Opinión


Colombia presentó ante la OEA supuestas pruebas de la complicidad de Hugo Chávez con las FARC. Los viejos patrones que se repiten y una silenciosa y preocupante política del Pentágono


 

Ayer uno asistía, con el grado de interés que la profesión y la vocación por los temas mundiales le provoca, a la transmisión de la sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA. Como es conocido a estas alturas, el tema que le daba el calificativo de “extraordinaria” a la sesión era la intención del gobierno de Colombia de presentar pruebas de la connivencia de Hugo Chávez con la guerrilla de las FARC, permitiendo la existencia de campamentos de esa organización en territorio venezolano. Y a medida que la exposición del embajador colombiano ante el organismo hemisférico transcurría, uno no podía dejar de experimentar una sensación de deja vú; de que esto ya lo vio antes. Y entonces me acordé. Era una puesta en escena casi calcada de la ya tristemente famosa presentación del secretario de estado Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU en febrero de 2003 para justificar y legitimar la invasión norteamericana a Irak.

En aquella ocasión, el jefe de la diplomacia del gobierno de George W. Bush, asistido por una batería de gráficos, fotos satelitales, datos, cifras e informes de inteligencia, demostraba (supuestamente) que el régimen de Saddam Hussein estaba nuevamente en posesión de armas de destrucción masiva. Este hecho, decía Powell, en el contexto de la guerra global al terrorismo, representaba una amenaza inminente a la seguridad de los Estados Unidos y del mundo y, por lo tanto, se hacía imperante una acción inmediata del Consejo de Seguridad autorizando el uso de la fuerza. Después sabemos cómo terminó esa historia. Las armas de destrucción masiva nunca aparecieron; la CIA acusada de falsear informes de inteligencia para exagerar el grado de amenaza representado por Irak; etc., etc., etc.

Y ayer pasó algo parecido. El embajador de Colombia ante la OEA, Luis Alfonso Hoyos Aristizábal, mostró toda una serie de imágenes, gráficos, coordenadas y demás datos, para argumentar la existencia de campamentos de las FARC dentro de territorio venezolano. Por poner un par de ejemplos, afirmó que hay cinco campamentos en Venezuela, cercanos a la frontera con Colombia. Tres de ellos serían los más importantes: campamento Berta, el campamento Bolivariano y el centro de instrucción Santrich. Este último es utilizado para entrenar a los guerrilleros en el manejo de armas y explosivos. “Las coordenadas de Santrich son 10º 40’ 55’’ Norte y 72º 30’ 23’’ Oeste”, afirmó. Además, mostró fotografías donde aparecen el líder rebelde Iván Márquez, además de otros tales como “alias” Jesús Santrich y “alias” Pablito. A la vez que se proyectaban las imágenes de los guerrilleros, el embajador colombiano insinuaba la protección que tendrían de parte de Venezuela. En particular sobre el último de los mencionados, Pablito, Hoyos exhibió una foto donde aparece en una playa, que tranquilamente podría ser Cartagena, pero que Hoyos ubicó en la isla Margarita. Sería la playa Chichirivichi y el guerrillero se estaría tomando una cerveza Polar, producida en Venezuela.

Todo esto me disparó una serie de reflexiones y preguntas. Desde un punto de vista puramente escéptico, lo primero que se me ocurre pensar es que en la era del Photoshop todo es posible. Hacer aparecer a este escritor en una foto sosteniendo un surubí de 10 kilos –cuando es famosa y reconocida mi ineptitud a la hora de empuñar una caña de pescar– es un juego de niños para cualquier persona diestra en la manipulación digital de imágenes. Ni hablar entonces de hacer aparecer a un guerrillero en una supuesta playa en Isla Margarita tomando cerveza venezolana.

Pero para que esto no parezca un análisis completamente sesgado o ultrachavista supongamos por un momento que los alegatos del gobierno colombiano son ciertos. No obstante, ¿es realmente creíble la justificación respecto de cómo se obtuvieron esos datos? ¿Suena verosímil que guerrilleros arrepentidos huyeron de los campamentos de las FARC, atravesaron la jungla cruzando por todo el territorio que según el propio gobierno está bajo control de la guerrilla, con toda la información, videos, fotos, coordenadas y demás pruebas para intercambiarlas por inmunidad? ¿O los datos de inteligencia provienen de otro lado? ¿Si es así de dónde?

Esto me hace acordar mucho al ya épico rescate de Ingrid Betancourt. Justo en el momento en el que parecía comenzar a tomar fuerza la alternativa del diálogo por medio de intermediarios internacionales como forma de liberar rehenes en manos de las FARC y darle un duro golpe a la estrategia de confrontación permanente de Uribe, aparece la operación militar de rescate de la ex candidata presidencial a la que ya casi se daba por muerta. Ahora otra vez lo mismo. Apenas a dos semanas del traspaso del poder, cuando desde Caracas se pretendía instalar un ambiente de renovación de aires a partir del cambio de gobierno, Uribe se decide condicionar la relación bilateral con Venezuela montando todo un espectáculo en el foro diplomático en el que se siente más cómodo, ya que es en el que históricamente los Estados Unidos, su gran aliado continental, han hecho valer su poder predominante.

