Chile comienza a concretar el cambio.
Hoy se celebrará el plebiscito constitucional en Chile. El país trasandino irá a las urnas después del estallido social inaugurado en octubre de 2019 tras un aumento en las tarifas del metro que catalizaron un descontento social contenido por décadas. Se habló largo y tendido de los motivos de las protestas, la respuesta del Estado (que fundamentalmente fue represiva), y las lecturas políticas del proceso.
Hace menos de un año, el 15 de noviembre de 2019, las fuerzas políticas chilenas llegaban a un acuerdo para abrir el proceso constituyente y así darle una respuesta política al sacudón social que lo puso todo en discusión en octubre. Concretamente, el acuerdo implicaba que se llamaría a un plebiscito para que la población vote si efectivamente aprueba o rechaza una nueva Constitución y, en caso de que gane el “Apruebo”, decidir qué órgano será el encargado de redactarla: si una Convención Mixta de parlamentarios actuales y constituyentes electos, o una Convención Constituyente totalmente electa por los chilenos y las chilenas.
Este plebiscito tenía fecha para abril de 2020, pero ya sabemos lo que pasó. Se retrasó para hoy, 25 de octubre de 2020. Ante la inminencia del proceso, las formaciones políticas se embarcaron en una campaña electoral por el “Apruebo” y por el “Rechazo” mientras que, conforme se acercaba la fecha, se reactivaron las protestas que la pandemia había dejado en pausa.
Hay varios puntos a tener en cuenta. La Constitución que rige hoy en Chile fue dictada en el 1980 por la dictadura de Augusto Pinochet. Debido a la tutela que tuvieron las Fuerzas Armadas en el proceso de democratización chileno, la Carta Magna sufrió algunos ajustes, pero no una reforma integral como la que tendrá lugar si el “Apruebo” triunfa. La Constitución vigente exige mayorías calificadas altísimas para poder motorizar cambios en materia social, por lo que una reforma le daría un marco jurídico al Estado que posibilite realizar esos cambios de un modo más sencillo.
Lo otro es el componente simbólico. Esta es la Constitución de Pinochet. La reforma permitiría quitar uno de los vestigios más importantes (sino el más) de la dictadura chilena, al menos en términos institucionales. Está claro que no eliminará el pinochetismo, hoy presente en algunos sectores sociales y políticos, y en figuras del gobierno de Piñera como el Ministro del Interior, Víctor Pérez. Pero sí permitiría quitar institucionalmente la marca indeleble de aquel pasado oscuro.
No es una buena semana para apoyarse en encuestas después de lo que vimos en Bolivia, pero se descuenta que el “Apruebo” va a ganar. Y al parecer, también ganará la opción de la Convención Constituyente, que permitirá elegir a la totalidad de los responsables de reformar la Constitución con un dato no menor: en ella regirá la regla de la paridad de género, por lo que posiblemente, será la primera Constitución en la historia que será redactada por un cuerpo conformado por mujeres y hombres en partes iguales.
Descontado el resultado, el tema es ver por cuánto. La legitimidad del proceso dependerá de la diferencia a favor que tenga el “Apruebo”. Algunos dicen que la adhesión será mayor al 60% pero, de nuevo, las encuestas no vienen acertando mucho. El otro dato que hay que mirar es la participación. El voto no es obligatorio en este referéndum, lo que otorga la posibilidad una participación electoral amplia. Chile tiene una particularidad con este tema: mientras que en el regreso de la democracia hubo un 89% de participación, esta bajó hasta un 50% en la segunda vuelta de 2017, cuando Piñera ganó la Presidencia. El récord fue en las municipales de 2016, con un histórico 36% de participación. VER
Esto es un síntoma (perdón por la palabra) clarísimo del proceso que vive Chile desde hace unos años y que se cristalizó con las protestas. Hay una deslegitimación generalizada de la política. Lo digo con otras palabras para que se entienda: en el ballotage de 2017 la mitad de la gente se quedó en su casa, no fue a votar. Evidentemente, esto demuestra un sentimiento de desinterés mezclado con resignación ante la falta de resultados que la política le da a las demandas sociales.
Por esto, el nivel de participación será importantísimo. Y también por esto es muy difícil arriesgar predicciones sobre la capitalización política del proceso. El movimiento chileno hoy no tiene una identidad político – partidaria marcada. No es un movimiento de izquierda, sino que es bastante transversal. Por lo que, luego del proceso constituyente, la incógnita estará en develar quién será el que conduzca esta nueva etapa.
Una última reflexión antes de contarles qué pasa después de mañana, y que está vinculado con el párrafo anterior. Si bien no fueron masivas y tan rupturistas como las de ahora, en 2011 hubo un importante proceso de movilización estudiantil en Chile que no logró cambios estructurales importantes, ni produjo una derrota significativa de la derecha. Hoy no tenemos ninguna certeza de que Chile deje atrás su modelo estructuralmente neoliberal, pero sí podemos decir que es probable que la nueva Constitución consagre más derechos que los que garantiza la actual Ley Fundamental.
Cierro con los datos sobre lo que ocurrirá de aquí en más. Si gana el “Apruebo”, se abre un período de entre 9 y 12 meses para redactar la nueva Constitución, y anteriormente se deberán elegir a los Constituyentes. Y luego habrá un último proceso electoral de carácter obligatorio que será ratificatorio: se preguntará si se aprueba o no la Constitución ya reformada.
En otro octubre, allá por 1988, los chilenos votaron en un plebiscito por el retorno de la democracia, cuando el “No” triunfó con el 56% ante el 44% del “Sí”, frente la pregunta por la continuidad de la dictadura de Pinochet. 32 octubres más tarde, Chile vota en otro plebiscito para sacarse de encima el principal corsé institucional que aquel les dejó a los casi 20 millones de chilenas y chilenos.
