Martes, 01 Abril 2014 09:03

No Más Reajustes

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El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al nuevo primer ministro de Crimea, Serguéi Aksiónov (izq.) y el jefe del Parlamento crimeo, Vladímir Konstantínov (seg. izq) El presidente ruso, Vladimir Putin, junto al nuevo primer ministro de Crimea, Serguéi Aksiónov (izq.) y el jefe del Parlamento crimeo, Vladímir Konstantínov (seg. izq) Sergei Ilnitsky / EFE

Ahora que Ucrania está en estado de agitación y Estados Unidos y Rusia observan cautelosamente cada movimiento del otro, el mundo parece estar al borde de una confrontación prolongada similar a la Guerra Fría. ¿Pero es así?

Rusia, que acusa a Occidente de respaldar un golpe de estado de "fascistas" y "terroristas" en Kyiv, anexó a Crimea, puso a prueba un misil balístico intercontinental y se reservó el derecho de intervenir militarmente en el este de Ucrania para proteger a la población rusa allí. Estados Unidos sancionó a Rusia y calificó de ilegal la anexión de Crimea. Pero también instó a la cooperación para resolver la situación de manera pacífica y declaró que Ucrania debería intentar tener vínculos productivos tanto con Rusia como con Occidente. Hasta el momento, los rusos han desestimado esos sentimientos.

Sin embargo, éste no es el comienzo de la Segunda Guerra Fría, y Rusia no es el antagonista de Estados Unidos. Pero tampoco es un aliado. Los dos bandos discrepan sobre una amplia gama de asuntos. Aun así, existen cuestiones internacionales críticas -como Irán y Siria- sobre las cuales es poco probable algún progreso sin cierta cooperación. El desafío no es intentar nuevamente "resetear" las relaciones bilaterales, sino encontrar -una vez que amaine la crisis ucraniana- una base sobre la cual los dos lados puedan colaborar cuando sus intereses se superponen.

Ahora bien, hay que ser realistas. Todo presidente norteamericano desde 1992 ha intentado reformular  la relación entre Estados Unidos y Rusia y llevarla más allá de la competencia ideológica y militar de la Guerra Fría. Pero cada intento, si bien produjo algunos resultados, terminó en una desilusión. Una razón clave es que Estados Unidos y Rusia tienen visiones fundamentalmente diferentes sobre cómo sería una mejor relación.

Al analizar esos esfuerzos, se destaca una constante: Estados Unidos es el que más progresos hizo en aquellas cuestiones en las que Rusia ha sentido que Estados Unidos respetaba sus intereses. El primer reajuste diplomático, al final de la presidencia de George H. W. Bush, produjo avances importantes en materia de apaciguar los peligros nucleares resultantes del colapso de la Unión Soviética. Como resultado, Rusia siguió siendo el único estado nuclear en el espacio post-soviético, mientras que la legislación liderada por los entonces senadores norteamericanos Sam Nunn y Richard Lugar ayudó a asegurar sitios, científicos y materiales nucleares.

El segundo reajuste, en la presidencia de Bill Clinton, fue más ambicioso: un esfuerzo integral para crear una asociación que promoviera una participación sustancial de Estados Unidos en la economía y el sistema político en evolución de Rusia. También implicaba persuadir a una Rusia reticente de apoyar dos intervenciones de la OTAN en los Balcanes. Pero la segunda guerra por Kosovo en 1999 llevó al colapso de ese reajuste.

El desafío no es intentar nuevamente "resetear" las relaciones bilaterales, sino encontrar -una vez que amaine la crisis ucraniana- una base sobre la cual los dos lados puedan colaborar cuando sus intereses se superponen.

El tercer reajuste se produjo por iniciativa del presidente ruso Vladimir Putin, cuando ofreció asistencia rusa en la campaña en Afganistán después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Pero las expectativas del gobierno de George W. Bush eran muy diferentes de las de Putin. Rusia buscaba una “asociación equitativa de desiguales”, especialmente el reconocimiento norteamericano de la esfera de influencia de Rusia en su vecindario. 