No sé. ¿Qué quiere que le diga? Esto ya me suena demasiado a un guión de una película de acción muy mala. Porque, de paso, convengamos en algo, muy atinadas son las observaciones que hace Luis Bruschtein en su nota de Página 12 del 23 de Julio: a la situación de las siete bases militares norteamericanas en Colombia él añade además que “la flamante presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla Miranda, autorizó la entrada a ese país de tradición pacifista a entre siete y trece mil marines norteamericanos y 46 barcos de la flota estadounidense. Costa Rica no tiene ejército. En poco tiempo lo tendrá, y será el de los Estados Unidos.”

Un poco más adelante Bruschtein continúa diciendo que “a su vez, el nuevo presidente de Panamá, el empresario derechista Ricardo Martinelli, firmó con Hillary Clinton otro acuerdo para instalar cuatro bases aeromilitares. Y lo mismo se dice con respecto a Perú: el presidente de Ecuador, el centroizquierdista Rafael Correa, no renovó contrato para la base de Manta, por lo que será trasladada a Iquitos. En una época en que no existen conflictos militares en la región, sino que, por el contrario, el impulso integrador ha sido más fuerte que en toda su historia reciente, resulta por lo menos sospechoso el evidente interés del Pentágono por regar América latina con bases militares norteamericanas. Y resulta más inquietante si al mismo tiempo, desde Colombia, donde está la mayoría de ellas, un presidente a punto de retirarse echa fuego al conflicto con Venezuela y condiciona a su sucesor y a Chávez a una política de tensión creciente.”

Amén.

 

(*) Lic. en Relaciones Internacionales - Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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Lunes, 26 Julio 2010 16:36

Desmontando Ficciones


Lenta pero inexorablemente, en nuestro país comienza a confirmarse que la política es más que puro consenso. Su estrecha relación con el conflicto es notoria, y algo de eso parecen señalar las últimas declaraciones de Elisa Carrió.


 

“Yo no iría a ningún lugar al que me inviten el Guasón y su mujer”. La frase la pronunció el viernes por la tarde Elisa Carrió. Y se refería –con el apodo de Guasón– a Néstor Kirchner. Y “su mujer” no es otra que la mismísima Presidenta de la Nación.

Pero puntualmente, ¿a qué se debía esa reflexión? En realidad fue un mensaje a Ricardo Alfonsín, quién fue invitado a un acto que se realizó en su pueblo, Chascomús, al cual asistieron la Presidenta y varios ministros, entre ellos Florencio Randazzo y Julio De Vido. Se ve que la foto de Alfonsín participando de una actividad institucional del gobierno nacional no le gustó para nada a Carrió, quién agregó “ya estamos grandes para estudiantinas”.

Vale la pena preguntarnos entonces: ¿hizo mal Alfonsín en ir a un acto institucional que se realizó en su pueblo y al que fue invitado protocolarmente por la presidencia de la Nación? ¿No hubiera sido un fuerte gesto de intolerancia faltar a la cita?

Imaginemos un poco. En poco tiempo, la Presidenta puede llegar a San Genaro, provincia de Santa Fe, a inaugurar un acueducto. ¿Qué diría la prensa si Cristina Fernández no invitara a Hermes Binner o si éste no asistiera a la cita? Se hablaría de intolerancia, de crispación, o sin ir más lejos, de falta de respeto.

¿Qué le pasó entonces a Carrió? ¿Desvarió? ¿Equivocó el camino? Para nada. Lo que está sucediendo, lenta e inexorablemente en la Argentina es que comienza a desmontarse esa ficción colectiva que se había instalado después del 28 de junio del año pasado y que decía, palabras más, palabras menos, que “los problemas de los argentinos se solucionan con consensos” y que el mensaje de las urnas había expresado que se necesitaba más diálogo.

A casi un año de esos hechos, las autoridades de la Iglesia Católica prefieren un tono beligerante hablando de guerra santa a la hora de diseñar una estrategia legislativa en contra del matrimonio igualitario. Nada de diálogo ni de tolerancia: sólo presiones, descalificaciones, agresiones a los que piensan distinto.

A un año del permanente bombardeo discursivo pidiendo diálogo, los mismos grupos políticos que se unen en el Congreso Nacional en contra del gobierno se tiran con municiones pesadas en la Legislatura de la ciudad de Buenos aires alrededor del tema de las escuchas ilegales de Mauricio Macri.

Se terminó el cuento del diálogo. Se terminó la hipocresía. Los que lo pedían era por mera cuestión de marketing electoral. Un ejemplo: hace 15 días, en la Cámara de Diputados, el presidente de bloque del radicalismo Oscar Aguad, mientras se discutía sobre una cuestión reglamentaria, afirmó: “estamos discutiendo poder y las cosas se dirimen votando”. En resumen, tolerancia cero, diálogo nulo, “somos mayoría los opositores y acá se hace lo que nosotros decimos”.

