El 23 de enero se inició en Venezuela el proceso actual mediante el cual la oposición venezolana, con Juan Guaidó a la cabeza, intenta despojar del poder al Presidente Nicolás Maduro. Siguiendo la concatenación de los hechos, es posible afirmar que a medida se suceden los intentos de golpe, la trama discursiva del bloque opositor va mostrando fisuras, que colisiona con una voluntad inquebrantable del chavismo, sus militantes en la calle y la lealtad, al menos hasta ahora, de sus cuadros militares.
Durante la semana pasada, y en los albores del Día Internacional del Trabajador, el Presidente de la Asamblea Nacional impulsó una nueva ofensiva contra el Gobierno de Maduro. Denominada por él mismo como “la fase final de la Operación Libertad”, el auto proclamado Presidente Encargado compartió en sus redes sociales algunas fotos donde se mostraba en las cercanías de la base militar caraqueña de La Carlota, con varios miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). A su lado, tras haber sido liberado por un grupo de militares insurrectos, se encontraba Leopoldo López, el dirigente del partido Voluntad Popular (el mismo partido de Guaidó), que cumplía prisión domiciliaria desde hace 5 años, tras haber sido acusado de ser el autor intelectual de las ‘guarimbas’, aquellas protestas violentas que sacudieron al país desde 2014 y que dejaron un saldo de centenares de muertos, producto del brutal choque entre manifestantes armados y las fuerzas de seguridad gubernamentales. Luego del llamado opositor a marchar a La Carlota, y a partir del impacto mediático desatado por la publicación de las fotos, se sucedieron varios enfrentamientos en las calles de Caracas y una infinidad de rumores acerca del posicionamiento político de la FANB. Los rumores terminaron el jueves pasado, cuando Maduro marchó por la capital venezolana junto a los altos mandos militares y su Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, reafirmando que la FANB se encuentra unida, cohesionada, y leal al Gobierno chavista.
En la misma sintonía que el “Venezuela Aid Live”, aquel concierto musical organizado en febrero en la frontera entre Colombia y Venezuela para publicitar el ingreso de la ‘ayuda humanitaria’, el intento de Guaidó de producir un levantamiento militar tuvo efectos publicitarios y mediáticos considerables, pero la realidad parece haber distado, al menos en parte, de ese escenario: cinco días después, Maduro sigue en Miraflores, apoyado por un importante sector de la población venezolana, y con la FANB respondiendo a sus directrices. Los movimientos de la oposición se suceden rápidamente, encuentran apoyo externo y antenas propagadoras para ser mostrados al mundo. Pero golpe tras golpe, el resultado sigue siendo el mismo: el chavismo continúa gobernando Venezuela y gran parte del relato de los medios de comunicación, suena a verso.
Por otra parte, el resto de la región hace uso de la voz, pero no del voto. La ofensiva de la mayoría de los Gobiernos sudamericanos contra UNASUR, implicó que el esquema de concertación política, que había sido muy exitoso en el manejo de crisis internas como las de Bolivia en 2008 y la de Ecuador en 2010, hoy se encuentre al borde de su extinción. La situación del país bolivariano fue abordada por los países vecinos a través del Grupo de Lima, un organismo ad hoc, sin institucionalidad, cuyo principal objetivo es, en palabras de sus integrantes, “contribuir a la restauración de la democracia en Venezuela”. Con el Grupo de Lima apoyando todos y cada uno de los movimientos de Guaidó, la oposición venezolana encuentra en sus aliados regionales los salvoconductos para los jugadores que va sacrificando en la partida. Leopoldo López terminó asilado junto a su familia en la embajada chilena (luego fue trasladado a la embajada española), mientras que el gobierno brasileño de Jair Messias Bolsonaro, ofreció asilo en su embajada a una treintena de militares insurrectos. El Grupo de Lima se mantiene en esta posición de expectativa y apoyo operativo, pero no mucho más. Incluso se muestra más moderado que el propio Guaidó, sosteniendo hace ya varias semanas que el objetivo es correr a Maduro del poder, pero sin apoyar explícitamente una intervención extranjera.
Sorpresivamente, en la misma línea se mostró el mandatario estadounidense, Donald Trump, dando un giro retórico luego de la última semana y tras conversar con su homólogo ruso, Vladimir Putin. Tras la conversación telefónica, Trump afirmó que Putin piensa en no intervenir en Venezuela, y que él siente lo mismo. Luego de semanas de sostener que “todas las opciones están sobre la mesa, incluida la intervención militar”, el Presidente norteamericano mostró cautela, denotando un cierto grado de mesura y prudencia tras las sucesivas intentonas erráticas de derrocar a Maduro y desautorizando a las posturas más radicalizadas, personificadas en el propio Juan Guaidó, el senador republicano Marco Rubio, el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, y el Secretario de Estado, Mike Pompeo. Este último se ha reunido en estos días con su par ruso, Serguéi Lavrov, para discutir la situación de la nación caribeña. Hoy, con la parálisis de los organismos latinoamericanos, las potencias extranjeras se reúnen para discutir el futuro de nuestros países, como en los tiempos de la Guerra Fría.
