Sábado, 26 Marzo 2022 23:11

Señales

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Señales Mirian Luchetto

Amores invisibles, no dejan de danzar.
Danzan con sus padres, sus niños también.
Y con sus esposos,
en soledad, en soledad.
Sting

Tanto en la práctica de la política como en su análisis, parte del juego trata de saber leer de antemano las jugadas del resto o del conjunto de los actores, como así también de descubrir aquellas señales que, de alguna manera, se adelantan a los tiempos que podrían venir y para los cuales se debe estar preparado. Pero, también, nos sirven para explicar algo del aquí y ahora. Como pocas veces suele suceder en cuestión de días, varios protagonistas del juego político nacional, sentaron sus bases discursivas de lo que esperan (y desean) para el futuro mediato. Nadie podrá argumentar que no fuimos avisados. Pasen y vean.

Si pudiéramos tomar como válida la idea de un tiempo corto y un tiempo largo, para el oficialismo, el primero de ellos trajo novedades que pueden servirnos para el devenir cotidiano pero que, indudablemente, no rompe la rigidez de ciertas diferencias que no parecen que vayan a ser zanjadas en lo inmediato. Más allá de las oportunidades que “el sistema” brindó, no aparecieron a la luz pública señales de recomposición en un Frente de Todos donde algunos protagonistas parecen regodearse de cierta lógica internista.

El día martes el presidente de la Nación Alberto Fernández brindó una larga entrevista al periodista Roberto Navarro en el medio de comunicación El Destape. Si la expectativa estaba puesta en comenzar a emitir claras y contundentes muestras de distensión, más temprano que tarde se esfumaron en el ida y vuelta radial. Tal vez la definición más contundente refirió a que escucha a todos pero que es él quien toma las decisiones dado que en la Argentina, “la presidencia no se ejerce de manera colegiada”. Eso es inexorablemente cierto, ya que así lo demuestra el espíritu y la letra de la Constitución Nacional. Pero tan real como eso es que su llegada a la primera magistratura no se produjo sin contar con elementos que le dan una especificidad única: la nominación de Cristina Fernández y su posterior aceptación de parte del conjunto del peronismo exigía (y exige) un desafío inédito para una fuerza política que a lo largo de su historia se vertebró detrás del dirigente que tenía más votos. Nadie puede mirar al costado y desconocer el peso político de una vicepresidenta que, allá por mayo de 2019, cedió, pero sin retirarse.

Del otro lado tampoco se trataron de achicar las distancias políticas. Si una fecha tan simbólica como la del 24 de marzo podía servir para mostrar cierta unidad de criterio, el acto oficial por un lado y la enorme movilización de La Cámpora a Plaza de Mayo devinieron en un fenómeno de diferenciación muy evidente. A las poco felices declaraciones de Andrés Larroque, uno de los referentes de la agrupación, vinculando al presidente con un 4% de votos (porcentaje que obtuvo Florencio Randazzo en 2017, teniendo a Fernández como jefe de campaña), se sumaron las afirmaciones de un exultante Máximo Kirchner quien, encabezando una multitudinaria columna, no dudó en diferenciar que, entre los estudios de televisión y la calle, él prefiere a esta última para hacer política.

Y aquí también conviene revisar no sólo dichos sino también conceptos. Al actual ministro de Desarrollo Social bonaerense convendría recordarle que fue la propia Cristina Fernández quien nominó al protagonista del 4%, foto vieja si se quiere, ya que atrasa nada más y nada menos que casi cinco años.

No queda exento el ex jefe de bloque del Frente de Todos de cierta crítica ya que, si bien es cierto que la política exige “poner el cuerpo” y estar en la calle, en tiempos de posmodernidad y redes, los estudios de televisión sirven para llegar a un público que no necesariamente se interesa en poder manifestarse. Si en una democracia todos los votos se cuentan de a uno, vale lo mismo saber hablarles a TODOS, estableciendo estrategias múltiples de comunicación.

Vaya de ejemplo una muestra: el 9 de diciembre de 2015 la ex presidenta supo despedirse de la gestión frente a su pueblo, ante la friolera de 700.000 personas que se movilizaron sin ningún tipo de estructura de apoyo. Al día siguiente, quien la sucedía en el cargo, asumió ante un escuálido grupo de personas que lo vivaba frente a la Plaza de los Dos Congresos, mientras se lamentaba que “el día no había acompañado”. ¿Hace falta recordar la manera brutal en la que Mauricio Macri ejerció el poder, construyendo una administración donde el delito y la estafa fueron moneda de cambio? La política, la real, la que busca el poder para transformar positivamente la realidad, no se construye con el mero romanticismo de lo que la calle dice. Es una conjunción de factores. Tan antigua como aquel instante en que los ciudadanos encendían primero la radio y luego los televisores para escuchar, ansiosos, las buenas o malas nuevas que sus líderes tenían para comentar. Hablarles a los propios siempre es importante. Pero nunca debe ser excluyente, ya que si no ¿qué deberíamos hacer los no camporistas?