Este lenguaje se creía que era propiedad exclusiva del kirchnerismo. Es más, se pensaba que era una novedad institucional de los argentinos. “En los países serios esto no pasa”, decían algunos analistas. Hoy vemos que España, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Grecia e Italia viven situaciones de intolerancia política parecidas e incluso superiores a las que vemos aquí en la Argentina.

¿No será hora de que aceptemos que el conflicto y el disenso son partes inescindibles de la política? ¿Y que en etapas complejas de la historia hay serias barreras para que esos conflictos se diriman racionalmente en el marco del juego de las instituciones y que, en definitiva, se priorizan las estrategias confrontativas?

No sorprende tanto que Néstor Kirchner tenga palabras fuertes en sus discursos como que Carrió y otros líderes opositores, anteriormente profetas de la tolerancia, ahora prefieran la confrontación directa. Diálogo y conflicto son dos caras de una misma moneda: la democracia. No hay que asustarse ni escandalizarse. Sólo hay que registrar la coherencia de los actores políticos. Y acordarse cada dos años, cuando se vota.

 

(*) Lic. en Ciencia Política - Director Ejecutivo de la Fundación para la Integración Federal, Rosario

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Lunes, 02 Agosto 2010 16:21

Fotos del Pasado y del Presente


Las fotos de la semana anterior simbolizan y dicen mucho de la Argentina del pasado, del presente y de algunos hipotéticos futuros. El interés de algunos en refugiarse bajo el ala de las corporaciones parecen imponer su sobrevivencia política.


 

Es 26 de julio y comienza la semana. Otro aniversario de la muerte de Eva Duarte y los diarios traen la noticia de los diversos actos políticos que la recuerdan. Algunos se animan y tienen preparados informes especiales. En todos, el comentario viene acompañado de una foto que recuerda a la mujer argentina más influyente de la vida política argentina del siglo XX.

Y allí está ella, con su verba encendida, su pasión a cuestas, su alma entregada a una esperanza sin tiempo y sin dobleces. Le habla a cientos de miles de argentinos que la vitorean en una plaza, en una relación absolutamente directa del pueblo con su líder. Las fotos son en blanco y negro y reflejan otros devenires, otra sociedad y otras relaciones humanas. Cuando uno ve una foto de aquella época confirma la idea de que un país más justo, alguna vez tuvo sustento para quienes menos tenían.

Es el período de plena vigencia de aquella definición abrumadora y determinante que “donde existe una necesidad existe un derecho”. Es la consagración del reconocimiento de la dignidad humana arrebatada a los poderosos de entonces, con la fuerza que da el dolor por cada injusticia cometida. El sistema político en particular, y la sociedad en general, la recuerdan una vez más como muestra de respeto y admiración de propios y extraños.

Avanza la semana. Y promediándola, los diarios traen otra foto. Presente y digital. Refiere a un evento ya histórico y tradicional en la Argentina: la muestra de la Exposición Rural de Palermo. Y la foto no muestra la fuerza del desarrollo agrario argentino o la belleza que supone un toro semental campeón, sino que refleja la presencia del ya famoso grupo A, (que como mucha gente famosa, parece demasiado banal y sin sustento) en un lujoso auditorio con pantalla de plasma gigante y donde se charla, discute y acuerda sobre el campo argentino.

La imagen es muy poderosa desde lo simbólico y no es casual que haya sido abordada desde distintos sectores de la vida nacional. Y además viene acompañada de una noticia que se las trae. Publicada en el diario Clarín el día 27 de julio a las 13:57, decía que “los líderes de los bloques de la oposición acordaron no prorrogar las facultades delegadas al Poder Ejecutivo pero no consiguieron adoptar una misma posición sobre las retenciones a los granos. La Mesa de Enlace sí alcanzó una postura común”. Pavada de información. Lo que nos dice la nota es que el lugar de los acuerdos para la oposición (pobre Solanas, sino estuvo en la foto parece que no es opositor, ¿será K?) ya no es el Congreso de la Nación sino el mismísimo territorio perteneciente a una de las corporaciones más emblemáticas de la historia argentina: la Sociedad Rural. Resumidero de golpistas de toda laya, los de antes y los de ahora, el Grupo A se decidió a resumir en el instante que supone un click fotográfico, la postura política hacia un gobierno que para muchos, nunca debería haber nacido.

La paradoja es fulminante: en un régimen de claro signo presidencialista, este grupo de opositores no negocia con el oficialismo en una mesa que se cansan de reivindicar, sino que van “al pie” de las corporaciones. El siempre vigente (vigente?) resultado del 28 de junio de 2009, hizo creer a la mayoría de los que estaban en esa foto, y a varios que estaban del otro lado mirando, que comenzaba una etapa que nunca había sucedido en la Argentina pos dictadura: la del co gobierno. Pero ya ha demostrado la historia reciente, que algunos rejuntes nunca son del todo bueno para una sociedad como la argentina.

