El presidente norteamericano, Donald Trump, ha sido acusado de utilizar la globalización económica como un arma. Las sanciones, los aranceles y la restricción de acceso a dólares han sido instrumentos importantes de su política exterior, y ni los aliados ni las instituciones ni las reglas lo han limitado en su uso. Según The Economist, Estados Unidos obtiene su influencia no sólo de las tropas y los portaaviones, sino de ser el nodo central en la red que sustenta la globalización. “Esta red de firmas, ideas y estándares refleja y magnifica la proeza norteamericana”. Pero la estrategia de Trump puede “desatar una crisis y está erosionando el activo más valioso de Estados Unidos –su legitimidad”.
Trump no es el primer presidente en manipular la interdependencia económica, ni Estados Unidos es el único país en hacerlo. Por ejemplo, en 1973, los estados árabes utilizaron el embargo petrolero para castigar a Estados Unidos por apoyar a Israel en la guerra de Yom Kippur. Poco después, Robert O. Koehane y yo publicamos Poder e interdependencia, un libro que exploraba la variedad de maneras en las que la interdependencia asimétrica se puede manipular como fuente de poder. Pero también advertimos que los réditos de corto plazo a veces se convierten en pérdidas de largo plazo. Por ejemplo, durante ese período, el presidente Richard M. Nixon restringió las exportaciones de soja norteamericanas con la esperanza de atenuar la inflación. Pero, en el más largo plazo, los mercados de soja en Brasil se expandieron rápidamente –y pasaron a competir con los productores norteamericanos.
En 2010, después de una colisión entre barcos japoneses y chinos cerca de las islas en disputa Senkaku/Diaoyu en el Mar de China Oriental, China castigó a Japón restringiendo las exportaciones de metales de tierras raras, que son esenciales en la electrónica moderna. El resultado fue que Japón prestó dinero a una compañía minera australiana con una refinería en Malasia, que hoy satisface cerca de un tercio de la demanda japonesa. Además, la mina Mountain Pass en California, que había cerrado a comienzos de los años 2000, fue reabierta. La participación de China en la producción global de tierras raras ha caído de más del 95% en 2010 al 70% el año pasado. Este año, en una respuesta no tan sutil a los aranceles de Trump, el presidente chino, Xi Jinping, se aseguró de que lo fotografiaran visitando un sitio de producción de tierras raras cuyas exportaciones son vitales para los productores de electrónica de Estados Unidos.
Estados Unidos (y otros países) tienen reclamos legítimos sobre el comportamiento económico chino, tal como el robo de propiedad intelectual y los subsidios a las empresas estatales que han inclinado el terreno de juego en el comercio. Es más, existen importantes razones de seguridad para que Estados Unidos evite volverse dependiente de empresas chinas como Huawei para la red inalámbrica 5G. Y China se ha negado a permitir que Facebook o Google operen dentro de su Gran Cortafuegos por motivos de seguridad vinculados a la libertad de expresión. Pero una cosa es limitar ciertas tecnologías y empresas por razones de seguridad y otra muy distinta causar una alteración masiva de las cadenas de suministro comerciales para desarrollar influencia política. No resulta claro cuánto durará la influencia o cuáles terminarán siendo los costos de largo plazo.
Aún si otros países no pueden desvincularse de las redes de interdependencia de Estados Unidos en el corto plazo, los incentivos para hacerlo se fortalecerán en el largo plazo. Mientras tanto, habrá un daño costoso a las instituciones internacionales que limitan el conflicto y crean bienes públicos globales. Como ha señalado Henry Kissinger, el orden mundial no depende exclusivamente de un equilibrio de poder estable, sino también de una sensación de legitimidad, a la que contribuyen las instituciones. Trump tenía razón al responder al comportamiento económico chino, pero se equivocó al hacerlo sin tener en cuenta los costos impuestos a los aliados de Estados Unidos y las instituciones internacionales. El mismo problema debilita sus políticas hacia Irán y Europa.
Alianzas como la OTAN estabilizan las expectativas, y la existencia de instituciones como las Naciones Unidas, el Tratado de No Proliferación Nuclear y la Agencia Internacional de Energía Atómica mejora la seguridad. Los mercados abiertos y la globalización económica pueden ser disruptivos, pero también generan riqueza (aunque algunas veces, mal distribuida). Mantener la estabilidad financiera es crucial para las vidas cotidianas de millones de norteamericanos y extranjeros por igual, más allá de que tal vez no lo perciban hasta que falte. Y sin importar el efecto que una reacción populista nativista pueda tener en la globalización económica, la globalización ecológica es inevitable. Los gases de efecto invernadero y las pandemias no respetan las fronteras políticas. Las leyes de la política populista, que han dictado el rechazo de la ciencia por parte de Trump y su retiro de Estados Unidos del acuerdo climático de París de 2015, son incompatibles con las leyes de la física.
Los estados cada vez más necesitan un marco para mejorar la cooperación sobre el uso del mar y del espacio, y sobre la lucha contra el cambio climático y las pandemias. Referirse a un marco de esas características como un “orden internacional liberal” cofunde las opciones al mezclar la promoción de los valores democráticos liberales con la creación de un marco institucional para promover los bienes públicos globales. China y Estados Unidos no están de acuerdo sobre la democracia liberal, pero compartimos un interés en desarrollar un sistema abierto y basado en reglas para administrar la interdependencia económica y ecológica.
Algunos defensores de la administración Trump sostienen que su estilo poco ortodoxo y su voluntad de romper las reglas y desdeñar a las instituciones producirán réditos importantes en cuestiones como las armas nucleares de Corea del Norte, la transferencia de tecnología forzada de China o un cambio de régimen en Irán. Pero la relación de poder e interdependencia cambia con el tiempo, y una excesiva manipulación de la posición privilegiada en interdependencia global podría resultar contraproducente. Como sostenía The Economist, los costos institucionales de utilizar una estrategia de bola de demolición pueden reducir el poder norteamericano en el largo plazo. En ese caso, la estrategia de Trump resultará costosa para la seguridad nacional, la prosperidad y el estilo de vida de Estados Unidos.
FUENTE: Project Syndicate
(*) Profesor de la universidad de Harvard. Co-fundador, junto con Robert Keohane, de la teoría de la interdependencia compleja, desarrollada en el libro Poder e Interdependencia en 1977. Creó el concepto del "poder blando" y fue autor de numerosos trabajos en los últimos años, como "Is the American Century Over?" y "The Future of Power"