Sobre números y reacomodamientos
Domingo 21 de noviembre de 2021. Hubo 15 millones de chilenas y chilenos habilitados para ir a votar. Sólo lo hicieron un poco más de 7 millones, el 47,19% del padrón; un número muy similar a las elecciones en las cuales Sebastián Piñera ganó la Presidencia en 2017 (46,72%), y al referéndum sobre el cambio en la Constitución en 2020 (50.95%).
José Antonio Kast (27.9%) y Gabriel Boric (25.8%) sacaron su pasaje para la segunda vuelta, que tendrá lugar el 19 de diciembre. Franco Parisi, un candidato radicado en los Estados Unidos que no pisó Chile en toda la campaña debido a una orden judicial por no pagar una pensión alimentaria, salió tercero (12.8%). Más atrás, quedaron el candidato oficialista y ex Ministro de Desarrollo Social de Piñera, Sebastián Sichel (12.7%) y Yasna Provoste (11.6%), la candidata de los partidos de la ex Concertación que gobernaron por dos décadas seguidas tras la recuperación de la democracia. Esos son los números.
Primer dato a tener en cuenta, que peca de obvio: la mala elección de las coaliciones tradicionales chilenas son la muestra de la implosión del centro (en sus variantes de izquierda y derecha) que hegemonizó la disputa política de 1990 a la fecha. Una campaña plagada de obstáculos y errores sumada a la bajísima popularidad de Piñera echaron por tierra las altas expectativas iniciales de Sebastián Sichel, quien había vencido en las primarias a otros tres contendientes, incluido el histórico dirigente de la UDI, Joaquín Lavín. Por su parte, Yasna Provoste nunca pasó la intención de voto del 15%. El Nuevo Pacto Social, nueva denominación de la Concertación, dejó de hacer pie definitivamente con el proceso iniciado en 2019 y terminó cosechando un magro resultado.
El tercer lugar de Parisi es, a priori, lo más curioso. Su hábil discurso en redes sociales en contra de “los políticos” y ufanado de no pertenecer “ni a la izquierda ni a la derecha” encontró eco en casi 900.000 chilenos (en su mayoría varones jóvenes). Ese dato vuelve obligatoria la discusión sobre la necesidad de no vincular automáticamente las movilizaciones de los últimos años con una politización, en el mejor sentido de la palabra, del ciudadano de a pie en Chile. La antipolítica tiene un terreno fértil para crecer y tiene una relación por demás de compleja con la reciente ocupación del espacio público.
Que Kast y Boric deberán buscar los votos de estos tres candidatos, también constituye una afirmación que peca de obvia. Piñera, su gabinete y sus aliados ya han tirado más de un centro a la cabeza del candidato del Partido Republicano, incluso antes de las elecciones, a sabiendas de que su entrada en el ballotage estaba cantada, sobre todo luego del escándalo de los Pandora Papers que amenazó con hacer aún más corto el poquito tiempo que le queda al Presidente en el Palacio de la Moneda. Por otro lado, Provoste, y los partidos Socialista, Radical y Demócrata Cristiano, han llamado a votar por Gabriel Boric. Lo propio hicieron Renovación Nacional, Evópoli y el resto del oficialismo con Kast. En los estratos de la dirigencia, las dos coaliciones perdedoras ya se han encolumnado detrás de los contendientes de diciembre.
Los pulsos contrapuestos
18 de octubre de 2019. La pandemia aún no asomaba. Las autoridades chilenas impulsaron un aumento en el boleto del metro que catalizó un descontento social contenido por décadas. A las movilizaciones le sucedieron dos respuestas. La primera por parte del Gobierno: represión y otorgamiento de carta blanca a los Carabineros, a los que Kast hoy defiende y victimiza abiertamente.
La segunda respuesta, ensayada por el conjunto de la clase política, fue un acuerdo de los partidos para convocar un proceso constituyente mediante plebiscito, el cual se votó 32 octubres más tarde que la consulta que terminó con la dictadura de Pinochet, en 1988. La propuesta de modificar la Carta Magna redactada en 1980 tuvo un apoyo transversal, y el “Apruebo” sacó el 78% de los votos, articulando voluntades y configurando una mayoría que hoy, con el diario del lunes, no tuvo su correlato con una propuesta política por parte del progresismo chileno o la oposición, en términos más generales. En aquella ocasión, sin un proceso electoral para el recambio de autoridades en el corto plazo, la redacción de una nueva Constitución fue el canal donde el estallido social encontró respuesta institucional. Inserto aquí un asterisco que resalte la continuidad de las autoridades de gobierno principales, a pesar de la turbulencia política de estos dos años.