Pero el problema, en definitiva, no es la foto. Sino lo que se construye desde allí en adelante. El análisis es sencillo. Si para ganar visibilidad política, la oposición recurre a lo peorcito de las corporaciones (hace falta recordar lo que representa la Sociedad Rural en la historia política y económica del país?), en un hipotético triunfo electoral en 2011, ¿cómo hará para ponerle freno a las ambiciones siempre insatisfechas de estos sectores?

Y la respuesta es simple: no van a poder porque no van a querer. No van a poder frenar a los latifundistas en su desmesura de “tumbar” las retenciones porque no les interesa el problema agrario en su real dimensión. No van a poder frenar al sector desaforado de la gran industria que constantemente pide devaluar, porque no le interesan los trabajadores. Y no van a poder frenar a las grandes corporaciones mediáticas porque no les interesa que se escuchen la mayor cantidad posible de voces que relatan otras historias, saberes y realidades.

Entonces, y retomando las líneas iniciales, la pregunta final es simple. ¿Qué foto atrasa más? ¿La blanco y negro que, pese a todos sus errores, refleja un país con movilidad social ascendente o la de color digitalizada que nos muestra a un grupo de señoras “bien” y políticos en exceso conservadores que en el fondo de su ser, añoran el primer centenario, como síntesis perfecta de exclusión y marginalidad? Dígame señor lector, para usted, ¿qué foto atrasa más?

 

(*) Lic. en Ciencia Política - Analista Político de la Fundación para la Integración Federal

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La mediación de UNASUR terminó de zanjar el conflicto entre Colombia y Venezuela. La resolución de la disputa pone de manifiesto un profundo grado de compromiso de la región para resolver sus propios problemas, más allá de las circunstanciales diferencias ideológicas que puedan existir entre sus gobiernos.


 

Poco tiempo después del nombramiento de Néstor Kirchner como Secretario General de UNASUR, el ex presidente uruguayo Luis Lacalle decía que el santacruceño fue designado para ocupar un cargo en una organización que “no existe”, que no “sirve para nada”. Pasados estos últimos dos días la verdad es que se hace imperativo hacer una observación: qué lástima que no existe! Si llegase a existir se podría llegar a soñar con una organización capaz de a hermanar a israelíes y palestinos o a iraníes y estadounidenses! Si una organización que no existe logró desenmarañar un conflicto que amagaba con salirse de los carriles como el de Colombia y Venezuela, para una que tuviese entidad el cielo sería el límite!

Vamos a dejar de lado por el hartazgo que a esta altura provocan, las descalificaciones de la dirigencia opositora de la Argentina hacia el rol del propio Kirchner como representante político de UNASUR o la estúpida afirmación de que la Argentina está aislada del mundo. Dicho sea de paso ¿harán alguna vez alguno de estos encumbrados dirigentes un reconocimiento de los “horrores” de cálculo político a que el odio acérrimo los lleva? ¿Ese odio que derraman quienes afirman que la soberbia, la crispación, el autoritarismo, la confrontación y la oposición al diálogo y a la búsqueda del consenso son patrimonio exclusivo del gobierno?

Esta reflexión casi catártica viene a cuento de los resultados alcanzados por la gestión mediadora de UNASUR para evitar que el enfrentamiento entre Colombia y Venezuela aumente su escalada retórica y se ponga en riesgo la paz entre ambas naciones. Como es sabido, al frente de esa mediación estuvo su Secretario General, Néstor Kirchner quien, luego de varias horas de una discusión franca y abierta junto a los mandatarios Juan Manuel Santos y Hugo Chávez, consiguió el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y poner un punto de partida para lo que ambos presidentes calificaron como una nueva era en la relación bilateral.

Este resultado auspicioso dispara una pregunta de gran importancia: ¿el éxito en la mediación es mérito exclusivo de Kirchner? Desde luego que no. Sin dejar de soslayar la importancia de su rol en el momento concreto de la discusión cara a cara, el mérito le corresponde al conjunto de los países que conforman UNASUR. Porque una gran cuota del éxito se debe a la decisión política explícita de todos ellos (incluidos Colombia y Venezuela) para que las gestiones arriben a buen puerto.

Esto es una enorme muestra de madurez política de la región. Porque hubiese sido muy fácil dejar que el conflicto estuviese cruzado o condicionado por las diferencias ideológicas entre varios de sus miembros. Les hubiese sido muy sencillo a Colombia, a Chile y a Perú (con gobierno de corte conservador, más allá de los matices particulares) decir que estaban siendo acosados por una horda de izquierda autoritaria funcional a Chávez. Sin embargo, nada de esto ocurrió. El poder negociador de Néstor Kirchner provenía del fuerte apoyo político que los miembros de UNASUR le brindaron a su gestión. Sin eso, nada de lo que el Secretario General hubiese intentado habría resultado. Venga aquí otro coscorrón para los que hablaban de que Kirchner haría de UNASUR su feudo personal en otra grosera falta de respeto por los representantes de las naciones hermanas de la región.