Por el contrario, Rusia tuvo que lidiar con la guerra de Irak, la expansión de la OTAN en los estados bálticos, revoluciones pro-occidentales en Ucrania y Georgia y la “Agenda de la Libertad” de la administración Bush destinada a la democratización global. El Kremlin vio con gran aprehensión el espectro del cambio de régimen, especialmente en su vecindario. Cuando este reajuste llegó a su fin sobre los escombros de la guerra de Rusia y Georgia de 2008, para Estados Unidos Rusia ya se había convertido en un país que arruinaba todo a nivel global.

El reajuste de la administración Obama –el cuarto desde el colapso soviético- fue el más exitoso, al menos durante el primer mandato del presidente en el poder. Con expectativas más realistas, obtuvo resultados: el nuevo tratado de control de armas START, sanciones más duras contra Irán, una cooperación en el área de transporte a y desde Afganistán y el ingreso de Rusia a la Organización Mundial de Comercio.

Pero este reajuste se vio ampliamente favorecido por los vínculos personales entre Obama y Dmitri Medvedev, quien se desempeñó como presidente durante cuatro años antes de que Putin regresara en 2012 para ejercer un tercer mandato. Cuando Putin culpó a Estados Unidos por las manifestaciones opositoras que acompañaron su retorno, la relación comenzó a deteriorarse. Con la decisión del Kremlin en agosto pasado de otorgar asilo temporario al ex empleado de inteligencia de Estados Unidos Edward J. Snowden, el reajuste de las relaciones llegó a su fin.

El antagonismo ideológico de la Guerra Fría tal vez ya no exista, pero Rusia ahora se define como un modelo de civilización y sociedad alternativo. Explícitamente, Rusia dice que es una potencia de status quo, a diferencia de Estados Unidos, al que considera una potencia “revisionista” que busca desestabilizar al mundo promoviendo un cambio de régimen, especialmente en el mundo árabe. El Kremlin también ve a Estados Unidos como una fuente de inestabilidad en el ex espacio soviético y culpa a Occidente por el malestar ucraniano.

De todas maneras, la relación entre Estados Unidos y Rusia siempre ha estado compartimentada, y existen cuestiones multilaterales apremiantes sobre las cuales Estados Unidos debe trabajar junto con Rusia, particularmente Siria, Irán y Afganistán (donde Estados Unidos retirará sus tropas este año). Mientras que Estados Unidos y Rusia difieren sobre cómo poner fin a la guerra civil siria, han cooperado para despojar a Siria de sus armas químicas. De la misma manera, ningún bando quiere ver que Irán desarrolle una capacidad de armas nucleares.

Las pasadas dos décadas de grandes expectativas bilaterales, seguidas de desilusiones en serie, sugieren que, una vez que se resuelva la crisis de Ucrania, vendrán objetivos más modestos y realistas de Estados Unidos hacia Rusia. Hasta que ambos países den un paso más allá de los legados de la Guerra Fría, los años 1990 y la crisis de hoy, cualquier reajuste -sin importar si se origina en la Casa Blanca  o en el Kremlin- puede, en el mejor de los casos, manejar de manera más efectiva lo que seguirá siendo una relación limitada y difícil.

Para Estados Unidos, esto significa reconocer a Rusia por lo que es: un país grande, todavía importante, con un sistema político híbrido y serios desafíos económicos, demográficos y políticos internos. La evolución post-soviética de Rusia es una cuestión de muchas décadas y no ocurrirá de una manera lineal. Su visión del mundo está marcadamente en desacuerdo con la de Estados Unidos y seguirá siendo así en el futuro previsible. Pero una paz fría es preferible a una guerra fría.

(*) Directora del Centro de estudio para Eurasia, Rusia y Europa oriental de la Universidad de Georgetown.

 

FUENTE: PROJECT SYNDICATE

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