La paradoja ya es conocida: aislándote me cuidas, aislándome te cuido. Una resignificación del concepto de que la Patria es el Otro. Hasta aquí, desde la lógica imperante, la política, lo público, la Patria refería a comprender e interpelar al Otro, que aparecía ante mí. Desde los griegos para acá, que fueron los primeros que sistematizaron su pensamiento, cuando referimos a la política lo hacemos, además, con la perspectiva de interactuar “físicamente” con el otro. Explicar, convencer, discutir e intercambiar ideas supone la posibilidad de ver, mirar, conocer la gestualidad y, tal vez, la idiosincrasia del interlocutor. Ahora, ¿qué pasa cuando afirmamos, alegremente, que la salvación de la humanidad (sí, salvación. Si no me creen miren o lean algunas declaraciones en los mass media), sólo será posible en tanto y en cuanto nos aislemos? Difícil predecirlo. Pero hay un elemento más.
El desarrollo de la política tal y como la conocemos hoy vino de la mano de un protagonista fundamental: la ciudad. Indudablemente fue el espacio del desarrollo humano. Más allá de lo que bien describía Engels en su texto “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, al comentar las contraposiciones de ese Londres fulgurante en un sector del territorio, pero con las peores miserias en otra parte del mismo, lo innegable es que, si el ser humano ha logrado alcanzar mejores estándares de mortalidad, natalidad y de calidad de vida, eso ha sido posible en un territorio específico: la ciudad. Lejos estamos desde estas líneas de olvidar la polución ambiental, el deterioro del medioambiente y las enfermedades que nos afectan en tanto meros citadinos, pero es obvio que cualquier indicador de desarrollo alcanzado vino de la mano de la vida urbana.
Y aquí, la paradoja también se amplía. La clave para salvarnos (otra vez) sería desolar las ciudades. Desde Educación Cívica I o Formación Ética (o como al lector le haya tocado que se llame), sabemos que el hombre es un ser gregario por naturaleza. Y si algo caracterizó al humanismo moderno (y, obviamente, posmoderno) fue que esa condición de gregario se desarrollaba en las ciudades. Consumimos bienes y servicios de todo tipo en ella: alimenticios, médicos, culturales, etc. Trabajamos, intentamos realizarnos “profesionalmente” y también, “nos juntamos”. Porque sí. Para el disfrute, para el relax. Relax de mucho ruido. Nos hiperocupamos: a la vez que atendemos nuestro trabajo, contestamos mensajes, respondemos al reclamo de nuestros “demandantes”, exigimos que nos respondan. Mientras cocinamos, revisamos nuestros mails en el celular y el “baión para el ojo idiota” de Solari, sigue propalando consignas. Nos aturdimos. Oímos, pero no escuchamos.
Y un día llega un virus, insignificante, invisible al ojo humano (como todos), desde el otro lado del mundo y nos pone en crisis. Como el cáncer, o alguna muerte dolorosa y violenta, pensamos que a nosotros no nos va a tocar. Que no nos va a alcanzar: “a los chinos les pasa porque comen murciélagos”. Pero un día te enterás que el virus llegó a Italia y a España. Si, la tierra de tus abuelos y de, seguramente, algún amigo, hijo o familiar que hace un tiempo deseó probar suerte en nuevos horizontes. Y ya no es lo mismo. Sobre todo, si tu vecino, un amigo o un compañero de trabajo tuvo la dicha de andar por aquellos lares. O un familiar de ellos. Y comenzás a entender que el virus llegó, está acá. El futuro llegó, todo un palo. Otra vez Solari…
Y una pregunta inquietante (una más) es QUÉ pueden hacer los gobiernos frente a esto. Podrá decirse MUCHO, en tanto y en cuanto a los líderes les interesen sus pueblos. Si mantienen en alto aquellos valores que, tal vez hace mucho tiempo, los movilizó para meterse en la cosa pública. Podrían hacer caso a epidemiólogos, invertir desde el Estado, generar empatía con otros líderes y ser exigentes en el cuidado general. Podrían ser humildes y entender que se juegan su destino, pero fundamentalmente el de sus gobernados.
Y podría decirse que pueden hacer POCO, en tanto y en cuanto los ciudadanos/nas no nos hagamos cargo de otra forma de relacionarnos, de comprendernos. El Covid-19 podrá ser historia en algún momento, podrá encontrarse una vacuna definitiva, pero, y siempre hay un pero, recordemos que los virus mutan y se transforman y existen miles de variantes de cada uno de ellos.
Si la palabra crisis significa oportunidad, tal vez esta crisis “sanitaria” pueda y deba pensarse desde otro lugar. Si en Venecia se transparentó el agua, si los niveles de polución descendieron en las megápolis, pero también, si pudiste “re encontrarte” en tu casa con quienes vendrían a ser tus seres queridos, si empezaste a escuchar además de oír, tal vez el problema no sea pura y exclusivamente político, ¿no?
(*) Analista político de Fundamentar