Y quizás lo más importante que deja como saldo la resolución del conflicto entre Colombia y Venezuela es que por primera vez, casi podría decirse en su historia, Sudamérica es la que se ocupa de resolver sus propios problemas. Podríamos hacer un catálogo de los conflictos suscitados a lo largo de la historia independiente de la región y veríamos que, con honrosas excepciones como la gestión del canciller argentino Saavedra Lamas para lograr un cese de hostilidades en la guerra entre Bolivia y Paraguay en la década del treinta, siempre hubo que recurrir a los oficios de un tercero extrarregional para mediar en ellos. En la larga disputa en temas de frontera entre la Argentina y Chile se recurrió sucesivamente a la Corona Británica y al Vaticano para alcanzar finalmente la firma del Acuerdo de Paz y Amistad de 1984, por poner un caso cercano.

Una muestra cabal de esto es la reacción que generó en Washington el éxito de la mediación. Tras la reunión entre el canciller Héctor Timerman y la secretaria de estado Hillary Clinton, la jefa de la diplomacia de los Estados Unidos destacó la importante rol de UNASUR, en general, y de la Argentina en particular. “Aprecio el rol constructivo que tuvo la Argentina en instar a la resolución pacífica del conflicto entre Colombia y Venezuela” fueron las palabras de Hillary Clinton en la rueda de prensa conjunta brindada por ambos funcionarios.

Esto sirve también, en definitiva, para mirar el futuro político de Sudamérica desde otro punto de vista. Si este impulso a la integración y a la concertación política sigue siendo abordado y entendido como una instancia superadora de coyunturales diferencias ideológicas o de modelos de país; si es comprendido como un lugar donde todos debemos salir ganando y, en el proceso, incrementar los márgenes de autonomía decisional de los que hablaba Juan Carlos Puig allá a inicios de los años setenta, quizás llegue el día en el que dejemos de preguntarnos cuál será la política de los Estados Unidos hacia América Latina y comencemos a preguntarnos cuál será la política con la que América Latina mejorará su inserción en el mundo en aras de procurar un mayor bienestar de sus pueblos.

 

(*) Lic. en Relaciones Internacionales - Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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Miércoles, 18 Agosto 2010 13:32

Nuevos Desafíos para Evo Morales


La protesta social que se desencadenó en el departamento de Potosí abre un nuevo frente de preocupación para el presidente de Bolivia. Ya no se trata sólo de la puja de poder con los grupos económicos poderosos, sino de dar respuestas concretas a las situaciones de pobreza aguda.


 

Desde finales de julio y durante 19 días, el departamento de Potosí –en el sur de Bolivia– se vio inmerso en una crítica situación que lo llevó al aislamiento y al desabastecimiento de la población y de numerosos turistas que se encontraban en la región. Esta situación se produjo debido al bloqueo de sus rutas y de diversas medidas de presión implementadas en reclamo a las “promesas incumplidas” del gobierno de Evo Morales por parte de diversos grupos de militantes sociales.

Las multitudinarias protestas, huelgas de hambre y cortes en las rutas que se vinieron desarrollando en Potosí, tienen su origen en las diversas reivindicaciones regionales por parte de sus habitantes –conducidos por el Comité Cívico Potosinista (Comcipo)– frente al gobierno nacional, el cual es acusado de incumplir con las promesas electorales de “acelerar el proceso de cambio”. Esta cuestión es de suma importancia si se tiene en cuenta que dicho departamento es el más pobre del país andino.

Al iniciarse las protestas y reclamos por un mayor desarrollo económico, el Comcipo solicitó que el presidente boliviano se reuniera con ellos, como condición esencial para poder encaminar las negociaciones y así alcanzar una solución. Sin embargo, la negativa del gobierno de Morales a dialogar con los dirigentes bajo la presión de las protestas, por momentos complicó la continuidad en las comunicaciones entre ambos sectores, prolongando el conflicto.

Entre las principales reivindicaciones realizadas se encuentra la demarcación definitiva de los límites entre el departamento potosino y Oruro, en particular por la jurisdicción del Cerro Pahua, la cual es disputada por ambos distritos. Esta cuestión responde a los intereses económicos que suscitó el descubrimiento de yacimientos de piedra caliza en esa zona. La explotación de estos recursos para la producción de cemento y la posibilidad de que una fábrica de este material se instale en dichos territorios ha sido el factor desencadenante del conflicto.

Otro de los temas centrales en la disputa se asienta en el pedido de medidas que promuevan un mayor desarrollo regional, considerando que es una zona con altos niveles de pobreza. En este marco, también se observan reclamos referidos a la preservación del Cerro Rico, el cual está en condiciones próximas al derrumbe. Vale la pena recordar que el Cerro Rico es la mina de plata explotada por los conquistadores españoles hace cinco siglos. Desde ese entonces, en el yacimiento nunca se interrumpió la extracción del mineral. A estas alturas, el Cerro Rico es prácticamente una cáscara hueca que corre el riesgo de colapsar, con el consiguiente peligro que este colapso representa para las poblaciones linderas. Otra de las demandas pasa por la reactivación de una planta metalúrgica local de gran relevancia para la zona, cuya principal actividad históricamente ha sido la minería.

