y negacionistas. Las diferencias siguen vigentes, pero la densidad de la crisis es tan profunda que el cordobesismo tuvo su propio capítulo de “retroceso en chancletas” cuando el día viernes su gobierno provincial anunció una vuelta a fase 1 dado el colapso de su sistema sanitario. De a ratos, aunque cueste, el virus enseña.
Pero la buena de la semana refiere a la confirmación, ya definitiva, de la llegada masiva de vacunas de distinto origen. Lo que se había anunciado algunos meses atrás y que, de alguna manera ponía en cuestionamiento la palabra del gobierno a partir de los atrasos de los laboratorios, comenzó a concretarse en las dos últimas semanas. Despejado el escenario que suponía la escasez o ausencia de vacunas ahora el desafío es otro: vacunar y rápido.
La pelota ya no está del lado del incumplimiento de los laboratorios sino de la capacidad de los distintos niveles del Estado para garantizar la mayor campaña de la historia. ¿Vacunas para todos? Todavía es un exceso afirmar semejante cuestión, pero el escenario es, indudablemente, otro. Y, por si fuera poco, la semana se complementa con dos anuncios también esperanzadores: la confirmación hecha por Axel Kicillof de la compra de 10 millones de vacunas Covaxin (aún no aprobada por la ANMAT) y la llegada, a partir de la semana que se inicia el próximo lunes, del principio activo de la Sputnik V para producir en la Argentina nada más y nada menos que 500.000 dosis 1 y 2 de vacunas para finales del mes de junio.
Del primero de los anuncios digamos que, entregándose al Estado nacional para su distribución, las propias características del producto, permitirá salir “a buscar” ciudadanos que viven alejados de los centros urbanos y que no dispongan de los medios necesarios para ir a vacunarse. Parece un tema menor, pero para quien conozca la extensión de un país como la Argentina, entenderá de qué se habla.
Del segundo corresponde mostrar la foto de Alberto Fernández en el Foro de Económico 2021 de San Petersburgo, con la presencia de Vladimir Putin y que confirma, una vez más, la relación estratégica que vienen tejiendo desde hace algún tiempo Rusia y Argentina. A eso se suma la invitación para el mes de julio (exclusiva en la región), por parte del Partido Comunista Chino al presidente argentino para la celebración de su centenario. Muy a pesar de la corporación mediática y de la oposición de Juntos por el Cambio, no se trata de entender o no que Alberto Fernández sea un líder regional, sino que el sistema de alianzas profundizado en los últimos 18 meses, van el sentido contrario del que desearía la alianza derrotada en octubre de 2019.
Es cierto que los liderazgos no son para cualquiera, pero tan real como ello resulta afirmar que no existe sólo un modelo que refiera al bloque que conduce los Estados Unidos. En el juego de la multipolaridad del mundo de hoy, bien valen las alianzas estratégicas que permiten romper ciertos lazos de dependencia. Segunda tarea para el hogar: en términos sanitarios ¿qué hubiera pasado en la Argentina, de no haber logrado acuerdos con laboratorios rusos y chinos y hubiera dependido de la influencia estadounidense?
“Tanta sangre que se llevó el río” nos cantaba un joven Fito Páez, allá por los '80, y cuesta desde el análisis político dejar de pensar en los 80.000 muertos de la pandemia. Toda alegría que pueda alcanzarnos siempre estará limitada por ese número que, seguramente, falta bastante para que en la Argentina se detenga. La clave pasa por reconocer a los que ofrecieron su corazón en esta pelea desigual, en tener empatía y en admitir, definitivamente, que el virus mata. Aunque hoy tengamos una pequeña esperanza y la misma venga en frasco chico.
(*) Analista político de Fundamentar