No obstante, durante ese atípico año que fue el 2020 hubo otras discusiones cargadas de simbolismo y consecuencias concretas para el orden económico reinante en Chile. Los retiros de los fondos de pensiones administrados por las llamadas AFP, autorizado mediante una Ley votada por el Congreso; el ingreso familiar de emergencia a raíz de la pandemia, y el respiro que logró Piñera a partir de un buen ritmo en la campaña de vacunación, aplacaron la espuma de la movilización social, generando un clima tenso, expectante y de conflictividad latente, pero con un ojo puesto en el futuro próximo, a sabiendas del proceso electoral que se avecinaba en este 2021.
Con el retroceso de la pandemia, otros factores entraron en el juego. El tiempo fue el primero y, en opinión del que suscribe estas líneas, el más importante. Yanina Welp escribió un artículo en El País donde introdujo el concepto de Turbo-política, entendida como “la aceleración de los tiempos políticos debido a la concatenación de hechos excepcionales, afianzado sobre el declive de las grandes afiliaciones y la apelación a las emociones y el escándalo”. La turbo-política complejizó y volvió heterogéneo el conjunto de demandas que se cocinaron al interior de la sociedad chilena. Cierto es que el estallido social inclinó dichos reclamos en una dirección: un piso mínimo de derechos. Lo que se aglutinó en la palabra Dignidad. Pero conforme pasó el tiempo otros debates comenzaron a ganar peso.
En los últimos meses, tomaron notoriedad el conflicto con las comunidades mapuches en el Sur de Chile y los ataques xenófobos contra migrantes en el Norte del país. Al ver los resultados electorales en clave regional, en la región de la Araucanía, epicentro de la disputa territorial con los mapuches, Kast sacó el 42%, mientras que Boric cosechó menos del 17%. En un fenómeno similar, el resultado fue menos abultado pero se repitió en las regiones norteñas donde la problemática con los migrantes marca el pulso de la conflictividad social: Kast sacó el 29% en Arica y Parinacota contra el 18% de Boric, mientras que en Tarapacá el resultado fue 30% a 18%. En estas dos circunscripciones, Franco Parisi, el candidato en el extranjero, salió segundo cerquita de Kast (28% y 27% respectivamente”).
La turbo-política operó también en lo referente al paisaje de las ciudades, concretamente en Santiago, donde las movilizaciones no reúnen miles de personas, pero se volvieron un paisaje clásico de la realidad capitalina. El periodista Juan Elman estuvo recorriendo la ciudad los días previos y siguientes a los comicios y retrató este fenómeno en su recomendable newsletter Mundo Propio: “siguen siendo manifestaciones marginales comparadas con las de 2019 y la convocatoria con suerte superan las cien personas, pero es suficiente para paralizar la zona. Pasa todas las semanas. Me resultó fácil en ese momento entender por qué un dueño de un comercio local o alguien que tiene que pasar por ahí todos los días podría votar por alguien como Kast”.
Si uno arroja sobre la mesa estos factores, se comprende cómo el tiempo jugó su papel y cómo influye, en palabras de Marcelo Mella Polanco, cierto “pulso restaurador” más reciente que el pulso transformador de las marchas y el proceso constituyente, pero que sucede en simultáneo, dando lugar a una crisis de representación que se demuestra en el resultado de las elecciones, con dos propuestas antagónicas pasando a la segunda vuelta y con un Congreso fragmentado.
A propósito del Congreso, el voto allí fue distinto a lo que se vio en las presidenciales y creo que merece una digresión. La coalición de gobierno logró resultados significativamente mejores para sus candidatos al Parlamento chileno: tendrá 55 bancas de las 155 que se renovaban y 12 de los 27 asientos en el Senado. Los resultados de la votación legislativa tienen muchos puntos de contacto con lo que me comentaba la semana pasada Simón Ramírez, sociólogo chileno y miembro del partido de Boric, Convergencia Social. Simón me dijo que existe hoy en Chile un voto demandando liquidez, donde el principal reclamo salido a la superficie en 2019 ligado a la dignidad, confluye con la mantención de los niveles de consumo propios de la sociedad chilena, donde el neoliberalismo ha permeado en las capas sociales de forma muy significativa, aún comparado con los altos estándares que manejamos en América Latina sobre este punto. Empezó a hacerse palpable un miedo a la posible modificación de “la parte buena” del orden económico chileno. Y arrojó una reflexión clave: “si la candidatura de Boric se aleja de la garantía de dignidad para acercarse a modificar la estructura del orden socio-económico, más complicado será conformar una mayoría para ganar en diciembre”. El modelo chileno, tan ponderado por los medios de comunicación hegemónicos a nivel global, también tiene sus defensores en los ciudadanos de a pie que no cuentan con privilegios que buscan mantener.