En ese devenir de una política endogámica que reduce sus agendas a lo que sucede en los límites que impone la General Paz, se pierde y mucho. Vale el ejemplo de la fenomenal muestra de madurez política que se dio en la ciudad de Rosario, en el mismo horario y revisando la historia como cada 24 de marzo. Decenas de miles de ciudadanos, jóvenes, no tan jóvenes y aquellos a los que de alguna manera la dictadura marcó definitivamente con su reguero de sangre, impunidad y muerte; supieron dejar de lado diferencias que son, si se quiere, menores.

 Así como muchos usuarios de Twitter podrían morir de literalidad aguda ya que no saben decodificar finas ironías, los argentinos nos enfrentamos al riesgo de morir de la combinación de bonaerensitis y capitalitis fulminantes ya que la defectuosa conformación demográfica, mediática y política nos impone discutir todo el tiempo lo que las tierras gobernadas por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof deciden. Raro para un país federal.

Pero la confusión oficialista no se detiene allí. En la semana se conoció un número que debería servir (y mucho) para explicar cómo se gobierna la Argentina. El Indec acaba de informar una baja del desempleo al 7% para el último trimestre de 2021. Si se busca en los antecedentes comparativos de 2019, una vez llegado el Frente de Todos al poder, esa misma tasa llegaba al 13,1%. Es cierto que el nivel inflacionario hace mella. Es cierto que hay cientos de miles de argentinos que no la pasan bien. Y mucho más cierto es que un movimiento político construido como referencia del mundo del trabajo nunca puede resignarse a un escenario del 50% de inflación.

Ahora bien, y dicho lo anterior, bueno sería saber por qué el oficialismo deja ese dato de la economía real de lado, lo minimiza, no lo trabaja en términos comunicacionales y no lo pone en la agenda de cada día. Dirán los especialistas que ese nivel de empleo se alcanza con salarios bajos y seguramente será cierto. Pero no menos verdadero que eso es que si un punto de empleo supone el dato de 45.000 personas ingresadas al mundo del trabajo, la diferencia de los dos últimos años representa que 270.000 argentinos tienen un empleo con el que antes no contaban. Con pandemia del Covid incluida.

Es tal la debilidad comunicacional y de construcción política gubernamental que en la agenda mediática e institucional prevalecieron las señales de un tiempo largo, el que viene y el que indudablemente propone la derecha argentina y ese conjunto de violentos e irrespetuosos que dicen llamarse libertarios.

Macri apuntando a la privatización de Aerolíneas Argentinas, Javier Milei invocando una dolarización que solucionaría el problema inflacionario y que sería lapidaria para la industria argentina (revisar ejemplo ecuatoriano), seguidores de Patricia Bullrich vandalizando la estación de subte Rodolfo Walsh, la oposición parlamentaria cambiemista discutiendo en el Congreso Nacional la posibilidad concreta de derogar el Decreto de Necesidad y Urgencia que habilitó el aumento de las retenciones a la harina y al aceite de soja, la conducción de la Mesa de Enlace propiciando la eliminación de las retenciones por la vía del Poder Judicial y, finalmente, el negacionismo desembozado de cierta derecha (con versión santafesina incluida de parte los legisladores Lisandro Enrico y Gabriel Chumpitaz) que viene a intentar poner en discusión la política de Estado sobre los derechos humanos en la Argentina, ejemplo inexorable de cara al mundo desarrollado y en vías de desarrollo.

Esas son las señales que propone una derecha que a lo largo y ancho del mundo y desde hace unos cuantos años ha salido del closet y que ha sabido instalar supuestas soluciones que traen más exclusión y miseria, corriendo el eje de cierto sentido común construido a partir de las bonanzas que el siglo XX supo imponer. El enemigo está allí, acecha de cara al futuro y se corporiza en propuestas irrealizables, mientras buena parte del oficialismo gobernante se mira el ombligo y pierde el tiempo dando por cerrados escenarios que aún deben construirse.

Hablamos de tiempos cortos y de tiempos largos. De lo que la política es y de lo que podría ser en el futuro. Y tal vez, como mejor ejemplo de resiliencia, compostura y templanza debamos tener en cuenta a las “locas de los pañuelos blancos”. Las más cuerdas de todas. Las madres y abuelas. Esas que supieron enseñarnos que Memoria, Verdad y Justicia eran valores irrenunciables. Y tal vez, por qué no, podamos aplicarlos a los demás valores de nuestra vida comunitaria. Memoria para saber de donde venimos. Verdad para reconocer todo lo que falta. Justicia para socorrer al que padece las injusticias de un mundo desigual. Ellas, hace rato, ya no bailan solas.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez 

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