Los reclamos abarcan, a su vez, la construcción de un aeropuerto internacional, al igual que el tendido de nuevos caminos para mejorar tanto la comunicación como el intercambio comercial del departamento para con el resto de Bolivia y países vecinos.

Luego de arduas negociaciones mantenidas entre los dirigentes potosinos y los representantes del gobierno nacional –llevadas a cabo durante los días 13 al 16 de agosto en la ciudad de Sucre– se alcanzaron a firmar una serie de acuerdos para la mayoría de las demandas presentadas por los potosinos. De esta forma, se acordó que una comisión mixta estará encargada de trabajar sobre el conflicto territorial con Oruro, se ratificó la declaración de prioridad nacional para la construcción de un aeropuerto y el Gobierno se comprometió a la reactivación de la planta de zinc y plata de Karachipampa. Sobre el pedido de estabilización del Cerro Rico, la decisión fue conformar un comité interinstitucional para estudiar su viabilidad. Quedando pendientes para su posterior tratamiento la construcción de nuevos caminos y rutas. Estos acuerdos fueron bien recibidos al interior de la población local, producto de lo cual se levantaron las huelgas y protestas, devolviendo la normalidad a las distintas localidades de Potosí.

Se debe tener en cuenta que el conflicto potosino se enmarca en un contexto más amplio de controversias al interior de Bolivia, las cuales van desde las críticas que realizan diferentes organizaciones indígenas hacia la política gubernamental de explotación de recursos naturales, hasta los reclamos sindicales que dieron inicio a una ola de reivindicaciones a nivel nacional encabezada por la Central Obrera Boliviana (COB) junto con otras federaciones.

Sin lugar a dudas, la política interna de Bolivia se ve por momentos convulsionada ante la escalada de protestas y reclamos para con el gobierno, provenientes de diversos sectores sociales, muchos de ellos sectores tradicionalmente aliados al proyecto político del Movimiento al Socialismo (MAS) que conduce Evo Morales. En particular, se destaca que Potosí es uno de los centros de apoyo electoral centrales de del actual primer mandatario, en el cual recogió el 78% de los votos durante las elecciones de diciembre pasado.

Justamente es este punto el que llama la atención a diversos allegados a la administración, y al propio Presidente boliviano, el cual calificó a la protesta de Potosí –previo acuerdo con los dirigentes de Comcipo– de “conspiración” contra su gobierno. Más allá de los motivos que desataron la crisis interdepartamental y la posterior movilización, no es menos cierto que otros actores, siempre latentes, han promovido la implementación de medidas de presión y el fomento de huelgas destinadas a desestabilizar al gobierno de Evo aún no desaparecen de escena y se muestran vinculadas con diversos sectores políticos y económicos opositores al proyecto del MAS.

¿Podrá el gobierno de Evo Morales contener y superar la fuerte conflictividad que por momentos se apodera de Bolivia? ¿Podrá el líder conservar su principal base social de apoyo ante el recrudecimiento de las demandas económicos–sociales insatisfechas? Son sólo algunas de las preguntas, y por lo tanto de los desafíos, que deberá afrontar la actual conducción nacional para definir el futuro y la continuidad del proyecto del MAS en el poder.

 

(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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Lunes, 23 Agosto 2010 10:43

Reflexiones Tras la Mediación de UNASUR


Finalizada la crisis entre Colombia y Venezuela, se hace necesario reflexionar con mayor profundidad sobre las causas, condicionantes, intereses, estrategias y posibles escenarios futuros, tanto en la relación entre ambos países como de la capacidad de la región para la resolución autónoma de sus conflictos frente a la estrategia de militarización de espacios estratégicos latinoamericanos desplegada por Estados Unidos.


 

La reciente crisis entre Colombia y Venezuela, suscitada en torno a las acusaciones del ahora ex presidente Álvaro Uribe de la presencia de efectivos de las FARC en territorio venezolano y la posterior ruptura de relaciones por parte del gobierno de Hugo Chávez, puede ser visualizada como un ejemplo de la presencia de variables tanto de índole global, como local. En principio, su basamento en necesidades internas alimentadas por divergencias ideológicas apuntalan dinámicas de conflicto que les son funcionales, corroborando además un fenómeno de mayor espectro como la estrecha vinculación entre variables internas y externas, noción acuñada hace casi cuatro décadas pero internalizada en los últimos tiempos con el nombre de “políticas intermésticas”. Si bien este es un escenario que conlleva un riesgo inherente de desestabilización, en tanto la cantidad de variables en juego, el feliz desenlace del conflicto, a partir de la mediación de UNASUR, puede ser una muestra de la confirmación en sentido positivo de otra de las tendencias presentes en nuestra región: la búsqueda de instrumentos de resolución autónoma de conflictos, en este caso con características peculiares que se alejan de una visión institucionalizada y que, sin embargo, fortalecen a la institución misma a partir de su éxito.