Un último elemento de la votación al Parlamento: el Frente Amplio se consolidó como un partido del sistema político chileno en estas elecciones, no debutó como fuerza política este año. Ese hecho acaeció hace cuatro años, en 2017, con la candidatura de Beatriz Sánchez a la Presidencia de Chile y con la buena elección parlamentaria que hizo la fuerza. Es por eso que no podemos descartar una porción de voto castigo, también destinado a la fuerza que hoy comanda la izquierda en Chile, por formar parte ya del sistema político instituido.
Los escenarios posibles
Diciembre de 2021. Hasta el domingo 21 de noviembre se decía que estábamos a las puertas de las elecciones más inciertas en la historia democrática chilena. Luego de las mismas, podemos continuar afirmando lo mismo.
Hoy día, como dicen allá, las coaliciones derrotadas ya están posicionadas de cara al ballotage: el oficialismo apoya a Kast y el Nuevo Pacto Social llamó a votar por Boric; el Congreso fragmentado muestra una recuperación de las fuerzas conservadoras que habían sido derrotadas ampliamente en el referéndum constitucional; y dos candidatos que representan ideas y programas contrapuestos dirimirán la segunda vuelta en algunos días. Resulta necesario no simplificar a ambos contendientes sólo como “el candidato de la izquierda contra el de la ultra derecha”. Se vive una realidad mucho más compleja y esta afirmación, muy útil para el análisis, se queda corta.
Cualquiera de los dos que gane deberá gobernar un Chile con los pulsos contrapuestos a los cuales se hizo referencia. El analista chileno Roberto Izikson lúcidamente afirmó que habrá que responder a la demanda de Cambio, correspondida con la candidatura de Boric, pero también a la de Orden, sensible a la propuesta de José Antonio Kast. Y más allá de los pocos escrúpulos que muestran los dirigentes de su línea ideológica, Kast no puede apoyarse solo en la respuesta represiva o en la negación de la realidad, como han hecho otros mandatarios con los que muy simplificadamente se lo ha comparado al candidato chileno, como Bolsonaro o Trump. Inicialmente, Piñera se sustentó pura y exclusivamente en el aparato represivo del Estado y en sus relaciones cercanas con el establishment para resolver los problemas sociales en Chile. No le fue bien. Luego de su salida del Palacio de la Moneda, difícilmente tenga legitimidad alguna para ensayar algún renacimiento político.
En este sentido, aún queda confirmar si las fuerzas que ahora apoyan a Kast pero acompañaron a Sichel en la primera vuelta pueden influir en su programa de gobierno, intentando establecer una fuerza centrípeta que lo posicione más al centro. Kast deberá decidir estas semanas si profundizar su discurso radicalizado, defendiendo el legado de Pinochet e intentar llegar a La Moneda con esa narrativa, o ensayar una ampliación de su base de sustentación. Esta segunda opción es, valga la redundancia, electiva de cara al 19 de diciembre, pero obligatoria si llega a ser electo Presidente, en pos de la gobernabilidad.
Por el lado de Gabriel Boric, el ya mencionado Simón Ramírez arriesgó una posible respuesta: “la búsqueda de los votos del centro no están en los que votaron por Parisi o Provoste, sino en los que votaron por el Apruebo en 2020”. El 78% que apoyó la propuesta de cambiar la constitución es la coalición transversal de la cual Boric tiene que hacerse representante. Aritméticamente, con eso le alcanza y le sobra para diciembre. Pero la política no es matemática, y este proceso electoral que fue en la dirección de “cambiar algo, pero no todo”, también es un mandato a una transición entre constituciones, donde será clave no solo el nuevo Presidente, sino el nuevo Parlamento. Las elecciones fueron la prueba de que la articulación necesaria para ganar las elecciones es más amplia y compleja que la que se precisa para ocupar las calles.
El último ingrediente de incertidumbre tiene que ver, justamente, con la Constitución. En estos tiempos, donde Chile vive al ritmo de la turbo-política, habrá un nuevo Presidente que deberá gobernar en pleno proceso de construcción de una nueva Ley fundamental, la cual puede cambiar las reglas de juego por completo y que deberá ser aprobada, una vez más, en las urnas por un plebiscito de salida.
Los escenarios posibles son múltiples, pero la crisis multi-dimensional que opera como banda de sonido de la realidad chilena estará presente, sea cual sea el que se termine imponiendo.
(*) Analista internacional de Fundamentar