El andar errático de la oposición venezolana parece sembrar dudas sobre el camino a seguir. Desde el 23 de enero, el líder opositor tuvo éxito en dos aspectos; en primer lugar, puso nuevamente en agenda la crisis venezolana frente al resto del mundo, y cosechó importantes apoyos fuera de Venezuela. En segundo lugar, se mostró a la cabeza de una oposición fragmentada desde hace años, unificando su accionar y estableciendo un bloque de poder unido que polariza políticamente con el gobierno chavista. Son triunfos relativos, a sabiendas de que el objetivo concreto es eliminar, exiliar, o encarcelar a Nicolás Maduro y remover al chavismo del poder. Ante cada intento fallido de Guaidó, Maduro mantiene su base de apoyo y le muestra al mundo que no es tan fácil echarlo de Miraflores, a pesar de las posturas de las potencias y la mayoría de la región en su contra. Estos tropiezos empiezan a mostrar consecuencias con el resto de la oposición y de algunos aliados externos. Así lo demuestra el cambio de postura de Trump, o las acusaciones contra López, por parte de otros sectores de la oposición venezolana, por no lograr el avance definitivo contra el Gobierno y por haber confiado en informaciones falsas sobre el cambio de postura de los militares. El pase de facturas suele darse siempre tras una derrota táctica, y en este caso, no es descabellado imaginar un cambio de estrategia para vencer al chavismo.
Por lo que resta, el laberinto venezolano no muestra salidas viables en estos momentos. La situación económica y social sigue siendo preocupante, donde la escasez de alimentos golpea a la población, fundamentalmente a los sectores populares. Tal crisis requiere responsabilidad de todos los sectores y el diálogo para trabajar conjuntamente en algún tipo de respuesta. Aunque está claro que por ahora, este diálogo es un anhelo que parece inimaginable. Guaidó y López, que encabezan a la oposición en este proceso, pertenecen a los sectores más radicalizados y antidemocráticos de Venezuela. Si la democracia venezolana está en crisis, es responsabilidad de ambos bandos: el Gobierno de Maduro entró en un espiral autoritario y represivo tras anular el poder de la Asamblea Nacional, además de otorgarle libertad de acción a las Fuerzas de Seguridad que se manejan a su antojo en los barrios venezolanos, ahí donde residió históricamente el apoyo al chavismo. Pero también es responsabilidad de la oposición antidemocrática, y más concretamente del partido Voluntad Popular, que hace años que intenta producir un cambio de Gobierno por fuera de las reglas de juego de la democracia. La salida de ese laberinto será difícil de encontrar si no hay interlocutores de la oposición que se muestren más propensos a la negociación y la racionalidad, en lugar del pedido explícito de intervención armada y los posicionamientos radicalizados frente a un gobierno que no puede dar ni un paso atrás, ya que su férrea postura es la que posibilita su resistencia y la que, por ahora, le está dando resultado.
Observando las redes sociales, los portales de noticias internacionales, y la usina mediática funcionando a toda máquina, la disputa se desarrolla en gran parte en términos mediáticos. El concierto de la ayuda humanitaria, los videos de Guaidó trepado a los camiones, las fotos subidas al Twitter… todas estas maniobras publicitarias tienen un efecto notable, pero también esconden una trampa para los enemigos del chavismo: transmiten la impresión de que el Gobierno de Maduro caerá solo por el accionar de un pueblo venezolano oprimido que vencerá al ‘dictador’ en cuanto tenga la oportunidad, y llevará al Presidente de la Asamblea Nacional en andas al Palacio de Miraflores. Hay un error fundamental de los estrategas de la Casa Blanca y sus gobernantes aliados de América Latina: no aceptaron, o no vieron que el chavismo cuenta aún con un apoyo popular importantísimo y mantiene a sus bases alertas y movilizadas ante cualquier movimiento que intente desestabilizar al Gobierno. Y esto es un problema para Guaidó. Aunque logre que sectores de la FANB se levanten contra Maduro, persiste el problema de cómo sacarlo del poder sin desatar una guerra civil.
A cada golpe, le sigue un verso, pero en la cancha los jugadores siguen ocupando las mismas posiciones: Nicolás Maduro en Miraflores; las bases del chavismo en la calle; Leopoldo López encerrado, ahora en la Embajada de España; y Juan Guaidó pensando en su próximo movimiento, tras fracasar una vez más en el quiebre de la alianza político–militar que mantiene al sucesor de Chávez en el poder. El chavismo sigue resistiendo frente una campaña mediática global que sirve de caja de resonancia para las acciones ineficaces de sus adversarios.
(*) Colaborador en Fundamentar.com