Puede decirse que el desencadenamiento de la crisis es consecuencia de procesos previos de conflicto entre ambos países. Debe recordarse que las relaciones bilaterales comenzaron a deteriorarse en 2008, tras el ataque del ejército colombiano sobre campamentos de la guerrilla de las FARC en territorio ecuatoriano, lo que derivó también en la ruptura de relaciones entre Colombia y Ecuador. Este hecho, sumado al acuerdo entre Bogotá y Washington para el uso de siete bases militares colombianas, contribuyó a fortalecer la percepción del presidente Hugo Chávez en cuanto a una eventual hipótesis de conflicto con Colombia, en tanto aliada de EEUU y recipiendaria de ayuda económica y militar por parte de Washington. Del lado colombiano, tanto las versiones en torno al soporte económico de Chávez a las FARC como su imagen de referencia ideológica obligada al interior de la guerrilla tuvieron un efecto similar tanto en el gobierno como en la opinión pública colombiana, lo que pareció confirmarse dado su papel preponderante durante la primera etapa de la cesión unilateral de rehenes por parte de las FARC. De esta manera se configuró un eje de tensión creciente entre actores con percepciones contrarias y permeadas ideológicamente, conformándose así un conflicto cuyos puntos más álgidos fueron la ruptura de las relaciones comerciales por parte de Venezuela en 2008 tras la aprobación del acuerdo militar colombo–norteamericano. La confluencia de estos eventos puede ser vista como el caldo de cultivo para la reciente crisis bilateral.

Sin embargo, las necesidades políticas internas también tuvieron su rol en el desarrollo de la misma. Es un hecho cierto que las acusaciones de la presencia de guerrilleros en territorio venezolano se repitieron durante los últimos años del gobierno de Uribe, sin que esto cobrara mayor significación dentro del cuadro arriba descripto. El hecho de que haya sido diferente a finales de julio respondió en gran medida a los imperativos de la política interna en ambos países. En efecto, Colombia se encontraba a las puertas de un cambio de gestión –a dos semanas de la asunción de Juan Manuel Santos como sucesor de Uribe– por lo que la acusación ante la OEA fue visualizada como un intento de condicionar la agenda externa del presidente electo, la cual contemplaba el reinicio de las relaciones diplomáticas con Venezuela en el plano externo así como también un enfoque interno centrado en el desarrollo económico. Este era un enfoque alejado de la impronta militarista y securitaria enfocada en el combate a las FARC que permeó la presidencia de Uribe. Esta agenda representó uno de tantos gestos de Santos en busca de otorgar a su presidencia una identidad distintiva de la de su antecesor, habida cuenta de su paso como Ministro de Defensa del gobierno saliente. Estos gestos incluyeron un acercamiento no sólo con Venezuela en lo externo, sino también con el propio pleno del Congreso colombiano y la Corte Constitucional, actores políticos en constante pugna con Uribe. Todos estos movimientos, en fin, dieron forma a un clima de pugnas internas entre presidente saliente y entrante, aún compartiendo ambos un mismo marco ideológico y político. El último acto de gobierno de Uribe –traducido en la presentación de la misma acusación a Hugo Chávez ante la Corte Penal Internacional y a Venezuela ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos– puede comprenderse mejor si se atiende a aquella voluntad de condicionar los márgenes de maniobra externos de su sucesor.

Del lado de Hugo Chávez, la imputación de albergar a guerrilleros en territorio venezolano fue funcional a su habitual retórica antagonista, debiendo lidiar con un panorama interno mucho más complicado que el de su vecino. En términos económicos debe enfrentarse con un 30% de inflación, caída del 3,3% del PBI interanual y en términos políticos con la inseguridad como tema central, teniendo como punto de mira las elecciones parlamentarias de septiembre, en las que la oposición, si bien aún fragmentada, parece mejor posicionada que en años anteriores. Este escenario permite entender la guerra de declaraciones que se extendió por dos semanas, ejercicio destinado tanto a afrontar situaciones políticas complejas (de hecho, se renovaron las amenazas de cierre contra emisoras de televisión) como a la llana y simple medición de fuerzas entre uno y otro país.

De esta manera, el llamado “Acuerdo de Santa Marta”, que puso un cierre a este capítulo en las relaciones colombo-venezolanas con la mediación de UNASUR, da cuenta de los objetivos principales de la agenda externa de Santos: la restitución de las relaciones con Venezuela y Ecuador y la voluntad de mayor integración con la región, distanciándose claramente de Uribe. Asimismo, permite a Chávez presentarse como el triunfador en aquella pugna de fuerzas ante su sociedad. No obstante ello, el punto crucial del acuerdo pasa por el lado económico: desde la ruptura de relaciones comerciales en 2008, el comercio bilateral entre ambos disminuyó un 70%, pasando de un monto de U$S7.200 millones a tan solo U$S 2.400. Si bien ambos se han visto perjudicados, el principal damnificado ha sido el lado venezolano, dado el hecho que Colombia es su principal socio comercial y que se encuentra en medio de serios problemas de abastecimiento.

