La leyenda pseudo científica cuenta que, si uno trata de incorporar a una rana al agua hirviendo, el no siempre bien reconocido animal, saltará del mismo como un natural acto reflejo. Ahora bien, si uno incorpora al batracio al agua a temperatura ambiente, y lo somete a un lento calentamiento, nuestro protagonista se irá acomodando a esa cambiante exigencia y morirá inexorablemente. El ejemplo sirve de explicación en un sentido claro: en cómo nos podemos ir acomodando a los distintos contextos que nos rodean y, en términos políticos, a cómo nos acostumbramos a ciertos deterioros constantes, a veces imperceptibles y en ocasiones definitivos. En la semana que pasó, el oficialismo dio una nueva muestra de los límites que enfrenta su gestión, por los factores externos, pero también, por cierta genética (tal vez) autodestructiva. Repasemos.
Una de sus protagonistas fue Cristina Fernández de Kirchner. La vicepresidenta, más allá de lo que digan sus detractores mediáticos que fungen de analistas pero que portan un odio intrínseco, se las sigue ingeniando para ocupar el centro de la escena. Con una gran capacidad para imponer frases y latiguillos, pero mucho más para afectar la agenda pública, parece decidida a tener una visibilidad de la que desechaba un año atrás.
Como cuando uno se conecta al Whatsapp web, que nos informa que la comunicación se desarrolla codificada de extremo a extremo, la ex presidente se las ingenió para que su práctica política, la pública y la no visible, sea motivo de decodificación en los extremos de la semana. Desde lo que se mostró el día lunes en la ciudad de Avellaneda en el marco de un plenario de la CTA que conduce Hugo Yasky, hasta lo que trascendió en las últimas horas del viernes cuando se confirmó una reunión de tres horas con el economista Carlos Melconian.
El discurso en la sede de los trabajadores tuvo dos matices que sobresalieron con el devenir de los días. El primero de ellos refiere la cuestión de la “tercerización” de los planes sociales y, si se quiere, la mirada crítica que esto conlleva, no sin dejar de reconocer las distintas aristas que el tema supone.
Siempre resulta interesante discutir la vigencia y el modo de los planes sociales en la Argentina ya que en el horizonte del mediano plazo aparecen un par de opciones que, indudablemente, generan controversias. Por un lado, la posibilidad de implementar un salario universal mínimo, medida que resultaría justa y necesaria, y por otro, el slogan casi de campaña, de cambiar los planes por trabajo.
Para el primero de ellos parece que no hay voluntad política para hacerlo posible (se da por sentado que no estarían los fondos) y para el caso del segundo, se abren una serie de dudas que bien caben revisar: ¿están capacitados los beneficiarios de planes para incorporarse al mercado de trabajo argentino, contando con las herramientas cognitivas necesarias para ello? Y, además, el empresariado argentino, que declama por derecha la eliminación lisa y llana de los planes, ¿está dispuesto a activar la romántica idea de la responsabilidad social y aportar a la formación de los actuales "planeros”?
No es menor lo que puede enrostrar la ex presidenta a propios y extraños, ya que el dato objetivo indica que dejó su gobierno en 2015 con la existencia de 250.000 planes de trabajo, y al final de la gestión macrista ese número había trepado 5 veces más.
Sus dichos también pusieron en el tapete la cuestión de quién debe administrar esos planes. Gobernadores e intendentes vieron en los cuestionamientos cristinistas su oportunidad y empezaron a hacer mucho más visible la vieja demanda que supone que sean los niveles locales y subnacionales de la administración, quienes resulten encargados del “gerenciamiento” de los mismos.
Un ejemplo vino rápidamente de la mano del intendente de Pehuajó, Pablo Zurro, quien fue recibido en el Senado de la Nación por su jefa. El dirigente bonaerense dio a conocer un proyecto del que su intendencia podría hacerse cargo: sobre la base de 42.000 habitantes, esa localidad tiene asignado algo menos del 1% de planes (334) y ofrece el pago de un plus de $4000 que pagaría la intendencia y con una especie de seguro mínimo de salud que aportaría la obra social IOMA de la provincia de Buenos Aires, una especie de nuestro IAPOS santafesino.
