Para comenzar, es importante señalar cuáles son las dimensiones según las cuales podemos afirmar que Estados Unidos y China están disputando poder. De acuerdo a dos investigadores de la Universidad Nacional de Rosario, Esteban Actis y Nicolas Creus, el tablero internacional evidencia rispideces en seis áreas. Primero, la más conocida, las tensiones comerciales. Durante la presidencia del republicano Donald Trump este aspecto de la relación tomó inclusive la forma de guerra comercial, como resultado de la aplicación de una fuerte política arancelaria y pararancelaria. Esto significó, en esa época, una retracción aproximada del 60% de la economía mundial.
En segundo lugar, encontramos la carrera tecnológica, especialmente visible en los conflictos surgidos por la instalación de la tecnología 5G, la cual posibilitaría el desarrollo de Internet de las Cosas, entre otras opciones. Para mencionar un ejemplo, Reino Unido y Alemania fueron dos escenarios donde estas tensiones se vieron claramente.
En tercer lugar, se encuentra la disputa ideológica o simbólica, que busca “encantar” las almas del resto del mundo con el modo de vida de cada país. Así, la proliferación de los institutos Confucio o de la difusión de los valores de la democracia liberal, son ejemplos de esta dimensión. En cuarto lugar, Actis y Creus refieren a una dimensión donde tanto Estados Unidos como China se manejan con mucha prudencia, la fase financiera. La tenencia China de bonos norteamericanos es, para ambas partes, un arma de doble filo que hasta ahora ninguna de las dos potencias se ha animado a utilizar. En quinto lugar, vemos el área militar. Así como la financiera, la militar es una dimensión latente.
Si bien no hay proyecciones en el corto plazo que sostengan un conflicto armado entre las partes, el rearme de las mismas es una peligrosa señal de alarma. Finalmente, la sexta dimensión es la ecológica. Los riesgos globales de catástrofes ecológicas o derivadas del desgaste de la situación ambiental (como fue el Covid-19) son factores de amenaza sistémicos que Estados Unidos y China deberían evaluar.
Habiendo descripto el escenario internacional, debemos evaluar las opciones posibles para Argentina. Desde la Academia se están llevando a cabo tareas de investigación que pretenden contribuir a esta discusión. De las muchas investigaciones que se están sosteniendo, tres se destacan.
En primer lugar, la idea de compromiso selectivo de Juan Battaleme. Esta idea implica el reconocimiento de las áreas de compatibilidad y muestra aquellas donde existirá oposición a uno u otro actor. Esto es importante dado que traza líneas claras de convergencia y divergencias en base a nuestros intereses. Battaleme identifica la apertura de mercados para nuestras exportaciones, la obtención de vacunas, el fortalecimiento de la conectividad con el mundo, la modernización la economía del país a los requerimientos de la cuarta revolución industrial, y el desarrollo de una defensa acorde a estas premisas como los intereses que explican quiénes podrían ser socios del país de manera clara.
En segundo lugar, Actis y Creus hablan de tres estrategias combinadas. La primera es la estrategia de vecindad, es decir la consolidación de una respuesta regional para evitar irrelevancia y la presión de las potencias. La segunda estrategia es la de cobertura. Esta estrategia significa que cada país tendrá que saber acercarse pragmáticamente a Washington y Beijing en áreas y agendas específicas intentando no ser atraído por uno de los polos ni ser amenazado por el otro. Para Actis y Creus, no habrá un trade off (compensaciones) único ni homogéneas para todas las naciones. Articulación de intereses, poder relativo y pericia política serán aspectos claves para el éxito de este enfoque. Y por último, la aproximación se combina con la estrategia de amortiguación. La misma hace foco en la política interna, en poder desarrollar opciones nacionales que salgan al auxilio frente a presiones externas.
El tercer análisis a destacar es el realizado por Fortin, Heine y Ominami, quienes hablan de un no alineamiento activo. Retomando pero actualizando el espíritu de los no alineados, los autores proponen una política de no alineamiento activo por parte de América Latina que vaya más allá de tomar una posición equidistante de Washington y de Beijing. Significa asumir que existe un mundo ancho y ajeno más allá de los referentes diplomáticos tradicionales, que Asia es el principal polo de crecimiento en el mundo hoy, y que existen vastas zonas del mundo que han estado fuera del radar de nuestros países. Como afirman, lejos de «encerrarse» cada vez más en sí misma, como pretende la anacrónica aplicación de la Doctrina Monroe en pleno siglo XXI, América Latina debe «abrirse» a este nuevo «mundo post-occidental».
En resumidas cuentas, en un panorama agitado como son los meses previos a las elecciones de medio término, poder identificar intereses claves relacionados con la adquisición de vacunas y la gestión del COVID-19 así como la recuperación económica con vistas a la integración en la cuarta revolución industrial y la generación de empleo formal, deben ser las prioridades de una agenda externa nacional que se inserte en un mundo amplio de la mano de sus vecinos del Cono Sur. Desviar la atención de estas prioridades y tomar postura en temas que no son prioritarios para nuestro desarrollo y que pueden ser susceptibles para las potencias, son errores que ni siquiera en tiempos electorales Argentina se puede permitir.
(*) Victoria Musto es Licenciada en Relaciones Internacionales (UNR). Periodista internacional para El País Digital y Conclusión. Conductora del programa Café Internacional. Docente y apasionada por la cultura.
FUENTE: ElPaísDigital
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Camila Elizabeth Hernández