Duque y Bolsonaro arriesgando de más
Que las elecciones en los Estados Unidos van a influir en la política internacional, es obvio. Muchísimo más en nuestro continente, donde se intentan hacer lecturas sobre qué sucederá si Trump o Biden ganan el martes 3 de noviembre y qué implicancias habrá en América Latina. Sin embargo, si hay dos dirigentes que ya pusieron todos huevos en una sola canasta y que apostaron fuertemente por un resultado, ellos fueron Iván Duque y Jair Bolsonaro.
Si bien Colombia y Estados Unidos sellaron una asociación estratégica hace más de 20 años, y el país cafetero se convirtió en el aliado incondicional de Washington en Sudamérica, varias figuras cercanas al Presidente Iván Duque han apostado inequivocadamente por un triunfo de Donald Trump. Los centros que se tiran son mutuos: el Presidente estadounidense ha arremetido contra el opositor colombiano Gustavo Petro emparentándolo con Biden, en un intento de ganar el voto latino en Florida, el más importante de los Estados pendulares.
https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1314998881126625280
También ha abogado por la liberación del ex Presidente Álvaro Uribe, jefe político de Duque, quien enfrenta un proceso de investigación en libertad luego de pasar algunas semanas en prisión domiciliaria. Más allá de la injerencia de Estados Unidos sobre un proceso judicial de otro país (que parece escandalizarnos solo a unos pocos), es clara la simbiosis de los sectores gobernantes en ambos países.
En el caso de Colombia, dos congresistas oficialistas han decidido jugar abiertamente a favor de Trump en las próximas elecciones, algo que no sería posible sin el visto bueno del Presidente Duque. María Fernanda Cabal pertenece al partido gobernante Centro Democrático. Además de subir fotos con tapabocas con la leyenda “Trump 2020”, ha escrito notas de opinión inmiscuyéndose de lleno en la campaña estadounidense, como si eso fuese parte del mandato que le otorgaron los colombianos que votaron por ella.
Lo mismo sucede con Juan David Vélez, otro congresista oficialista que representa a los colombianos en el exterior. También se ha hecho eco de las agresiones de Trump contra Petro, además de apoyar las declaraciones del mandatario norteamericano sobre los acuerdos de paz.
https://twitter.com/juandavelez/status/1309559591605276680
En el caso de Brasil, es mucho más fácil captar esas señales. No hay que buscar declaraciones de diputados, o funcionarios de segunda línea. Con las del propio Bolsonaro alcanza y sobra. El Presidente brasileño ha manifestado su plan de ir a la ceremonia de reelección de Trump, algo totalmente irresponsable no sólo por tomar partido en la campaña electoral de otro país (ya lo hizo aquí en Argentina apoyando a Mauricio Macri), sino por los costos que puede implicar para Brasil un triunfo de Joe Biden.
Biden ya ha manifestado su intención de hacerle rendir cuentas a Brasil sobre el desastre ambiental en la Amazonia y el Pantanal, algo que Bolsonaro ha tomado como una amenaza. La falta de prudencia de Bolsonaro puede generar cortocircuitos con una posible administración demócrata. El panorama es aún más grave debido a que hoy Brasil apoya su estrategia de inserción internacional casi exclusivamente en el alineamiento con los Estados Unidos.
Eso no fue todo. Bolsonaro desautorizó en la semana a su propio Ministro de Salud y entró en un conflicto interno con el gobernador de San Pablo, Joao Doria, por su negativa tajante a utilizar la vacuna china contra el COVID-19 producida por Sinovac. El alineamiento ciego que Bolsonaro ejercita con Trump llega al punto de poner en juego la provisión de la vacuna, si es que China concluye sus ensayos de forma satisfactoria y comienza a producirla
Colombia y Brasil son dos ejemplos de la sobre ideologización que tiñe el diseño de su política exterior. Cada mandatario tiene el derecho de gobernar como lo crea conveniente; para eso fueron electos. Pero el riesgo es demasiado alto, teniendo en cuenta que la relación privilegiada deja de ser con los Estados Unidos y pasa a ser con Donald Trump, quien puede ser corrido de la Casa Blanca en algunas semanas, lo que implicaría un proceso de rediseño de la política exterior brasileña y colombiana que puede ser traumático y muy complejo de llevar adelante. Y más aún si los demócratas ganan y ejercen la memoria histórica que los norteamericanos saben ejercer tradicionalmente.
Haceme el favor de prestarle atención a esto
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Bonus
Ya hablamos de Bolivia y de la impresionante victoria de Luis Arce Catacora, el Presidente electo. Seguramente asumirá en los primeros 15 días de noviembre. Les dejo una lectura y un video de los festejos, que se desataron recién después del viernes cuando concluyó el recuento oficial, que arrojó una victoria del MAS con el 55% de los votos.
Lo otro que te quiero dejar es un video de campaña de Donald Trump enfocado hacia los electores latinos de Florida, donde le meten salsa, yate y una canción re contra pegadiza que estuve cantando durante gran parte de la noche del viernes. Como si esa fuese la vida que llevan los latinos en Estados Unidos, ¿no?. Pero hay que decirlo, la canción es tremenda.
Último: el 2020 es un mal año para hacer planes. Ya deberíamos saber eso a esta altura del partido. Bueno, en Polonia quisieron desactivar una bomba de la Segunda Guerra Mundial que estaba sumergida en el agua. Y sí: explotó. Obvio. ¿Quién los habrá mandado?
Que sirva como ejemplo para repensar alguna decisión importante que estés por tomar en este año del mal.
Hasta la semana que viene.
(*) Analista Internacional de Fundamentar.com