Más allá de la buena voluntad que supone, el proyecto tiene sus propios límites: encubre la contratación de mano de obra precarizada desde el ámbito público por medio día de trabajo (20 horas semanales) Además, Zurro administra un territorio que está enclavado en la zona pampeana más rica del país y cuenta con recursos propios que no resultarían generalizables al conjunto de las administraciones comunales. Para muestra vayan tres botones: municipios como Rosario y Santa Fe, o una obra social como IAPOS, ¿están en condiciones de solventar gastos de este tipo? A la distancia, pareciera que no. Son los límites de pensar la política con una lógica exclusivamente bonaerense.
Pero, además, la discusión por la tercerización encubre otras discusiones. Como diría mi abuela, esto se trata de “viejas cuitas”. El tiro fue por elevación a la generalidad de los movimientos sociales y a la particularidad del Movimiento Evita con quien el cristinismo tiene una relación tortuosa. Desde su ideado kirchnerismo sin Cristina de mediados de la década anterior, pasando por el quiebre del bloque del Frente de la Victoria apenas asumido el gobierno de Mauricio Macri, hasta llegar al pacto con Carolina Stanley que le representó un crecimiento exponencial del manejo de planes, las huestes conducidas por los siempre porosos Fernando Navarro y Emilio Pérsico se supieron ganar, más allá de su desarrollo territorial, el cuestionamiento de no pocos sectores del peronismo.
Resulta definitivamente cierto lo que el periodista Fernando Borroni le espetó al reaparecido Luis D’elía, cuando le recordó que mientras él iba detenido en tiempos macristas, estos “compañeros” que el dirigente matancero hoy defiende, pactaban con el macrismo. Pero cuidado, tampoco resulta falso que, en los acuerdos de 2019, que construyeron el triunfo electoral del Frente de Todos, el dúo Navarro – Pérsico, habían resultado, de alguna manera “indultados”, en nombre de echar a Macri del poder.
Cuando el Estado no llega, el pueblo se organiza para protegerse y para trabajar. Hoy, no es justo criticar desde la política, a esa organización popular que surgió por las limitaciones de la misma política. @futurockOk
— Chino Navarro (@chino_navarrook) June 22, 2022
Por lo dicho, vale preguntarse cuál es el sentido del cuestionamiento público en un tema que, más allá de lo que piense cierta parte del electorado que jamás votaría a Cristina Fernández o a quien ella nomine, no formaba parte de los temas más urgentes que desvelan al propio gobierno que ella integra.
De lo que sobresale en el conjunto de las encuestas a las que se pueden acceder, la inflación y los salarios bajos resultan las preocupaciones más urgentes del conjunto de los argentinos y no el manejo arbitrario de los planes. Tal vez la movida deba ser pensada como una forma de limitación política a esos sectores sobre los que el propio presidente Alberto Fernández ha decidido apoyarse a falta de una estructura propia.
Parte de la decodificación de la que mencionábamos líneas más arriba alcanza a sus definiciones en materia económica. En lo referido al “festival de importaciones” no son pocos los economistas del palo que salieron a relativizar sus afirmaciones y, por otro lado, el concepto de que la inflación de hoy es responsabilidad de la deuda que tomó el gobierno anterior, resulta, en términos políticos y comunicacionales, bastante difuso. Más allá de las explicaciones técnicas, van más de 30 meses de administración frentetodista, la inflación no cede (en promedio anual está en niveles más altos que la que supo dejar como herencia el macrismo) y se supone que el electorado votó al oficialismo para que resuelva los problemas aquí y ahora, sin tanta referencia recurrente a cierto pasado.
Pero la frutilla del postre se la lleva la reconocida (por la fuerza de los hechos) reunión con el economista Carlos Melconián, a la sazón hombre que cuenta con un “interesante” currículum y que, desde un estilo llano y canchero, supo ganarse un lugar en los medios primero, y en ciertos círculos del poder después.
Amigo de Domingo Cavallo, funcionario macrista a cargo del Banco Nación hasta enero de 2017, actualmente funge como la cara visible de un equipo económico que tributa desde la tristemente famosa Fundación Mediterránea, que financia, entre otros, Luis Pagani, CEO de Arcor (sí, la misma empresa que mientras se reunía hace algunas semanas atrás con el presidente, aumentaba los precios un 10%) y que dice tener un plan y que estaría puesto al servicio de Horacio Rodríguez Larreta en caso de que éste se convierta en presidente; Melconian se caracteriza por ser un vocero del eterno ajuste argentino.