En la resolución del conflicto, más allá de la voluntad de ambos mandatarios de arribar a un acuerdo, debe destacarse tanto el accionar de UNASUR como el rol de Brasil y Argentina en la mediación. Si la intervención concertada entre ambos países, con las reuniones mantenidas a principios de mes tanto con Santos como con Chávez o su ministro de Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro, reforzaron la función natural de ambos países en tanto interlocutores regionales naturales, el éxito de UNASUR confirmó las tendencias presentes en la región en cuanto al fortalecimiento de instancias autónomas de resolución política de conflictos, dejando sin fundamentos el argumento de la carencia de peso político de la UNASUR ante la ausencia de una institucionalidad más fortalecida. En cuanto a este punto, si bien es cierto que podría adquirir mayor densidad política con la ratificación de su tratado constitutivo por parte del grueso de la región (en la Cumbre de Quito se obtuvo la sexta firma, de parte de Argentina), los éxitos anteriores en el caso boliviano en 2008 y en el conflicto entre Colombia y Ecuador en 2009 sirvieron como antecedente para validar la intervención.

Debe destacarse, además, que la misma contó con la particularidad de la preeminencia de las reuniones bilaterales por sobre las plenarias. Esto tiene que ver tanto con la lectura de la coyuntura regional, en la que prevaleció el consenso en cuanto a esperar la asunción de Santos, como con el estilo de su Secretario General, Néstor Kirchner. Aquí puede verse otro de los elementos presentes en el conflicto: el papel de los perfiles individuales de los actores. La apuesta de Kirchner por la vía bilateral fue riesgosa. Se lo acusó de boicotear la reunión de Cancilleres de UNASUR en Quito (la cual no llegó a resultados concretos, en parte por el creciente aislamiento del saliente gobierno colombiano), así como también de cierta parsimonia en sus gestiones. Tanto la ausencia del ex presidente en Quito, como el compás de espera en los días previos a la asunción de Santos constituyeron una apuesta de promover una sintonía fina entre Chávez y Santos. Ambos venían prodigándose gestos de acercamiento, los cuales fueron aprovechados por Kirchner en sus gestiones. Este marco no pasó desapercibido para ninguno de los involucrados y contribuyó en gran medida al éxito de la mediación.

El creciente papel de UNASUR y de instancias similares como el Grupo de Río también encuentran su origen en la cada vez más extendida percepción de la OEA como una organización con cada vez menor capacidad para solventar conflictos regionales, en tanto constituiría un foro de expresión de la voluntad de Estados Unidos y de sus políticas regionales. Es evidente que la crisis regional desatada por el golpe de estado en Honduras y la incapacidad de la OEA de promover una solución aceptada por la región en su conjunto son antecedentes que se conjugan con una creciente desilusión con la prioridad y el sesgo de las políticas hacia América del Sur otorgado el presidente estadounidense Barack Obama. Las bases militares en Colombia y el traslado de la base de Manta (Ecuador) hacia la ciudad amazónica de Iquitos (Perú) son dos ejemplos de cuán lejos quedaron las expectativas despertadas en la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago. El apoyo norteamericano a las acusaciones de Bogotá contribuyó aún más a la percepción de la OEA como caja de resonancia de los países aliados a EEUU, confirmando que la oportunidad perdida de aprovechar el “momento multilateral” regional le ha costado un precio político enorme. Estas acusaciones, por lo demás, no sólo obedecen a necesidades coyunturales del momento. En rigor, conforman uno más de los repetidos intentos de Colombia de imponer en la agenda regional el problema de las FARC. Debe señalarse que estos intentos no han sido siempre en foros institucionalizados, sino que otras veces ha primado la política de los hechos consumados. El caso del ataque a territorio ecuatoriano en 2008, por ejemplo, fue visualizado ampliamente como parte de una estrategia orientada a promover la doctrina de los ataques preventivos en la región. Habrá que ver si el gobierno de Santos promueve otras herramientas.

La solución de la crisis sirvió para descomprimir tensiones entre ambos países, pero existen cuestiones que permanecen irresueltas. Los reclamos del empresariado colombiano en cuanto a la deuda venezolana es una de las cuestiones contempladas en el acuerdo. Además, la acusación colombiana en la CIDH seguirá su curso, y las FARC no han sido derrotadas aún. El atentado con bomba en las instalaciones de Cadena Caracol así lo prueba. Un problema concomitante que el acuerdo no contempla es el de los refugiados por causa de la guerrilla, problema de la mayor importancia para Ecuador y también para Brasil, cuyo ejército ya ha registrado combates contra los intentos de penetración de las FARC. El conflicto en sí mismo, y sus consecuencias, nos hablan de un fenómeno de transnacionalización del conflicto colombiano a los países limítrofes. Pero sobre todo, habrá que esperar al corto plazo para comprobar la fuerza de lo firmado en Santa Marta. Esto es, al resultado de las elecciones legislativas de septiembre en Venezuela, en la que un resultado poco auspicioso para Hugo Chávez podría poner en riesgo lo acordado, cuestiones cuyo abordaje exitoso representará un verdadero desafío a futuro para las nuevas instancias de concertación regionales.

 

(*) Analista Internacional de la FUndación para la Integración Federal

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