Hace algunos años en un artículo similar a este me encomendaba a la tarea, para nada simple, de intentar ser elocuente y simple en el análisis de si aún podemos hablar de izquierda y derecha en la forma tajante que se hablara décadas atrás, e incluso siglos. En numerosas ocasiones, sobre todo en la política latinoamericana actual, muchos analistas consumen su tiempo en el debate de esta cuestión, concentrando sus esfuerzos en una búsqueda incansable de etiquetas que, a mi criterio, ya no pueden ser tan determinantes y tajantes como antaño.
Como sabemos, la política es una arena, un campo de batalla, donde distintos actores se juegan todo por el todo en pos de alcanzar un lugar en dicho universo. Como en toda lucha, los escenarios se modifican, lo hacen continuamente y no necesariamente siguiendo patrones iguales. Luego están las ideologías, los principios rectores en los cuales nos ubicamos o ubicamos a quiénes nos representan. Y pese a la diversidad de fuerzas políticas que puedan llegar a encontrarse en el espectro político, sus extremos son dos: como ya imaginarán, hablamos de la izquierda y de la derecha.
La primera pregunta que nace entonces es a qué nos referimos cuando hablamos de izquierda y derecha. En retrospectiva, la historia de los términos “derecha” e “izquierda” se remonta a los años de la Revolución Francesa. En aquellos tiempos en que la Asamblea Constituyente debatía sobre el futuro de Francia, los diferentes grupos que estaban a favor o en contra de la monarquía se ubicaban en distintos lugares. Desde la perspectiva de alguien que entrara a la cámara los revolucionarios, es decir, quienes se oponían a la monarquía (los jacobinos) estaban ubicados en el extremo izquierdo de dicho lugar; por su parte, los funcionarios que ocupaban la mayoría de los ministerios de gobierno (los girondinos), se sentaban en las bancas inferiores, más próximas a los estrados y se reunían a discutir entre sí en el rincón derecho del recinto.
La Revolución Francesa, como sabemos, sentó las bases de muchas nociones básicas de la vida política y social actual. La dicotomía entre derecha e izquierda no parece ser la excepción a la regla. Es así que aún hoy, salvando las obvias diferencias, solemos considerar “izquierda” a aquellos actores que, como los jacobinos, buscan transformar de forma radical y profunda la disposición de las cosas y las reglas de juego de la vida socio – política e identificamos con la “derecha” a otros que, como los girondinos, defienden el status quo o regresar al orden “alterado” por las transformaciones radicales. Con el tiempo, a dichas definiciones se han sumado condimentos de otro tipo, como la asociación de la derecha tendiente a defender los derechos individuales y a la izquierda más cercana a la idea de bien común o social.
La amenaza “izquierdista” en América Latina es un cliché utilizado por actores con intereses opuestos a las políticas de alto contenido social llevadas a cabo por gran parte de los gobiernos de la región en los últimos años.
Más allá de la derecha y la izquierda en su acepción más pura, la segunda pregunta que surge es cuál es la vigencia que tales absolutos poseen en el juego político actual. Lo cierto es que vivimos en un mundo con un mercado predominantemente guiado por la lógica liberal, que prioriza las libertades individuales por encima del bien común. ¿Significa ello que el Estado deba seguir la misma lógica? ¿Es posible la existencia de un Estado que conjugue principios de transformación profunda en un contexto internacional dominado por las variables económicas y la especulación?
Pues bien, si consideramos que la ideología es la forma en que los diferentes actores leen la realidad, entonces podríamos decir que un Estado que lea su realidad alejada del polo de la derecha, -incluso en un contexto económico internacional “derechizado”- es totalmente posible. No significa por ello que necesariamente hablemos de un Estado de izquierda. Las sociedades son organismos vivos que desde sus comienzos se han caracterizado por su dinamismo y en consecuencia por su creciente diversificación. Cuando la sociedad se diversifica es razonable que el Estado lo haga también.
Como sabemos, los medios de comunicación cumplen en ciertas ocasiones el rol de mediadores entre la sociedad y la política, ya que no sólo son formadores de opinión, sino también de perfiles e imágenes. Su rol en el juego político en numerosas oportunidades se encuentra atravesado por intereses específicos que, por tanto, terminan de definir la interpretación altamente subjetiva de las cuestiones políticas. También esto explica por qué algunos grupos exponen la dicotomía derecha-izquierda como última explicación de la realidad política.
Como ya se dijo, los conceptos de izquierda y derecha nacieron con la Revolución Francesa, pero muchos politólogos consideran que han perdido gran parte de su fuerza como expresiones tácitas de posición política. No obstante, incluso en la actualidad se suele seguir invitando a la opinión pública a pensar la realidad en términos de izquierda y derecha utilizando dichos conceptos de manera inmutable sin otro propósito más que crear etiquetas políticas negativas sobre ciertos gobiernos. La amenaza “izquierdista” en América Latina es un cliché utilizado por actores con intereses opuestos a las políticas de alto contenido social llevadas a cabo por gran parte de los gobiernos de la región en los últimos años.
En el caso de Argentina, a más de una década de la llegada de Néstor Kirchner al poder, se sigue escuchando esta discusión entre izquierda y derecha. Existen enconados debates sobre si las políticas llevadas a cabo desde entonces pertenecen puramente a un lado u otro del gran espectro político. Lo que se pierde de vista –voluntaria y/o involuntariamente- es que quizá lo que importa no es la etiqueta que debería adjudicársele a un gobierno como el kirchnerista sino aceptar que la política argentina vive uno de los períodos políticos más efervescentes de las últimas décadas y que ello no debe considerarse necesariamente como algo negativo. Lejos parecen haber quedado los tiempos de una reinante indiferencia social y el autismo frente a lo que pasa en el mundo de la política. Como consecuencia de ello, las divergencias y la diversidad de opiniones también se han multiplicado.
La oposición comienza a darse cuenta que existen límites a los retrocesos que la sociedad argentina actual está dispuesta a negociar.
Más allá del debate entre izquierda y derecha, el Kirchnerismo ha tenido la habilidad de crear un “punto de referencia” habiéndolo elevado por encima de niveles históricos que se resumen en la frase “nunca menos”. Ese punto de referencia es lo que cada argentino espera, o debería esperar, de los gobiernos venideros más allá del lugar en el espectro político donde queramos colocarlo. El mágico cambio en el discurso electoral de Mauricio Macri en los últimos tiempos es un claro ejemplo de ello. La oposición comienza a darse cuenta que existen límites a los retrocesos que la sociedad argentina actual está dispuesta a negociar.
El Estado ha dejado de ser antónimo de eficiencia. La última década ha visto de la mano del Kirchnerismo una revalorización de la idea de obra pública, de lo estatal e incluso del pago de impuestos como una forma de construir bienestar mediante sistemas solidarios en pos de bienes colectivos. Es cierto, quizá estemos más cerca de la izquierda que antaño, no como un absoluto político, sino más bien como un recordatorio de la necesidad de conservar el instinto transformador.
En un mundo donde priman los principios económicos liberales, tenemos que obligarnos a pensar (en palabras del Pepe Mujica) “qué sería del mundo si no existiera una actitud de izquierda, que aún en el fracaso obliga a repartir, tiene un grito solidario, se acuerda de los que van quedando al costado del camino… ¡qué desastre sería el hombre”.
(*) Licenciada en Relaciones Internacionales de la Fundación para la Integración Federal
-Nota del editor: Este artículo fue recepcionado el 01 de Agosto de 2015