Puede inferirse, que esta última reunión viene a reforzar la búsqueda de interlocutores de distinto anclaje ideológico como ya ha sucedido con el ex presidente del Banco Central Martín Redrado, otro indultado que se había atrincherado en su despacho allá por el verano de 2010 y que había preanunciado que Argentina se quedaría “Sin reservas” en el cortísimo plazo.
Estas reuniones, más allá de lo que pueda inferirse en el día a día, demuestran palmariamente que Cristina Fernández es una dirigente que desde hace un buen tiempo hace del pragmatismo político parte de su construcción cotidiana (tal vez desde siempre). No es nuevo. Si allá por 2018 se revinculó con Alberto Fernández, si meses después recompuso su diálogo político con Sergio Massa, si volvió a interactuar con gobernadores a los que había ignorado en su gestión, si en la campaña de 2021 no trepidó en construir alianzas políticas con dirigentes que antes (y ahora) preferirían negarla antes que reconocer el funcionamiento de ciertos acuerdos; resulta indubitable que mucho de lo que pregona cierto ultracristinismo se parece más a un pasado y un presente moldeado a gusto de sus adláteres, antes que a datos duros de la realidad.
Y si hablamos de pragmatismo, bien vale el ejemplo de la reflotada Liga de Gobernadores que el día viernes, y en el número de 14, dio un claro mensaje al gobierno desde la provincia de Chaco que gobierna Jorge Capitanich. Siempre partidarios de que el juego nacional no afecte el escenario local, pero a la vez dependientes de los fondos federales para la realización de obras estructurales, más temprano que tarde comenzaremos a ver cómo algo que ya tiene cierta historicidad en el régimen electoral argentino, y que refiere a que cada provincia elige individualmente la fecha de desarrollo de su proceso electoral, será visto como un síntoma de debilidad del oficialismo. En algunas provincias las fechas de las elecciones están definidas por ley (como sucede en plano nacional) y en otras dependen de la voluntad del gobernador, favoreciendo el juego que muchos de ellos mejor juegan y más le gusta: el de la autonomía.
#DatoINDEC
— INDEC Argentina (@INDECArgentina) June 23, 2022
Las tasas de actividad, empleo y desocupación se ubicaron en 46,5%, 43,3% y 7% en el 1° trimestre de 2022, respectivamente https://t.co/G88G6PbU0U pic.twitter.com/7JxQ5V7Can
Con un presidente que no tuvo la mejor de las semanas, que, como ejemplo y dato anexo, nada se informó oficialmente del pago de la deuda con Santa Fe que se había anunciado algunos días atrás, en paralelo tuvo la buena noticia de la reducción del desempleo respecto del mismo período de 2021. Pero hay un problema: no puede usufructuarla como un éxito político; la necesidad de un ordenamiento político al interior del Frente de Todos se hace cada vez más notorio, el cual debería llegar de la mano de un diálogo interno que parece no desearse por estos días.
Ni el ensimismamiento albertista, ni el enamoramiento con un pasado idealizado de parte de buena parte del cristinismo parecen ser la solución para este tiempo singular, que poco tiene que ver con la década ganada, y que supone nuevos desafíos para los que se necesita mucha imaginación.
Ni las condiciones macroeconómicas, ni los liderazgos políticos, ni los espacios opositores, ni el contexto internacional son los que eran. También de este lado, nosotros, debemos romper cadenas mentales con cierto pasado que ya sucedió y no volverá. Si el kirchnerismo supo re enamorar, si se pudo adjudicar la medalla de reinterpretar el peronismo de principios de siglo, fue porque dio respuestas circunstanciales absolutamente distintas a las que había puesto en práctica seis décadas antes el primer gobierno de Juan Domingo Perón, pero que, desde lo conceptual, tenían una misma raíz.
Con los límites que supone este, nuestro tiempo, debe decirse que hay nuevas preguntas y las respuestas son aquí y ahora. Habrá que romper con la inercia de don Inodoro, y nunca acostumbrarnos a estar mal.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez